La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares

 


 ⭐⭐⭐⭐⭐

 ♫♫♫ Ladies And Gentlemen We Are Floating In Space - Spiritualized  ♫♫♫





Me gusta el cine de todas partes. Hubo una época en que vivía enamorado de Louise Brooks y sufría mucho cuando terminaba la película porque ella desaparecía de la pantalla. Como todo enamorado yo quería verla permanentemente.

De estos amores imposibles, el que tuve por Louise Brooks fue el más vivo, el mas desdichado. ¡Me disgustaba tanto creer que nunca la conocería! Peor aún, que nunca volvería a verla. Esto, precisamente, fue lo que sucedió. Después de tres o cuatros películas, en que la vi embelesado, Louise Brooks desapareció de las pantallas de Buenos Aires. Sentí esa desaparición, primero, como un desgarramiento; después, como una derrota personal. Como ante la derrota de Firpo, comprobé que la realidad y yo no estábamos de acuerdo.” (Adolfo Bioy Casares, Memorias)



No podía ser de otra manera, no solo este amor platónico de Bioy Casares por Louise Brooks, sino enterarme que toda su vida tuvo pasión por el cine, vio mucho cine y eso es algo que continuamente se me hacía muy evidente durante la lectura de La invención de Morel, y no solo por ese estilo tan marcado que mantiene un suspense continuo, el ritmo, la atmósfera, el placer de la anticipación ante la posible resolución de un misterio sino que la Faustine que crea a imitación de Louise Brooks, es puro cine, la imagen quizás adorada en la distancia y que cuando se apagan las luces de la sala, desaparece de la pantalla. Una novela compleja que juega en varios niveles narrativos, porque llegado un punto no sabremos distinguir si es el narrador que conocemos el que nos está contando la historia, el propio autor en un doble salto mortal o incluso ese otro personaje que inventa esa otra otra historia paralela, Morel.



“Vi, mucho tiempo sin entender y luego asustado, una rama de cedro que se desviaba de sí misma y se convertía en dos; después volvían las dos ramas a compenetrarse, dóciles como fantasmas, a coincidir en una sola. Dije en voz alta o pensé muy claramente: <<No podré salir. Estoy en un sitio encantado.>>



Normalmente no me gusta desvelar demasiado sobre el argumento en las reseñas sobre todo porque me guío más por contar impresiones personales en un intento por despertar de alguna forma la curiosidad, y la curiosidad no se puede despertar contando todo sobre un libro, pero en este caso concreto, ésta es la novela perfecta para obviar ciertos detalles argumentales, ya que si no, la gracia se perdería. Si contamos el giro, o la premisa en la que gira toda la historia, perderíamos el placer de la anticipación, esa anticipación a la que nos va preparando Bioy Casares a lo largo de esta novela. Sin embargo si que se puede revelar la puesta en escena sobre la que el autor construye su historia, No creo indispensable tomar un sueño por realidad, ni la realidad por locura.”, una historia que es pura atmósfera desde el momento en que un fugitivo llega a una isla desierta huyendo de la ley. Decide vivir allí casi el resto de su vida y tras un periodo en soledad descubre unos edificios abandonados. Poco después y sin razón aparente, un grupo de personas parece llegar a la isla pero él decide esconderse de ellos. A fuerza de espiar a este grupo, adquiere el hábito de vigilar sobre todo a una de las mujeres del grupo, a quien ve todas las tardes, contemplando la puesta de sol desde una roca: Estuvo un rato mirando el mar, como adormecida; después se levantó y fue a buscar el libro. Se movió con esa libertad que tenemos cuando estamos solos.” Como dijo Borges, la frecuentación es lo que distingue el amor de la amistad, y es esta frecuencia de todos los días a la misma hora lo que hace al fugitivo enamorarse de la enigmática y aislada, Faustine. En un primer momento se esconde de ella, pero cuando intenta atraer su atención o hablarle, Faustine, no reacciona, y parece no verle.



Mira los atardeceres todas las tardes, yo escondido, estoy mirándola. Ayer, hoy de nuevo, descubrí que mis noches y días esperan esa hora.

