Las escaleras de Strudlhof, de Heimito von Doderer
♫♫♫ Taste of blood - Mazzy Star ♫♫♫
“La admiración más profunda no nos nace a la vista de las cosas raras que nos presenta el mundo exterior, pues lo que aquí entra en juego no es más que el mundo exterior, sino a la vista de nuestro mecanismo interior, que funciona querámoslo o no, y que un día aparece de repente a nuestra consideración como algo autónomo.
Este dato indiscutible se funda sencillamente en el hecho de que a las personas se las mira solo por fuera. En el fondo no estamos lo bastante corrompidos para poder discernir instintivamente en cada percepción la esencia de la apariencia o lo interior de lo exterior, de modo que si se nos muestra una fachada, vemos solo la fachada y nada más."
Resulta clarificadora esta cita que me ayuda a abrir el comentario sobre una novela que me ha sorprendido tanto, y digo clarificadora porque realmente resume bien el concepto de novela coral y única que Heimito von Doderer ha conseguido crear aquí. Tenemos aquí decenas y decenas de personajes que interactúan sin argumento concreto y aparentemente sabemos poco de ellos porque tampoco es una novela de grandes profundidades psicológicas sino que lo que conocemos de ellos será su exterior, su fachada, pero no por eso adolecerá de profundidad o complejidad que es lo más llamativo de esta obra. El hecho de que realmente el autor no nos sumerja en lo que se cuece en lo más íntimo de un personaje sino en su artificio de cara a la galería, no es impedimento para que no nos hagamos un retrato de ellos. No, aquí Doderer no pierde el tiempo indagando en la psique de sus personajes, ni en rascar en sus emociones ni siquiera en construir una atmósfera medianamente drámatica, todo lo contrario, observa los comportamientos humanos desde una distancia, desde una lejanía irónica, desde una falta total de sentimentalización...
El
tren partió poco después.
Como tantas otras veces.
Como
todos nosotros.
Uno no se entera nunca de las cosas que más cerca le tocan. Hay que moverlas. También en la conversación se interponen muros invisibles; a veces es al ceder estos en la conversación cuando se incorporan a los oídos.
Doderer plantea el escenario, Viena, y un tramo temporal entre 1911 y 1925, y coloca a sus personajes en diferentes escenas, adelante y atrás en el tiempo, en una novela coral en la que el lector se las ve y se las desea para situarse. No hay un argumento, no hay una historia con principio, nudo y desenlace pero sí que es cierto que hay ciertos momentos cruciales que se van repitiendo en la voz del narrador, en alusiones continuas, son tres o cuatro escenas esenciales en la novela que se quedan grabadas ya sea porque hayan ocurrido frente al lector, o porque se alude a ellas continuamente por parte del narrador y que ya nos llegarán. Asi que Doderer solo nos presenta la fachada de sus personajes, y sin embargo puede resultar fascinante comprobar lo bien que se las ingenia para que detectemos cómo son realmente tras esas fachadas, y todo esto a través de descripciones de escenas muy artificiosas, pendiente de hasta el más mínimo detalle, con un estilo narrativo también muy recargado, de frases larguísimas dándole vueltas a una misma situación durante páginas enteras.
"Rumanos y búlgaros ha habido siempre en Viena. La población estaba acostumbrada a su manera de hablar cada vez más compenetrada con el dialecto austríaco, a sus rizados tupés, a su predilección por vivir en los más nobles distritos de la ciudad. Seguían siendo, sin embargo, extranjeros pero no tan declaradamente extranjeros como los alemanes septentrionales. Constituían una institución local, eran balcánicos."
Hay un accidente de tranvía el 21 de septiembre de 1925 en el que uno de los personajes femeninos de la novela, Mary K. pierde una pierna “Vivía aun el esposo de Mary K, Oskar se llamaba, y lucía ella todavía dos bellísimas piernas (la derecha se la pillaría más tarde un tranvía por encima de la rodilla el 21 de septiembre de 1925 no lejos de su casa). A partir de esta primera frase que realmente no nos dice nada más, Doderer escribe una novela de 900 páginas en la que retrocede en el tiempo (1911) y se adelanta, puede parecer de una forma caótica. No nos explicará nada más sobre este accidente, solo la primera frase, pero si que se aludirá a él de vez en cuando, sin más pistas y el lector la verdad es que no sabrá por dónde van los tiros. Al final de la novela, Doderer cerrará el bucle narrándonos este accidente de tranvía en una escena gloriosa, en la que la sangre conformará el lazo más poderoso, porque justo Melzer, el personaje central que pasaba por allí, se embarrará de sangre socorriendo a la víctima, Mary K. una mujer a la que estuvo a punto de proponer matrimonio quince años antes. Se podría decir que toda la novela gira en torno a esta única y grandiosa escena en la que la suerte, el destino o la casualidad, serán misterios que Doderer lanzará al lector para que reflexione al respecto. Es una novela repleta de coincidencias, o de casualidades, pero realmente Doderer con su exquisito cuidado en los detalles, nos está dando pistas de que estas coincidencias o casualidades serán algo mucho más complejo de lo que aparenta a simple vista.
