Vuelo a la sombra, de Anna Ruchat

 


⭐⭐⭐⭐⭐

 ♫♫♫ Ladies And Gentlemen We Are Floating In Space - Spiritualized ♫♫♫

 

 

El mundo está lleno de indicios de su presencia, basta con buscarlos, basta con querer encontrarlos, piensa la niña.”


Me maravilla todo lo que logra condensar en solo 72 páginas Anna Ruchat, una autora y traductora suiza de la que no había oído nunca nada y sin embargo, ahora después de llegar a ella gracias a la editorial Pre-Textos, este libro sencillo e intenso al mismo tiempo, se puede haber convertido en uno de esos libros que ya formarán parte de mi vida. En un estilo reservado, conciso, pero intenso por lo que cuenta, Anna Ruchat hace emerger un fantasma que llevaba años desaparecido, un hombre que había estado agazapado entre sombras desde su infancia, una entidad abstracta, que a fuerza de inventarlo, de buscar, de rememorar, le consigue dar una identidad y resucitarlo para nosotros, pero sobre todo para ella. Anna Ruchat nos habla de su padre, muerto a los veinticinco años en un accidente mortal cuando pilotaba un avión militar, y para ello inventa a un niña, que es ella misma, a la que pone el nombre de Sofía que ya con ocho o diez años, intenta ensamblar esa ausencia tan abstracta aunque muy presente porque sigue esperando una figura paterna de la que no solo no recuerda nada sino que no tiene entidad propia.


Es un principio de dolor. Pero ese dolor es un robo y Sofía no lo quiere sentir. Es como si fuera el dolor de otro que ella ha usurpado. Se lo explicó la mamá: ella era demasiado pequeña, ella no tiene recuerdos y por lo tanto no puede tener nostalgia, no puede sentir la falta de una cosa que nunca tuvo. La nostalgia, la falta son el verdadero dolor de la pérdida. Por eso ese dolor suyo es insensato.

[…]

Solo la mamá experimenta auténtico dolor, ese agudo y cortante de la tragedia. La causa principal del accidente Sofía lo sabe y por eso no quiere perderla de vista, tiene miedo de que en su ausencia pueda olvidar incluso por un solo instante la peligrosidad del dolor, la causa principal del accidente, que el dolor pueda atacarla por la espalda y llevársela.”


A estas alturas de mi vida lectora, lo que de verdad me seduce es el cómo más que el qué y en Vuelo en la sombra noto más que nunca lo importante que resulta la estructura narrativa para tocar según qué temas, una estructura que Anna Ruchat decide dividir aquí en tres partes y en cada una de ellas, el acercamiento a la ausencia de este padre es diferente, desvelando poco a poco y dando forma a este hombre del que en un principio no sabemos absolutamente nada, porque realmente la niña no tiene herramientas más que las de haber sido educada por una madre que ha continuado con su vida, que parece haber dejado atrás el dolor de la pérdida, lo que de alguna forma la hace entrar en un conflicto desde pequeña, por esto me parecen tan interesantes las tres perspectivas que usa aquí la autora para darle identidad a este hombre:


En esta primera parte, Cántico de Sísifo, Anna Ruchat se apoya en el mito de Sísifo de Camus para abordar la vida de una niña desde la ausencia de ese padre. En un principio parece solo un relato desde el punto de vista de Sofía, una niña que vive sola con su madre, arquitecta, relatando su día a día. Sofía, insegura quizás por ese trauma infantil que no es capaz de definir, necesita la presencia continua de su madre, incluso cuando pierde de vista de noche esa luz encendida, una especie de ancla de seguridad que le asegura que su madre tampoco va a desaparecer. “Sofía de noche duerme, pero si se despierta y mamá no está a su lado se levanta del apartamento no grande, porque de allí se ve la luz de la habitación donde trabaja mamá. Una lámpara con brazo de metal, fijada a la mesa con un tornillo, ilumina un tablero apoyado sobre caballetes. El brazo, un hombro, una mano de la mamá. La mamá de noche mientras trabaja escucha Mozart en discos de vinilo o en cintas grabadas.” En este primer texto, se va desvelando que no solo la vida de Sofía se ciñe a su madre, sino a las visitas a los abuelos, a las salidas, a los primeros encuentros en el colegio…, es un día a día contado desde la perspectiva de una niña que otea el mundo desde una inseguridad que le proporcionan los adultos de su entorno A menudo los adultos de esa casa están tensos, irritados, como si cada uno esperase del otro algo distinto de lo que recibe.” Lo que destaca esta primera parte son los interludios en cursiva que Anna Ruchat inserta en el relato fragmentado de la niña: el informe técnico del accidente de su padre mientras perdía altura en su avión. Ruchat inserta frases de este informe, repetitivas, a veces aislando palabras e insertándolas justo en medio del relato fragmentado de Sofía. Esto lleva al lector a hacerse una idea sobre lo que le ocurrió a su padre realmente, y aquí es donde entra Camus, quizás la sospecha de un suicidio…


No es que yo sea joven, sino que hay en mí algo roto, inadecuado y defectuoso. Vuelo porque no sé caminar entre la gente.

