El sobrino de Wittgenstein, de Thomas Bernhard

 


 ⭐⭐⭐⭐

 "Los llamados médicos psiquiatras designaban la enfermedad de mi amigo unas veces de esta forma y otras de aquélla, sin tener el valor de reconocer que para aquélla como para todas las demás enfermedades, no hay calificación correcta sino siempre, únicamente, designaciones equivocadas, siempre engañosas, porque a fin de cuentas, como todos los demás médicos, se facilitaban las cosas y, en definitiva, se las simplificaban de un modo criminal, al menos designando una y otra vez las enfermedades de forma equivocada. A cada instante pronunciaban la palabra maniaco, a cada instante la palabra depresivo y en todos los casos era siempre falso."

Con la excusa de la enfermedad y la muerte, Thomas Bernhard construye aquí una novela, o relato semiautobiográfico en torno a la amistad. A priori podría parecer que el tema vaya a resultar negro u opresivo pero es justo todo lo contrario por la forma en la que Bernhard conduce al lector a través del relato sobre el amigo y sobre sí mismo. Es mi primera aproximación a Thomas Bernhard (otra bestia parda que me tenía aterrada) y el resultado ha sido otra bomba inesperada en la forma de un nuevo autor al que seguir.

Leyéndola me preguntaba cuánto podría haber de ficción en esta narración porque aunque Bernhard nos hable de su relación con su amigo Paul Wittgenstein, lo que hace mayormente es exponerse a sí mismo frente a nosotros, es cierto que también es un maravilloso embaucador y que a través de esta prosa casi musical, conduce al lector de un tema a otro casi sin respiración. La excusa de la enfermedad es la puerta de entrada a la historia porque Thomas Bernhard coincide en el mismo hospital en las afueras de Viena con su amigo Paul. Thomas sabe que su amigo está internado en la sección de psiquiatría y a partir de ahí construye toda una red de anécdotas, memorias, reflexiones, y recuerdos en torno a un amigo que fue quizá la persona de la que más cerca estuvo, exceptuando a su mujer.

"Si yo tenía amigos en casa, él daba paseos con esos amigos y conmigo, de mala gana, pero los daba. Tampoco yo soy paseante, durante toda mi vida solo he ido a pasear de mala gana, siempre he ido a pasear de mala gana, pero voy de paseo con mis amigos, y de tal forma que esos amigos creen que soy un paseante apasionado, porque voy de paseo echándole tanto teatro que se asombran. No soy en absoluto paseante, y tampoco soy amigo de la Naturaleza ni conocedor de la Naturaleza. Pero cuando estoy con amigos ando de tal manera que creen que soy paseante y amigo de la Naturaleza y conocedor de la Naturaleza. No conozco en absoluto la Naturaleza y la aborrezco, porque me mata. Solo vivo en medio de la Naturaleza porque los médicos me han dicho que si quiero sobrevivir, tengo que vivir en medio de la Naturaleza, y por ninguna otra razón. Realmente me gusta todo, salvo la Naturaleza, porque la Naturaleza me resulta siniestra y he aprendido a conocer su maldad y su implacabilidad en mi propio cuerpo y en mi propia alma..."

Thomas y Paul se habían conocido en un concierto a través de un amigo común y a partir de ahí descubren que están conectados mentalmente, se entendieron desde el primer momento casi sin necesidad de palabras. Esto los llevó a una amistad que duró doce años hasta que uno de los dos murió primero. Bernard recorre el camino desde el momento en que se conocieron en un concierto musical hasta el final de sus días, y nos hace comprender por qué Paul fue una persona tan importante en su vida: un tipo salvaje, brillante, que pertenecía a una de los familias más ilustres de Austria, sobrino del filósofo Ludwig Wittgenstein compartía con su tio esa sensibilidad exuberante por una forma de vida que avergonzaba a su ilustre familia. Todo esto y más está perfectamente reflejado en las memorias de Bernhard, quizá lo que más me ha impresionado es la forma en la que Thomas Bernhard se expone y se desnuda mostrándonos esta relación íntima a lo largo de los años con su amigo Paul.

"En el pabellón Hermann y, en fin de cuentas, con el miedo a la muerte, tuve conciencia clara de lo que valía realmente mi relación con Paul, en verdad la más valiosa de todas mis relaciones con hombres, la única que he podido aguantar más que el tiempo más breve y a la que de ningún modo hubiera querido renunciar. Ahora tenia miedo de repente de aquel hombre, que de repente se había convertido en el que me estaba más próximo, miedo de que pudiera perderlo y, de hecho, de dos maneras: a causa de mi muerte y lo mismo a causa de la suya, porque tan cerca como estuve yo en esas semanas y meses de la muerte, de lo que al fin y al cabo me daba cuenta yo mismo, estuvo él de la suya en el pabellón Ludwig."

Y ahora llegamos a la madre del cordero, el estilo de Thomas Bernhard que me ha embaucado totalmente. Confieso que al principio me tenían algo aturida esos párrafos largos que no se acababan nunca y que cuando los terminaba, tenía que volver a releerlos, pero todo tiene su sentido. Al principio puede parecer repetitivo pero poco a poco te vas dando cuenta de que desarrolla la esencia de una idea muy sutilmente con una cadencia musical que te va envolviendo. Cuando repite un concepto, una frase, lo hace siempre añadiendo un poco de información más lo que obliga al lector sediento a llegar hasta el final del párrafo buscando la conclusión de esa idea central (es algo muy parecido a lo que hace Javier Marías), pero Bernhard lo lleva hasta las últimas consecuencias. Se repiten palabras e incluso frase, siempre con una pequeñísima diferencia en forma de coma o de otra palabra añadida, deconstruye la esencia de la idea, y va construyendo una especie de bucle en el que el lector se ve completamente inmerso. La musicalidad de la prosa crea un rollo envolvente con el que si conectas resulta de lo más fascinante.

En definitiva, que esta primera aproximación a Bernhard ha resultado de lo más gratificante: esa melancolia soterrada, el humor negrísimo de Bernhard despotricando contra todo, la vulnerabilidad y la ternura cuando habla del amigo, y sobre todo la forma en que al autor se da a a conocer y  se desnuda frente a notros, me han conquistado completamente.

La traducción es de Miguel Saénz.

"...fuimos a parar los dos al mismo tiempo a la Wilheminenberg y, en la Wilheminenberg profundizamos en nuestra amistad. Después de muchos años de abstinencia involuntaria de amistad, tenía otra vez de repente un auténtico amigo, que comprendía hasta las escapadas más demenciales de mi cabeza, sin embargo muy complicada y por lo tanto nada sencilla, y se atrevía a dejarse llevar por las escapadas más demenciales de mi cabeza, de lo que todos los demás de mi entorno nunca fueron capaces, porque la verdad es que no estaban nada dispuestos a ello."

 

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