[...]

Ya hace tanto tiempo que no me ve… Creo que voy a matarla o enloquecer, si continúa. Por momentos pienso que la insalubridad extraordinaria de la parte sur de isla ha de haberme vuelto invisible.”

[...]

Estar en una isla habitada por fantasmas artificiales era la más insoportable de las pesadillas, estar enamorado de una de esas imágenes era peor que estar enamorado de un fantasma (tal vez siempre hemos querido que la persona amada tenga una existencia de fantasma).


El fugitivo escondido, espiando, controlando, se convierte en un voyeur de libro pero está perdido. No entiende a este grupo de diletantes que pasean, toman el sol, o bailan al atardecer. Capta conversaciones sueltas, pero días después y desde otro ángulo, las conversaciones parecen repetirse y ya más completas. El fugitivo tiene varias hipótesis sobre quienes podrían ser, qué hacen allí, de dónde vendrían, hipótesis y teorías mientras su voyeurismo se reconvierte en una especie de labor detectivesca. Mientras observa escondido, ve a un hombre llamado Morel acercarse a hablar con Faustine, en conversaciones fragmentadas, ambiguas, a veces de manera íntima y otras de manera distante y formal, de modo que le es imposible saber si están cerca o no emocionalmente hablando. Poco a poco el fugitivo comienza a enlazar pequeños detalles que en un principio no entendía: la repetición, los diálogos fragmentados, la ausencia de la realidad….


Pero ¿donde vive Faustine? La seguí durante semanas. Habla del Canadá. No sé más. Pero hay otra pregunta que puede escucharse, con horror, ¿vive Faustine?

Tal vez porque la idea me parezca tan poéticamente desgarradora, buscar a una persona que ignoro dónde vive, que ignoro si vive, Faustine me importa más que la vida. “



Al lector no le queda más remedio que dejarse llevar por esta novela sonámbula y atmósferica que se le irá revelando  poco a poco mientras se mimetiza con las reflexiones del fugitivo, un narrador en el que tendrá que confiar a pesar de que hay pistas de que puede que Bioy Casares también esté interactuando, como autor… una narrativa que parece ir cambiando continuamente en varias capas a interpretar. Una novela inclasificable a la hora de etiquetarla en algún género porque tiene mucha mayor profundidad filosófica que la que aparenta bajo este argumento misterioso. Bioy Casares reflexiona sobre la muerte, sobre la inmortalidad, la pérdida, la ausencia y sobre el amor, todo esto jugando con el concepto del espacio y del tiempo como pocas veces he podido encontrarme convirtiéndola incluso en una novela de terror, en la que algunos conceptos casi se adelantan en el tiempo. Y ya que no puedo abordar aquí lo que significa el giro al que nos conduce Bioy Casares, sí que tengo que decir que es una historia que demostró ser visionaria en lo que respecta a debates que se están generando hoy en día en torno a ciertos conflictos morales y filósoficos: el control, y la vigilancia global sobre todo. Y este otro concepto que surge a lo largo de la novela, ese preguntarnos si la imagen llega a tener alma, me ha vuelto literalmente loca. Y si no que se lo pregunten a Bioy Casares cuando veía en pantalla a Louise Brooks...

 

Asimismo, no es imposible que toda ausencia sea, definitivamente espacial… En una parte o en otra estarán, sin duda, la imagen, el contacto, la voz…”


Nota: Hay dos adaptaciones cinematográficas absolutamente maravillosas de esta novela. Por una parte, El año pasado en Marienbad (1961), de Alain Resnais, que resulta una adaptación más bien libre del concepto que inventa aquí Bioy Casares, con dos protagonistas que coexisten casi sin verse. Y por otra parte, una adaptación que a mi me parece igual de buena, pero en este caso es totalmente fiel argumentalmente a la novela, conservando ese suspense de la novela, salvando las distancias siempre con la obra original: L’invenzione di Morel, 1971, Emidio Greco.










 L’invenzione di Morel, 1971, Emidio Greco

 






 

El año pasado en Marienbad, 1961, Alain Resnais



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