Sofía Petrovna, una ciudadana ejemplar, de Lidia Chukóvskaya

 



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♫♫ ♫  All or None, Pearl Jam   ♫♫ ♫

 

 “Si Sofía Petrovna no dormía por la noche, todas las horas y todos los minutos del día le resultaban idénticos. La luz le hería los ojos, le dolían las piernas le pesaba el corazón. Pero si conseguía dormir durante la noche, el instante mas penoso era, sin duda, el que seguía al despertar. Cuando abría los ojos y veía la ventana, el respaldo de la cama, su vestido sobre la silla, durante un segundo no pensaba en nada salvo en estos objetos. Los reconocía: la ventana, la silla, el vestido. Pero al instante siguiente en algún punto de la zona del corazón le asaltaba una congoja, parecida a un dolor, y a través de la bruma de este dolor, se acordaba súbitamente de todo…”


Vengo de leer Inmersión de Lidia Chukóvskaya que es una obra situada en 1949 bastante después de las purgas estalinistas, contada por una mujer que tras doce años de sucederse los hechos, por fin se admite a sí misma que estas purgas asesinaron a su marido. Inmersión es una obra introspectiva e íntima que funciona con la memoria como base. Se podría decir también que Inmersión puede funcionar como una segunda parte de esta Sofia Petrovna en cuanto a argumento, porque aquí las purgas no están en off como en Inmersión sino que los hechos se están viviendo en vivo y en directo. Sofía Petrovna quizás sea de las pocas obras que nos ha llegado de esa era de terror que se denominó como la Gran Purga, que se escribió justo en el momento en que fueron ocurriendo los hechos, sobre la marcha, con los acontecimientos frescos en la mente, sin que la memoria interviniera: de esta manera es una obra que transcribe la atmósfera de terror del momento tal cual desde la primera linea de vida. Lidia Chukóvskaya escribió Sofía Petrovna totalmente en secreto entre 1937 y 1940 durante el terror que le supuso la desaparición de su marido y fue narrando esta obra en un cuaderno escolar y escondiéndolo sobre la marcha, consiguiendo traspasarlo en sucesivos escondites hasta que décadas después pudo ver la luz. Se puede decir que Sofía Petrovna es una autobiografía camuflada de ficción porque Lidia Chukóvskaya necesitaba buscar consuelo desesperadamente a esa atmósfera de claustrofobia opresiva sin salida en la que se encontraba, así que que creó a un personaje llamado Sofía Petrovna a la que la purga estaliniana le hace desaparecer un hijo, del mismo modo que esta era hizo desaparecer al marido de Lidia Chukóvskaya.


- A mi hijo no lo enviarán a ninguna parte -dijo Sofía Petrovna con un tono de disculpa. La verdad es que él no es culpable. Lo arrestaron por error.

- ¡Por error! Pero si aquí están todos por error, ¿no lo sabe?”


La Sofía Petrovna del titulo tal como afirma el subtítulo, es una ciudadana ejemplar, una mujer soviética normal y corriente, feliz dentro de su vida ordenada sin problemas. Trabaja en una editorial mecanografiando manuscritos y es viuda de un médico y tiene un hijo, Kolya, que a su vez ha educado como al perfecto ciudadano soviético, estudiante de ingeniería, nacido con la revolución, culto, inteligente y siempre crítico con los enemigos de la revolución y del sistema. Durante la primera mitad, esta novela puede resultar hasta aburrida dentro de esta “vida feliz” que lleva Sofía Petrovna, que no cuestiona nada, piensa que si se atiene a las reglas del sistema, todo fluirá dentro de un status quo perfectamente organizado. Sin embargo, a partir de la segunda mitad, la atmósfera va cambiando y se va volviendo opresiva porque nuestra heroína verá que en su entorno algo va cambiando: gente es arrestada, gente de su entorno, médicos que conoce, profesores… pero como perfecta ciudadana soviética siempre acaba pensando que si han sido arrestados algo habrán hecho, el sistema siempre tiene razón así que dentro de sus dudas, se obliga a continuar con su vida, sin cuestionar absolutamente nada. Pero justo en el momento en que su hijo, que trabaja en una fábrica como ingeniero, también es arrestado, es el momento en que la novela se enrarece y cae en picado en una especie de atmósfera kafkiana en la que somos testigos de cómo la mente de Sofía Petrovna sufre una giro y entra en conflicto con ella misma. ¿Cómo es posible que su hijo, perfecto ciudadano soviético, haya sido arrestado?? ¿Qué puede hacer ella, cómo puede recabar información?? Por supuesto, que su hijo debe ser inocente porque a Sofía Petrovna no le cabe en la cabeza que un perfecto régimen soviético hagan desaparecer a ciudadanos ejemplares cuando existen leyes y tribunales que los protegen…



"Aprendió a determinar a primera vista quién en la calle Chaikovski, no era un simple viandante , sino alguien que hacía cola; incluso en el tranvía adivinaba por la mirada quién de aquellas mujeres se dirigía a la puerta de hierro de la cárcel."