Pero a Melzer no le agradaba demasiado volver a quedarse solo con Asta. Lo que le resultaba ahora agradable no era otra cosa que la liberación de una de esas situaciones que ponen a uno entre la espada y la pared, cuando una despedida se alarga demasiado, es decir, al surgir en el vestíbulo o en el portal de la casa una nueva conversación superflua y embarazosa.
(mientras Melzer, pensando a la vez en los ocho días de vacaciones que le quedaban, se preguntaba si no sería mejor tomar aquella misma noche el tren y volver de una vez a Bosnia)
En una novela como Las escaleras de Strudlhof es engañoso hablar de su argumento, o de su trama porque Doderer escribe sobre la evolución de una serie de personajes en un momento histórico clave de la Europa Central y sin embargo, y a pesar de que es un momento histórico de preguerra y posguerra antes de que llegara la Segunda Guerra Mundial, en ningún momento se detiene a dar detalles sobre el contexto político, sobre la crisis económica o la inflación de la época, y todos los personajes parecen detenidos en una especie de bucle atemporal entre 1911 y 1925, alejados del mundo real, o al lector se lo parecerá porque con la que se estaba cociendo en Europa, y con Viena como centro neurálgico, puede parecer hasta superficial por parte de Doderer, obviar este punto, y sin embargo, él prefiere incidir en estos hechos a través de la atmósfera. Los personajes parecen detenidos en el tiempo preocupados solo por sus encuentros fortuitos o no, coincidencias, intereses sociales, huidas en tren o incluso algún que otro adulterio. El lector tendrá que ir rascando lo que se cuece en un contexto aparentemente superficial y artificial, una atmósfera en la que se puede entrever una especie de peligro al acecho, una fragilidad a punto de romperse en mil pedazos, única pista que dará Doderer de los tiempos que se estaban viviendo; pero sobre todo, Doderer proporciona al lector algo a qué agarrarse para situarse entre tanto personaje, y este sostén para el lector lo significará Melzer.
"Tratándose aquí de una novela, este sería el momento de estudiar los pensamientos que ocuparon al solitario viajero en el trayecto de Ischl a Viena y la hora de sacar de la figura correspondiente toda su enjundia. En el caso de Melzer no es posible hacerlo. En él, de pensamientos ni asomo, ni ahora ni más adelante, ni siquiera como comandante.
Por lo que sabemos, la primera vez que Melzer pensó en algo concreto fue en una ocasión muy tardía y seria de su vida, de la cual trataremos más adelante; entonces sí que pensó a ciencia y conciencia
Ya vemos que Melzer aplicaba a sus ideas y a sus arbitrarios cálculos una especie de crítica, pero no podemos decidirnos a considerarlo como pensar."
Melzer como personaje, estará en contacto con casi todos los personajes de esta enorme novela; también se puede decir que Melzer tiene el don de la ubicuidad, sin ser quizás ni íntimo de ninguno de ellos, aparecerá en momentos cruciales, será testigo de momentos decisivos, pero realmente no se puede decir que desempeñe un papel importante…, pasaba por allí, interactuaba, pero en ningún momento es una pieza clave para ninguno de ellos, salvo en el accidente del tranvía. Sin embargo, Melzer estará en todas las escenas importantes como observador y como excusa para que el lector tenga una especie de guía en este guirigay y gallinero de voces y personajes. En ningún momento Doderer le da demasiada personalidad a Melzer, ni siquiera le da un nombre propio, solo lo conoceremos por su apellido y por supuesto tampoco le dota de demasiada inteligencia, hasta llega a insistir en varios momentos que su intelecto brilla por su ausencia e incluso sus habilidades sociales; no es capaz de tomar decisiones en momentos cruciales de su vida lo que le hará realmente no terminar de profundizar con nadie, ni siquiera con las mujeres que se cruzan en su vida. Melzer parece un ser anodino antes de ir a la Primera Guerra, y cuando vuelve, esta falta de personalidad, o de conciencia de si mismo, será un rasgo definitivo de la Viena con la que se encontrará tras la guerra. En este aspecto, Doderer nos está describiendo la atmósfera de unos tiempos caóticos a través de un personaje como el de Melzer: no se implica, huye en los momentos cruciales y observa la vida como simple espectador. Hay un único momento en toda la novela en que Melzer parece tomar conciencia de sí mismo, pero siempre desde una postura irónica por parte de Doderer.
"Su brújula le ha guiado y puede y debe usted creer que le seguirá guiando. Si ve usted la equivocación con claridad y conforme a la verdad, pero no se rebela contra ella, sino que vive con ella, entonces ya no es una equivocación, puesto que ha ido a lo esencial.
