Los Años de Espera, de Fumiko Enchi

 

 ⭐⭐⭐⭐

 "Era una adolescente de quince años sacrificada por el bienestar de su familia, y lo único que le habían dicho era que entraría al servicio de la familia Shirakawa de Fukushima y que sería para siempre. Tenía que atender al señor como su servidora, pero nada le habían dicho sobre la naturaleza del servicio."

Lo primero que se me ocurre al comentar esta novela es lo valiente que fue Fumiko Enchi  al escribirla y publicarla en 1957. Tengo entendido que fue un trabajo de ocho años y que está directamente inspirada en su abuela, pero así y todo, que en esa época y en Japón viera la luz una historia que hacia referencia directa al trato que se veían obligadas a soportar las mujeres entre las cuatro paredes de la vida doméstica, con una figura masculina que era quién tomaba las decisiones y disponía de ellas a su antojo, imagino que debió levantar ampollas. Fumiko Enchi da voz a esas mujeres, siempre silenciadas y convierte su historia en una novela eminentemente feminista aunque en aquella época, no creo que ni siquiera se la considerara como tal.

Los Años de Espera está ambientada entre finales del s.XIX y principios del XX en plena era Meiji, que fue el periodo en el que Japón empezó a modernizarse y a occidentalizarse. El hilo conductor es el personaje de Tomo, la esposa de un alto funcionario descendiente de samurais, Yukitomo Shirakawa, y la novela empieza justo cuando su marido le cuenta que ha decidido tomar una concubina y le pide a Tomo que le encuentra una jóven adecuada, claro que el pretexto es no hacerlo frente a la galeria (aunque era una costumbre muy extendida) sino bajo la excusa de que buscara una sirvienta. Tomo se enfrenta a un dilema pero como esposa sumisa que es, se pone manos a la obra y encuentra a Suga, una jovencita de quince años, cuyos padres están medio arruinados y de esta forma la compra. Desde este momento y durante los siguientes treinta años de su matrimonio, Tomo se enfrenta a situaciones complicadas, y que quizás ahora con nuestra mentalidad occidental nos resulte difícil entender, pero Fumiko Enchi nos demuestra que no era algo inusual en aquella época. Tomo ha sido educada como la mayoría de las mujeres de su generación, para mantener el hogar unido y tener a su marido contento y si entre las decisiones del hombre de la casa, era tener concubinas, ella no podía negarse porque si no, hubiera peligrado la seguridad suya y la de sus hijos.

Pese a que Shirakawa demostraba apreciarla como si fuera una joya singular, la sensación de que la habían robado, de que era una cautiva, embargaba todavía el corazón de Suga, por lo que su belleza, aunque a ella le pasara desapercibida, era una belleza ensombrecida, como la de las flores de cerezo en un día nublado.”

La novela aunque apenas tiene doscientas páginas, cubre los últimos treinta años del matrimonio de Tomo y Yukitomo, y somos testigos cómo a lo largo de la novela se suman a la historia, concubinas, hijos y nietos, todos formando un universo doméstico que aunque en apariencia son una familia respetable, en su fondo algo huele a podrido. Tomo se ve obligada a renunciar a su propia dignidad para mantener las apariencias de una sociedad que aunque es verdad que estaba cambiando, ciertos cánones sociales antiguos se mantenían aférrados al código feudal para mantener los privilegios de ciertos hombres.

Dentro de la dureza de algunas escenas a mí me ha parecido una novela fascinante y totalmente necesaria que pone sobre el tapete el sacrificio de muchas mujeres a lo largo de la historia, no solo en Japón: a ellas siempre les tocaba la peor parte. Es una novela dura por cómo la autora te hace enfrentarte al hecho de que las mujeres, niñas de esta historia, eran una simple moneda de compraventa, de uso y destierro, pero al mismo tiempo Fumiko Enchi también te enfrenta a un personaje como Tomo sin juzgarla, haciéndonos comprender que la supervivencia es un hecho insustancial del ser humano.

En este sentido, ya había dejado de ser la esposa que obedece a su marido con una fe incondicional en el criterio de éste, y poco a poco estaba adquiriendo la capacidad de verle con imparcialidad, como si fuese una persona ajena. Carecía de estudios, nunca le habían enseñado a comprender a otro ser humano desde un punto de vista intelectual y por naturaleza era incapaz de actuar dejándose llevar por el instinto. Este rasgo era el único que le había permitido mantener una férrea fidelidad al código feudal de moralidad femenina y considerar como su ideal a la esposa casta a la que no le disgusta ningún sacrificiio por su marido y su familia. Pero ahora experimentaba una inequívoca desconfianza hacia el código que había sido su credo indiscutido”.


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