Peregrino transparente, de Juan Cárdenas

 


 ⭐⭐⭐⭐

 ♫♫♫ No soy del Valle, Nidia Góngora ♫♫♫


"Los mitos dan mil vueltas para contar lo malas y retorcidas que eran las mujeres y la cantidad de trucos mágicos que les toca hacer a los hombres para dominarlas. Al final, cuando se imponen en esa guerra de los sexos, los hombres descubren que no pueden acabar con el principio de lo femenino, porque eso es algo que está inscrito en el bosque y la ley del bosque es más grande que la ley de los hombres."


A estas alturas tengo ya una cierta debilidad por este tipo de novelas a medio camino entre la novela de aventuras, el diario antropológico, el ensayo artístico, párrafos que se convierten en poesía o simplemente un ejercicio de reflexión de paseantes, o peregrinos que se pierden en un limbo entre el pasado y el presente. Sin embargo estos tintes sebaldianos de Peregrino Transparente en forma de desfile fantasmal de un pasado que está más presente que nunca, me remite sobre todo cine de Lisandro Alonso, cuya narración visual es también esa lucha entre presente y pasado: el cine de Lisandro Alonso tiende puentes, elípticos a veces, o en forma de la propia naturaleza para enlazar este pasado histórico casi fantasmal con la reflexión del aquí y ahora, así que durante la lectura me encontraba en muchos momentos visualizando esta novela e imaginándola en una película de este cineasta. Hay un párrafo muy extenso durante la novela, en el que más que nunca, me lo recuerda. Los puentes colgantes que descubre Henry Price abriéndose paso en la selva, sirven como metáfora sobre todo a la hora de enlazar este pasado histórico continuamente desvelado con el mundo contemporáneo: la naturaleza no es que esté continuamente presente, es precisamente el personaje principal de esta novela hipnótica.


Hay un pasaje del libro de Ancízar donde se habla acerca de una clase de puentes colgantes muy peculiares fabricados por los indígenas. En un país donde los caminos eran y siguen siendo precarios, donde las obras públicas se caen a pedazos o directamente no existen, las gentes que viven en los parajes remotos se las han arreglado desde hace siglos para transportarse, de maneras muy imaginativas.

Tal es el caso de ese puente colgante que los miembros de la Comisión deben cruzar para llegar a la orilla opuesta del caudaloso río Cantino y que Ancízar describe como una maravilla. A flor de agua, escribe, aprovechando la inclinación natural de dos inmensos árboles que extienden sus ramas frondosas hacia el centro del río, los constructores consiguen entretejer un armazón central (...) La imagen de las tenebrosas aguas se filtra por las grietas entre los travesaños a medida que la expedición entera hace equilibrio sobre la maroma de palos.

Ancízar está asombrado por esa cosa que parece un organismo vegetal en tránsito de volverse máquina, ingenio mecánico. Ahora bien, se pregunta Ancízar, ¿es esto una máquina propiamente dicha? ¿No son precisamente ingenios, o sea, engaños que alteran el curso de la naturaleza? Ese puente colgante, parece obedecer a un concepto diferente de la máquina.

Lejos de querer someter a la naturaleza, el puente tiende un puente con ella, valga la redundancia. El puente ya no es una metáfora, es un concepto desnudo, una literalidad encarnada. El puente se amarra a la naturaleza, que de todos modos sigue oculta y no deja ver su verdadero rostro, el puente la persuade y confunde sus intenciones con las de ella. Ese puente, tanto construido como cultivado, es lo más parecido a observar un manojo de nervios."


Es un pasaje hermosísimo este de los puentes colgantes porque a mi entender refleja a la perfección en lo que se va convirtiendo esta novela mezcla de géneros y que sirve como excusa para ir imaginando un país, no solo a través de un paisaje entre imponente y fantasmal sino como reflejo del mundo contemporáneo: la dominación colonial y en lo que ha desembocado, la naturaleza al más puro estilo Cormac McCarthy, testigo de todo lo que acontece a medida que a su vez es sacrificada por esta modernidad y la obsesión por dominar del hombre blanco. Para ello, Juan Cárdenas “inventa” a Henry Price, un pintor inglés al servicio de la Comision Corográfica, que es una expedición científica que recorre Colombia en 1850 con el objetivo de cartografiar la geografía del país, sobre todo la etnográfica, la humana. Era imprescindible contar con un pintor como Henry Price para ir visualizando y memorizando a través de sus dibujos, esta peregrinación. Henry Price sin embargo comienza a obsesionarse con un artista local cuya identidad es un misterio total y que pareciera una leyenda urbana. A medida que esta expedición avanza, Price convierte su búsqueda en una especie de aventura de aprendizaje no solo del entorno que se va encontrando, sino de sus propios demonios interiores.


Price comprende con total lucidez que la velocidad de transformación del mundo es superior a su capacidad de raciocinio y siente vértigo. Incertidumbre. Algo de miedo. ¿Quién podría explicarme todo esto? ¿Quién sería capaz de contarlo debidamente, ponerle algo de orden en un relato coherente?
Es imposible seguir el ritmo del mundo, dice Price en voz alta.


La novela que está dividida en tres partes, cambia de registro en varios momentos. En esta primera parte camuflada entre novela de aventuras, y expedición cartográfica que sirve de excusa a Price para indagar en la figura de este pintor misterioso, Juan Cárdenas la salpica de pequeñas micro-historias que poco a poco se van ensamblando tal como ese manojo de nervios del párrafo del puente colgante. La segunda parte es una especie de pieza experimental y poética, que sirve como puente para enlazar esta primera parte con la tercera y última, cinco años después en 1855, Este bucle intermedio sirve como elipsis en el que el tiempo se fragmenta y a su vez se ramifica en otras historias. Tanto Henry Price como ese pintor misterioso al que buscará obsesivamente por su habilidad para inmortalizar esta naturaleza, le sirven a Cárdenas como excusa para jugar con las estructuras narrativas a través de las pequeñas historias y por la forma en que el lenguaje se va desplegando, sin pudor.


"Lo que sucede en una de esas islas afecta las demás. Por eso en aquellas zonas la gente no suele decir que llegó el invierno, sino que hace invierno. No es una estación fija del año, es una escena transitoria donde el mundo cambia de vestuario a una velocidad asombrosa y no es fácil describir como los cuerpos, y sobre todo, las almas, reaccionan a ese teatro de transformaciones." 


Así que se puede decir, que Juan Cárdenas está continuamente resaltando la construcción de un país a través del uso del lenguaje y de una estructura narrativa siempre cambiante, que me recuerda también a la obsesión de Danilo Kis o Isaac Babel para inmortalizar las pequeñas historias, para que estas historias anónimas no sean olvidadas y ensombrecidas por los grandes hechos históricos. Es una novela fascinante por cómo se va desplegando desde su inicio cuando parece un diario personal  “En estos días he dejado que mi cabeza se pierda en una fantasía irresponsable, sin ningún propósito intelectual…”, en el que parece que va a ser justamente eso, una novela diario personal para poco después construir todo una novela de aventuras en la que se camuflarán  las reflexiones filosóficas mimetizándose a su vez en un libro de relatos en la que la mitología local jugará un papel esencial. La memoria como ejercicio de supervivencia continua.


"O al menos el miedo a la muerte ha quedado completamente sepultado debajo de un temor mucho mayor: el miedo a ser desenmascarado como un farsante, el miedo al rídiculo. Prefiero morir, dice en voz baja, prefiero mil veces la muerte antes que pasar una vergüenza semejante."

 

 

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