[Cuento] El altar de los muertos de Henry James

 

⭐⭐⭐⭐

♫♫♫ I'll be seeing you - Francoise Hardy/Iggy Pop ♫♫♫

 

“Al cabo de seis meses, Stransom había renunciado a esa amistad que antaño le resultaba tan grata y reconfortante. Su privación tenía dos caras y la que ahora apuntaba hacia él, en un intento por salvar aquel lazo, era la que más le costaba mirar. Una cara era la privación que él inflingía; la otra, la que él sufria."


Reconozco que Henry James me tiene embobada desde que me leí la trilogía en forma de sus tres últimas novelas, por ahí andan las reseñas, que realmente forman un conjunto en sí mismas. Desde entonces estoy un poco obsesionada por esta última etapa literaria en la que cada vez se volvía más y más experimental. Leí por ahí que era la pesadilla de sus editores porque le pedían relatos de no más de seis o siete mil palabras y él no podía escribir menos de diez mil palabras, no le salían menos para todo lo que quería decir y cómo quería narrarlos. El caso es que en este relato que me ocupa vuelve a hacerlo, o sea bajo una temática central que parece algo densa,  hace aparecer un personaje femenino que reconvertirá el relato en otro diferente, y como siempre me acaba ocurriendo con James,  me hace sentirme identificada con muchas cuestiones que aborda, como no podía ser menos en un autor tan único y universal. Pero es cierto que aunque su narrativa parece densa y compleja, que ciertamente lo es, la forma en la que habla de detalles cotidianos, el sentir sobre algo determinado, te hace cuestionarte hasta qué punto era un adivino de los sentimientos más íntimos porque aparentemente y por sus retratos James parecía un señor muy serio, envarado y perdido en sí mismo pero cuando abordas sus textos, que dan mil rodeos para ir a un grano que es tan íntimo, todavía y a estas alturas me deja descolocada.


"Había hecho muchas cosas en su vida; había hecho casi todas, salvo una: nunca había olvidado."


El título de este relato El Altar de los Muertos, puede sonar rimbombante y un tanto gótico pero nada más lejos, aunque también es cierto que en esta reseña me desvio bastante de la temática general que es el apego de sus protagonistas por los que se fueron, osea, la muerte en su sentido más rimbombante. Para hacerlo fácil, el protagonista masculino, en su mediana edad, George Stransom, vive obsesionado por la gente que perdió y pone el sentido de su vida en no permitir que estos nombres caigan en el olvido por lo que monta una especie de parafernalia en torno a ellos, un altar para conmemorarlos. Hasta ahí bien, un argumento un tanto aburrido pero las apariencias siempre engañan y más cuando se trata de una historia de Henry James porque te saca de la chistera temas colaterales que no esperabas ni en sueños, y si buceas en este apariencia, salen a relucir tantas cosas en torno a él, a Stransom, que cuando llevas medio relato, ya te has dado dado cuenta de que realmente no es un relato sobre la muerte, sino que Henry James está incidiendo en los vivos sobre todo, porque de tanto querer preservar esa memoria por los que se fueron, se está olvidando de vivir y es incapaz de ver más allá de sus narices: James incide claramente en que ese desapego de Stransom por la vida es una forma de egoísmo personal a la hora de enfrentarse a la vida, ese no mojarse o no exponerse emocionalmente hablando, ya que siempre le será más fácil aferrarse a una muerta.


"Resultaba extraño que, aunque nada los unía realmente, él le hubiese hablado como a una vieja amiga, como si esa nada que los unía fuese muy difícil de explicar."


Stransom está tan metido en sí mismo recordando a quién murió, que se sorprende cuando conoce a ese otro personaje femenino (que Henry James hace aparecer como de la nada) precisamente porque sienta una conexión con alguien que está vivo, cuando él pensaba que eso ya sería imposible, ese sentido del humor negrísimo de James que a mí me fascina: Durante un largo tiempo, Stransom no conoció el nombre de ella, del mismo modo que ella no pronunciaba el de él, pero no eran sus nombres lo que importaba, sino su perfecto entendimiento y sus necesidades en común.” James nos hace adoptar la perspectiva de Stransom, nos hará entender su mundo interior aferrándose a una especie de idealización de lo que ya dejó de existir, y este conflicto interior le hará extrañarse por cómo reacciona a este encuentro con una mujer que parece compartir su mentalidad, pero que sin embargo, va un paso por delante:


"Por primera vez ella no estaba en el lugar. La esperó, sin escrúpulos; pero ella nunca llegó y, cuando él se fue, echándola de menos, se sintió profanamente triste. Si esa ausencia hacia más intrincada la maraña, era solo culpa de ella. Al cabo de un año, esa maraña estaba muy enredada. Durante tres meses fue tres veces y no la encontró, y concluyó que su interés había disminuido. Por delicadeza nunca hacía preguntas sobre ella."


Realmente y aunque el tema central de este relato sea la muerte, o la ausencia, o la pérdida, de lo que acaba hablando James es de las relaciones humanas, de la amistad sobre todo, de la capacidad de olvidar, y de perdonar. En esta maraña de sentimientos que van surgiendo  nos enfrenta también al hecho de hasta qué punto racionalizamos estas conexiones convirtiéndolas en algo mucho más complejo de lo que realmente será la vida. El otro análisis que hace James es sobre todo cuando se refiere ese miedo a vivir que tiene Stransom, resignándose quizás a lo menos arriesgado, que será aferrarse a lo seguro, a lo que no implicará un desgaste emocional para él. En este aspecto, James siempre será un maestro por cómo penetra en la psicología humana: no queremos sufrir ni exponernos y sin embargo este autocontrol nos llevará a más sufrimiento. Olvido y ausencia, y cómo rellenar ese vacio emocional, aquí está la madre del cordero.

La traducción es de Eduardo Berti.


Esos días de ausencia le demostraron de cuánto ella era capaz; más aun porque él nunca había pensado que fuese vengativa o rencorosa. No lo había abandonado con ira, sino por una simple sumisión ante la dura realidad y ante el crudo destino.”

 

 La chambre verte aka The green room, 1978, Francois Truffaut

 



 

 


 


 

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