Las fuentes, de Marie-Hélène Lafon
⭐⭐⭐⭐
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“Treinta años, tres hijos, una granja, una buena granja, treinta y tres hectáreas, una casa grande, un tractor, un establo, un mozo, una criada, un coche, el carnet de conducir. Suerte que tiene el carnet de conducir; su madre tuvo razón al insistir en que se lo sacara. Isabelle, Claire, Gilles. Los tres nombres salen siempre en sus listas; tres hijos, tres nombres, treinta y tres hectáreas, treinta años.”
Me apetecía mucho leer a esta autora francesa y tenía sus libros en la pila pero no sé por qué me la imaginaba del palo de Annie Ernaux, descarnada y seca, quizás por eso no me atreví antes, no porque no me guste la Ernaux sino porque no cualquier momento es bueno para leerla. El hecho es que las ideas preconcebidas no valen para mucho, y en este caso la sorpresa ha sido mayúscula sobre todo porque Marie-Hélène Lafon trata el tema fundamental, el de la violencia doméstica, con una cautela que le agradezco inmensamente. Aborda en esta novela, que más bien parece un relato, la vida de una mujer que cuando empieza su narración fragmentada, todavía no es muy consciente de sí misma, de su lugar en el mundo, simplemente la única certeza que tiene es de que hay algo que no está bien dentro de ella, quizás sea su conformismo lo que la hace sentirse más incómoda.
“Pronto cumplirán ocho años de casados; cuenta, dentro de seis meses y diecisiete días, se casaron el 30 de diciembre de 1959. No le gusta pensar en eso, no debe hacerlo. Ocho años de casada y cuatro años en la granja, aquí, lejos de todo, en el fin del mundo.
Su cuerpo pesa. Ella espera.”
Las Fuentes es una crónica familiar contada desde tres puntos de vista: el primero es el de la madre y esposa, relato que comienza en 1967. Claustrofóbico pero narrado con precisión, sin cargar las tintas, una narración fragmentada en el que la protagonista narra su día a día en una granja, una zona rural completamente aislada en la que apenas cabe relacionarse con nadie salvo el marido y los hijos, exceptuando la visita a los abuelos de los fines de semana. En esta primera parte, la autora irá colando poco a poco usando el monólogo interior de la esposa y madre, detalles que nos alertarán que la violencia de él hacía ella campa a sus anchas “Él no bebe. No puede tener solo defectos”. Y sin embargo, Marie-Hélène Lafon, lo desvela poco a poco fragmentadamente, no lo dramatiza, no lo exagera, solo difunde una cierta información pero en ningún momento exhibiendo el drama interior e íntimo de esta mujer. La claustrofobia está ahí para el lector. Al mismo tiempo que aquí todos tienen nombre, ella es la única a la que la autora no pone un nombre. Por otra parte para esta mujer las fechas, los números, las listas son muy importantes, quizá lo único en su vida que tienen una certeza, porque el resto de su día a día es pura incertidumbre “Se casaron un 30 de diciembre, muchas veces piensa que, al casarse con él, entró en una especie de invierno que nunca terminará.”
“No reconoce su cuerpo que atravesaron los tres hijos; no sabe en qué se ha convertido, se ha perdido entre los pliegues de su vientre cosido, devastado por las cicatrices de las tres cesáreas. Los brazos, los muslos, las pantorrillas y lo demás. Saqueado; su primer cuerpo, el primero, el de antes, está escondido ahí dentro, agazapado, enterrado. Él dice ya no te pareces a nada.”
De las tres partes en que la autora divide la novela, en la segunda y tercera abandona el punto de vista de la mujer sin nombre, y conoceremos el monólogo interior del marido, y en la tercera y ultima parte, el de la hija mayor, Claire, ya en 2021. La autora expone un trauma familiar en que las tres perspectivas están perfectamente delimitadas, quizás la grandeza esté en los silencios, en esos hijos que cuando eran pequeños captaron una atmósfera pero hasta que no se hacen adultos no han sido capaces de interpretarlo. En ningún momento Marie-Hélène Lafon está sobreexplicando este sentimiento, simplemente es a través de los huecos entre los silencios en que todo parece desvelarse. Las fuentes es una novela muy breve pero al mismo tiempo muy poderosa, muy precisa, en la que no solo se está retratndo una familia desde la íntimidad sino que se está hablando una época en la que solo cabía resignarse ante ciertos hechos. La forma en la que la mente de esta mujer sin nombre se va revelando en medio de la rutina del día a día, es quizás lo que más ha podido llamarme la atención. Una autora honesta que en todo momento es muy cauta a la hora de abordar el tema central, y lo consigue precisamente con la nitidez de una narración sin adornos pero profundamente íntima y reveladora.
La traducción es de Lluís Maria Todó.
“Está oyendo su propia voz y no la reconoce, es como si no fuera la suya, como si estuviera interpretando un papel. Su vida sería normal, mantendrían una conversación normal. Él es así; muchas veces, después de los peores momentos, al cabo de dos horas, aquella misma noche o a la mañana siguiente, parece como si no hubiera pasado nada, como si lo hubiese olvidado todo, como si aquello no hubiese tenido lugar…”
Lo hemos comentado alguna vez, creo, los mejores libros son esos que no van da nada. Las vidas anónimas, la sorpresa de estar en el mundo y contarlo.
ResponderEliminarSí, es justo así. Y esta novela es el ejemplo perfecto, sobre todo porque como lector tienes que intuir, bucear entre líneas y ¡qué bien escribe esta mujer!. Me he conseguido todo lo que ha editado Minúscula de ella q espero q como mínimo sea como éste de bueno. Gracias Beau :)
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