...mientras que yo no me siento nunca a la altura de las circunstancias: los demás seres humanos me intimidan y me abochornan, en todas las situaciones me quedo en el umbral y trato de disimular con el silencio mi inadecuación. Necesito continuamente salir de mi universo; no trasladarme, ir a otra ciudad, a otro país, sino alejarme del circulo de las cosas humanas por mi conocidas; busco la soledad, en cierto sentido busco la concentración, para evitar perderme, despedirme. Por eso me gusta nadar. Y volar: la cabina es un pequeño mundo estable y tranquilo.


En la segunda parte titulada El Viraje, nos encontramos con André Ruchat, el padre, en un monólogo interior en el que narrará su relato del accidente. Aquí ya ha cambiado el tono y el fantasma del padre de la primera parte, se ha convertido en un hombre real, con sus miedos, sus dudas. La fuerza de este personaje, llegado un momento dado, nos hace plantearnos hasta qué punto este relato se puede corresponder con la realidad o ha sido una forma por parte de Anna Ruchat de la necesidad de inventarlo porque la fuerza de esta ausencia ha sido tan palpable durante toda su vida, que  al transmitirlo en este libro, le ha dado vida a un hombre que nunca conoció. Es el relato en primera persona de un hombre durante las últimas horas de su vida.


Ya está oscuro y debe de hacer incluso mucho frío aquí entre las montañas. Pero yo no siento frío. Ni hambre ni sueño. No siento nada. Se está bien así, sin dolor. Sin melancolías ni carencias y sin esperanzas.”


En Tiempo de la espera, el tercer y último capítulo, una Sofía ya adulta, o se puede decir que la misma Anna Ruchat, se propone investigar el accidente de su padre, De golpe la figura abstracta que dominaba desde la infancia todos mis pensamientos podía trazarse en los papeles: fechas, lugares, horarios…”. Recibe una maleta con documentos, cartas, fotografías de su familia paterna y a partir de aquí, se decide buscar las huellas que la llevarán hasta el lugar del accidente y a los archivos militares. Y realmente resulta un viaje fascinante por cómo un hombre fantasma en la mente de una niña, se ha convertido ya en un ser de carne y hueso cuando ha acabado la novela.


Cuando un avión se vuelve loco, escribe William Langewiesche, los pilotos tienden a pensar no en Dios ni en sus vidas, sino en soluciones, así tiempo y espacio se dilatan. Langewiesche escribe más adelante citando a J.B.Jackson: Se abandona la perspectiva usual, el modo usual de ver y sentir el mundo, en la fase de impulso nos convertimos en el centro de un universo móvil y abstracto. Todos los nervios, todos los músculos del cuerpo están involucrados. Si logramos aprovecharla, es una experiencia casi mística: por un instante la identidad parece a punto de desvanecerse.”


Identidad y memoria. Se podría decir que esta sencilla y gran novela de apenas 72 páginas es el vuelo de una hija en torno a la sombra de un padre ausente, una sombra que llegado un momento, deja de serlo porque ha llegado a conocerlo. Anna Ruchat explora y reflexiona sobre sí misma, su vida en forma de una estructura literaria que fluye, hipnótica, que huye de sentimentalismos y que sin embargo resulta fascinante por como consigue evitar el efecto dramático. Quizás el secreto esté en la voz de esta niña que lo observa todo sin entender pero que a su vez capta lo intensa que puede resultar la ausencia de alguien, que estará ya impregnada no solo en cada rincón de la casa, sino en cómo actuarán las personas de su vida. Antes de que empiece realmente esta novela, hay una especie de prólogo titulado Salmo de Servicio, que puede resultar ininteligible para el lector, y sin embargo, una vez terminada esta pequeña joya, si retrocedemos y lo volvemos a leer, entenderemos ya todo. La figura fragmentada de André Ruchat, el padre de Anna, está ya frente al lector. Dejó de ser un fantasma. Maravilla.

La traducción es de Pablo Ingberg.


La espera es un pensamiento libre de todo género de conexión, una cinta extendida entre cielo y tierra. La niña se concentra y no sale de sí misma. Alrededor suceden cosas, ella está presente, pero su horizonte es todo interno.”

 

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