El Juicio de Sören Qvist, de Janet Lewis









Siguiendo con mi miniciclo alrededor de novelas basadas en true crimes (Un Plan Sangriento, Ritos Funerarios) se me ocurrió seguir con esta novela que nos ocupa, que además forma parte de una trilogia de novelas independientes pero unidas bajo el nexo común de errores judiciales reales y la influencia que tuvieron las pruebas circustanciales a la hora de impartir justicia. Janet Lewis se inspiró para sus tres novelas en un libro de derecho legal que le regaló su marido titulado precisamente asi Famous Cases of Circumstantial Evidence y extrayendo estas historias veridicas las noveló bajo una trilogia cuyos otros titulos son: La Mujer de Martin Guerre y El Fantasma de Monsieur Scarron.

No me gusta desvelar mucho sobre el argumento ni en resumirlo a la hora de elaborar las reseñas pero aqui el posible spoiler queda desvelado desde un inicio con lo cual el suspense se concentra en otros  detalles de la novela. Sabemos desde un principio que un hombre que se creia muerto aparece con vida veinte años después y también sabemos que debido a su desaparición se condenó a muerte al párroco de la comunidad, Sören Qvist. Este es el argumento con sus dilemas complejísimos que salen a relucir, un tema muy parecido al de La Mujer de Martin Guerre, sin embargo el desarrollo es un poco distinto.

La novela transcurre entre 1625 y 1646 en Dinamarca (Jutlandia) en una estructura casi que al revés a lo que estamos acostumbrados: de los capitulos 1 al 4 t tenemos el presente (1646) de la novela (que también se podría considerar su final), y en el 5º capitulo, Janet Lewis se va a narrarnos del tirón las circunstancias de caso que comienza en 1925 con un hecho tan inocente como el de que Anna Sörensdottir, la hija de pastor que rechaza a un pretendiente y a partir de ahí se lia, ya que el párroco aunque una persona muy conocida por su bondad, tiene un punto débil, sus ataques de ira casi incontrolables:

Hay que reconocer que la ira es una antigua flaqueza mía. Vibeke sabe mejor que tú, querida mía, cuántas veces me ha traído problemas. Es uno de los siete pecados capitales. Bien sabe Dios que no me la tomo a la ligera: he luchado contra ella toda mi vida. Se me echa encima de repente como una tormenta interior. Me ciega y me trastorna y me saca fuera de mi ser".

El estilo de Janet Lewis es un modelo de concisión y de sencillez, describe a sus personajes apenas sin esfuerzo y asi y todo tenemos una visión clarísima de cada uno de ellos. Imbuye también a esta novela corta de un tono como de cuento dónde tenemos al personaje principal, el párroco que a pesar sus ataques de ira es una buena persona, su hija Anna Sörensdottir, el juez y futuro marido de Anna y los villanos y ya digo que por el tono que Janet Lewis les da a estos personajes, la novela fluye como un cuento pero poco a poco se va convirtiendo en una novela más compleja dónde los dilemas morales que salen a la luz no son ninguna tonteria porque aunque esta novela transcurra en el siglo XVII y se publicara en 1947, las cuestiones morales y éticas que se plantean son totalmente universales: la identidad, la influencia de algunos actos pasados en tu vida posterior, la ética personal a la hora enfrentarte a tus errores y sobre todo, el sistema y de hasta que punto estamos solos ante él.

"Anna Sörensdottir oscilaba al compás del ágil movimiento de la embarcación. El mundo era solo tiniebla, iluminada desde abajo por la palidez del agua, reflejo de la palidez del cielo. Anna a duras penas conseguía distinguir la forma de la vela, las siluetas de los hombres."

En general se considera a "La Mujer de Martin Guerre" su mejor novela, pero a mi está me parece igual de buena porque todo está concentrado en la prosa de Janet Lewis, que convierte la complejidad en sencillez y decide contar una historia que a priori pudiera parecer mil veces contada, y la revierte en una historia emocionante sobre la injusticia soterrada. Janet Lewis fue también poeta, una de esas autoras invisibles que no por eso son menos grandes.

Mientras aguardaba, observó con tranquila satisfacción, igual que había admirado los colores cambiantes bajo las nubes en movimiento, cómo las hojas de las hayas, pálidos rombos dorados, caían flotando a través del aire húmedo y se posaban en el suelo, tan numerosas como las estrellas en el tenue cielo estival. Su placer era bastante impersonal y ajeno a la conciencia de su tragedia personal. Le maravilló poder hallarse tan afligida y ser al mismo tiempo tan consciente de la belleza del día".


 ⭐⭐⭐⭐⭐



Comentarios

Entradas populares de este blog

Yo navegué con Magallanes, de Stuart Dybek

Respiración artificial, de Ricardo Piglia

X (Erasure), de Percival Everett