Esta novela muestra la realidad de la Gran Purga de Stalin, desde la voz narrativa de una mujer que la vivió en el momento, no en carne propia sino a través de la ausencia de alguien de su vida, pero quizás lo que resulte más interesante de lo que nos muestra aquí Lidia Chukóvskaya sea la mente de una persona intentando ajustarse a una dicotomía que la hace sentirse totalmente perdida y huérfana: ¿qué diferencia hay entre lo que sabes y lo que crees? ¿lo que crees se ajusta a la realidad o realmente has vivido en un sueño y cuando despiertas te encuentras aceptando que la realidad es una pesadilla?? Sofia Petrovna tiene un conflicto: cree que el régimen es incapaz de no respetar las leyes arrestando a personas inocentes, y al mismo tiempo sabe que su hijo es un ciudadano soviético ejemplar… así que ¿cómo puede ella gestionar este conflicto? Es este estado mental de Sofía, que la hace caer en picado en una especie de pozo sin fondo, el que resulta tan revelador en una novela como ésta porque Lidia Chukovskaya estaba hablándonos de ella misma a través de Sofía Petrovna…


Cuando volvía a casa después de sus estériles tentativas de encontrar empleo, tenía miedo de mirar la mesa de su habitación: ¿acaso habían dejado allí una notificación de la policia? ¿La habían citado para quitarle el pasaporte y deportarla? Tenía miedo cada vez que sonaba el timbre: ¿y si venían a confiscarle sus bienes?”



Es en este estado mental de Sofía donde reconocemos la auténtica realidad de la época que estaba narrando la autora, en las esperas buscando explicación a la desapariciones, en las continuas colas que nunca avanzaban, en los días que se sucedían sin respuesta, en un silencio tóxico perfectamente controlao por el régimen soviético realzando el terror, en la burocracia soviética creando oficinas “ficticias” que nunca daban respuestas salvo para deportar o hacer desaparecer a su vez a los familiares que hacían estas colas interminables, o donde el mismo vecino se convertía en espía pudiendo ser denunciado en cualquier momento por cualquier nimiedad doméstica .


Sofía Petrovna se había enterado de muchas cosas en las últimas dos semanas: supo que era preciso apuntarse en la cola la la víspera por la noche, hacia las once o medianoche; supo que a las familias de los arrestados los enviaban fuera de Leningrado y que el billete de viaje no era un papel con el que te enviaban a un balneario, sino a la deportación.


"Ya sabía, al salir de casa después de un breve sueño, que fuera donde fuera se encontraría con mujeres, mujeres, mujeres, viejas y jóvenes, con pañuelos y sombreros, solas o con bebés y niños de tres años, niños llorosos de cansancio y mujeres silenciosas, asustadas, taciturnas...cuando cerraba los ojos, veía rostros, rostros y más rostros."


En los últimos tiempos Sofía Petrovna había visto muchas colas, pero nunca una como ésa. Había gente de pie, sentada, acostada en todos los escalones, en todos los rellanos, en los alféizares de esa inmensa escalera que unía cuatro plantas. Era absolutamente imposible subir sin pisarle la mano o el vientre a alguien. En el pasillo, cerca dela ventanilla y junto a la puerta del despacho numero 7, la gente estaba apretujada como en un tranvía. Eran los afortunados que habían llegado ya a la cabeza de la cola.”


La prosa de Sofia Petrovna no es tan poética como Inmersión porque se presenta directa, sin recovecos, como si de un informe se tratara, y ya en la segunda parte, la desesperación que se adivina es la que le proporciona el ritmo y la atmósfera. Lidia Chukóvskaya huye de cualquier rasgo sentimental o dramático y construye una novela que no da tregua en lo que expone con sequedad casi telegráfica. Cuestiona a través de su experiencia, no entra en explicar lo que el fue el Gran Terror estalinista pero sí que nos da los hechos para que entendamos que este texto salió de las entrañas de una mujer desesperada y cuya única vía de escape fue escribiendo lo que sentía. Tras Sofia Petrovna, es imprescindible leer, Inmersión, poética e introspectiva, dos caras de la misma moneda escritas por una autora interesantísima que supo plasmar el terror de los tiempos que vivió.

La traducción es de Marta Rebón.


Al día siguiente no se levantó de la cama. Ya no tenía ninguna razón para levantarse. No quería vestirse, subirse las medias, bajar los pies de la cama. El desorden y el polvo de la habitación no la molestaban.

¿Qué más daba? No tenía hambre. Se quedaba tumbada en la cama sin pensar en nada, sin leer. Hacía tiempo que las novelas no le interesaban: era incapaz de de dejar de pensar un segundo en su propia vida y de concentrarse en la de cualquier otro. “

 

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