Pero
todo conocimiento preciso le hace a uno fuerte; quiero decir con esto
que no hay que amedrantarse, porque esto da siempre energía para
soportar aquello con que se cuenta, sea como sea. Acaso solo hasta
ciertos límites. Pero estos no le han de afectar si se actúa a
tiempo. La vida no le arrollará inmediatamente según su
conocimiento o a causa de él, sino que le dará tiempo para gozar
del placer del conocimiento.
Debe haber goce en todo, este
se necesita para la vida, como el aire. En todo. Solo quien encuentra
placer domina la situación y viceversa. En la medida en que
encuentra placer en la situación, en la misma medida la domina: la
vida aun le ha dado tiempo. El placer es la voluptuosidad que nace
del maridaje de la vida con el conocimiento."
Las escaleras de Strudlhof es un edificio en forma de escaleras, que es un punto de referencia central para todos los personajes; en estas escaleras ocurren cosas, hay encuentros, desencuentros y de alguna forma es una construcción arquitectónica que simboliza la estructura de la novela en sí. Doderer que le da tanta importancia al espacio físico, a las construcciones, los edificios, las calles, quizás porque provenía de una familia de constructores, tiene muy presente durante la novela estos espacios que parecen engrosar un mundo aparte del resto de la humanidad o igual estas escaleras rocambolescas y definitivas también representaran el simbolo de dos mundos, tal como se conocían hasta ahora: el imperio austrohúngaro y esa nueva modernidad que estaba a punto de irrumpir acabando con todo. La verdad es que ha sido una novela complicada, que en muchos momentos no he sabido cómo ubicar pero realmente una vez terminada entiendo el concepto de novela que ha creado aquí Doderer: en Las Escaleras de Strudlof hay poca acción y sin embargo los personajes no paran de cacarear y hablar de los demás, de sí mismos, incluso al mismo tiempo que se está todo el rato estudiando el comportamiento humano. Una obra que está continuamente viva, en la que no se para de interactuar en una especie red social física y presencial, casi al mismo nivel que las redes sociales que conocemos ahora en las que nadie se conoce profundamente. En esta red social tan física y vivida, Doderer está continuamente estudiando el comportamiento humano en el que nadie parece profundizar, y sin embargo, el lector de la mano del autor cazará al vuelo ciertas reacciones a muchas acciones aparentemente superficiales, aunque el nexo común entre los personajes será el de la ruptura casi apocalíptica que supuso la Primera Guerra Mundial, que convirtieron en un trauma las diferentes concepciones de ver el mundo, de enfrentarse a él. Algunos nunca podrán procesar este punto de inflexión, otros se adaptarán…, de todo esto hablará Doderer en esta magnífica novela.
"Y por último le vino a las manos el libro que Mary Allern le había dado en los primeros tiempos de su amistad con ella. Lo abrió por las primeras páginas y leyó: ...cada una de mis circunstancias tenía peligros, y en lo que se refiere a ello aun hoy, en el siglo XX, hay selvas por todas partes..."
Melzer
cerró el libro, abrió la novela de Prevost y leyó: Oh
tenébreux et troubles, nos coeurs humains, même les plus
sincères.*..
En
el texto estas palabras ocupaban una linea en impresíón especial.
Melzer sintió que no existía relación alguna entre sus palabras y
su estado actual. Nada había oscuro dentro de él, nada confuso. El
tiempo al parecer se había serenado del todo.
El momento en que Melzer toma nota de su propia conciencia parece un milagro y llegado un punto Doderer está, intuyo, intentando expresar que todavía puede haber esperanza para el ser humano. Una novela compleja que no voy a negar que es imposible pillar en una primera lectura sobre todo por las conexiones y la forma en que encajan muchas de las historias y que sin embargo convierten su estructura en una novela adelantada a la época en que fue publicada en 1951. Y no voy a detenerme en describir la biografía de Heimito von Doderer pero investigando un poco se hace patente que debió ser medio autobiográfica. Reveladora y única en su retrato sobre el fin de una época.
La traducción es de Jose Miguel Saénz.
Pero lo peor para Melzer no era solo haber perdido algo, sino la posible pérdida de la sensación y de ardor, de un anhelo, de un contenido, por parte suya. Y en vez de considerarse liberado y frío, debido a que el estímulo disminuía, no se sentía frío y libre, sino asustado, angustiado; algo se había desgajado de él, y le faltaba dejándole un vacío.
De repente pensó claramente que hasta el presente no había podido imaginarse que llegaría a encontrarse en una situación en que era atraído, de manera tan incomprensible, hacia las más diversas direcciones; y a la vez advertía numerosas y pequeñas diferencias derivadas de aquella situación sin acertar a darles nombre y ni a colocarlas cada cual en su lugar, sino que eran como arena en los zapatos
Llegaba tarde a su propia vida.
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