Hormigón, de Thomas Bernhard

 




⭐⭐⭐⭐⭐

♫♫♫ True True Shot - Vanessa Van Ness ♫♫♫

 

Solo debería haber seres felices, se dan todas las condiciones para ello, pero solo hay infelices Solo lo comprendemos demasiado tarde. Mientras somos jóvenes y no nos duele nada, no solo creemos en la vida eterna, sino que la tenemos. Luego el derrumbe, luego el derrumbamiento, luego las lamentaciones por ello y el fin. Siempre es igual. En otro tiempo tenía ganas de engañar al fisco, ni siquiera tengo ya ganas de ello, me dije.”


En Hormigón Thomas Bernhard vuelve a crear un personaje que no para de despotricar y rajar de todo lo que le rodea, una pura excusa o máscara que le sirve para huir de un mundo que no le gusta un pelo. Rudolf es musicológo, tiene cuarenta y ocho años y está intentando escribir un libro sobre Mendelssohn Bartholdy pero sufre el típico bloqueo, aunque luego nos enteraremos que es un libro que entre excusas, distracciones y rajada máxima del mundo, lleva diez años retrasando, un bloqueo que no es otra cosa que procrastinación pura y dura disfrazada bajo esa metáfora romántica del escrito que no avanza. La verdad es que no soy ese ser sin sentimientos que ven en mí muchos, porque quieren verme así, porque muy a menudo no me atrevo tampoco a mostrarme como soy. Pero, ¿cómo soy? La especulación sobre mi mismo me había invadido otra vez”. A estas alturas ya sé que sus obras, sean las que sean, están repletas de datos autobiográficos y casi todos los personajes llevan algo de él mismo, incluidas ellas. Al igual que debió pasarle a Bernhard, todos estos personajes viven más de cara a su interior que de cara al mundo, y me llama la atención sobre todo porque ahora mismo, en este mundo del siglo XXI, la mayoría de la gente vive de cara a la galería, el fingir, las apariencias, el postureo máximo, así que puede parecer que las novelas de Bernhard estén pasadas de moda, que sean anacrónicas para un lector de ahora, que no casen con estos tiempos… pero nada más lejos de la verdad porque yo diría que esta introspección es más necesaria que nunca aunque también es verdad que Bernhard lo lleva a la hiperexageración cuando construye personajes como Rudolf. Hay una contradicción eterna entre esconderse del mundo y al mismo tiempo querer llamar la atención...


Al fin y al cabo siempre me había preocupado poquísimo la opinión pública, porque siempre tenía que ocuparme de la forma más fatigosa de la mía propia y, por consiguiente, no tenía tiempo para la opinión pública, no la aceptaba ni la acepto todavía hoy y nunca la aceptaré. Me interesa lo que dice la gente, pero antes que nada, no hay tomárselo en absoluto en serio. Así es como mejor me va.“


Hormigón tiene dos partes claramente diferenciadas. En la primera que es la que ocupa los dos primeros tercios, somos testigos de la rajada máxima de Rudolf mientras aplaza una y otra vez la escritura de su libro, aunque lleve mas de diez años reuniendo material y no deje de escribir notas interminables pero se entretiene con el vuelo de una mosca, con poner verde como siempre a su Austria del alma y a lamentarse de su estado de salud. Es un retraso claramente buscado aunque ansíe escribir su obra maestra porque todas estas excusas no dejan de formar parte de la esencia de la escritura de Bernhard : ya no se trata tanto de la historia o de un posible argumento sino de cómo lo narra, de cómo transcurre el día a día, así que se puede decir que cuánto más conozco a Bernhard más me tengo que reír con sus personajes. Abrí por tercera vez las ventanas de par en par y ventilé toda la casa hasta que el frío que penetraba la convirtió en una pura nevera, en la que corría el riesgo de congelarme; si al principio había tenido miedo de de ahogarme, ahora me angustiaba el pensamiento de helarme. Y todo por aquella hermana, bajo cuya influencia he corrido toda mi vida el peligro ahogarme y helarme.“ En esta primera parte también hablará de su hermana, personaje esencial en el sentido de que es claramente lo opuesto a lo antisocial, la noche y el día con respecto a él. Rudolf se pasa toda esta primera parte rajando de una hermana que lo conoce mejor que nadie y que lo obligará a socializar de vez en cuando lo que le resulta una tortura. Rudolf vive en Peiskam, la casa heredada de sus padres que es continuamente invadida por ella pero cuando la abandona y lo deja solo, y aunque él no lo admita claramente, echará de menos su presencia.


Tenemos los caracteres más opuestos que cabe imaginar. Probablemente de ello se deriva precisamente también nuestra tensión. Nunca hablo de dinero, pero lo tengo, dijo ella una vez, tú no hablas nunca de filosofía, y la tienes. Esta frase prueba dónde estamos los dos y, posiblemente, como me temía, nos hemos detenido.


Y no pienso poner otra vez orden en todo eso que ella dejó en desorden. Sobre su cama, como arrojado furiosamente, encontré el Combray de Proust, estoy seguro de que no ha llegado muy lejos.”


En el monólogo de Rudolf se van revelando cuestiones que el lector irá desentrañando poco a poco. Sabemos que culpa a su hermana porque sus visitas no le hacen avanzar en el libro pero a medida que avancemos iremos reconociendo las contradicciones de Rudolf: la relación de amor odio con su hermana solo refleja su incapacidad para avanzar y es un detalle que irá admitiendo entre líneas, el hecho de que su hermana sea quizás la parte más positiva de su vida, la única que le haga salir de su aislamiento. Rudolf planea unas vacaciones a Palma de Mallorca en otro intento procrastinador para acabar su libro, y aquí se construye la segunda parte de la novela, casi en sus últimas treinta páginas dónde surgirá también la razón del título de la novela. En Palma, Rudolf conocerá a Anna Härdtl una joven viuda, un encuentro que me ha recordado mucho al de otro personaje femenino, tan poco habituales en las novelas bernhardianas, la Persa, en .


Al mismo tiempo tuve que decirme que siempre esperamos demasiado de todo, todo nos parece hecho demasiado poco a fondo, todo nos parece nada más que imperfecto, todo solo tentativa nada perfección.

El hecho de que siempre exijamos lo más alto, lo más profundo, lo más fundamental, lo más extraordinario, donde al fin y al cabo solo puede comprobarse siempre lo más bajo y lo más superficial y lo más corriente, es algo que pone realmente enfermo. No hace avanzar al ser humano, lo mata. Vemos la decadencia donde esperábamos el progreso, vemos la falta de esperanza donde tenemos la esperanza, ese es nuestro error, nuestra desgracia. Siempre lo exigimos todo donde, como es natural, solo puede exigirse poco, eso nos deprime. Queremos ver a ese ser humano en la cumbre, y él estaba ya en los bajos fondos, queremos realmente conseguirlo todo y no conseguimos realmente nada.”


Una novela de 110 páginas en un único párrafo puede parecer un tocho de mil páginas pero no es así porque como siempre la gracia está en cómo va enlazando sus reflexiones. Su bloqueo/procrastinación no es otra cosa que una excusa para no enfrentarse a un mundo que detesta pero que al mismo tiempo le atrae y por supuesto es la reflexión de un hombre que tiene un concepto profundamente negativo de sí mismo y que vive aterrado por eso mismo. La parte final funciona como un sueño y es dónde de verdad se desvela y revela el autentico Rudolf. Pero ya digo que cuánto más conozco su obra más me hace sonreirme Bernhard con sus chiquilladas, sus enfados ante situaciones que parecen a veces una mera provocación para llamar la atención.

La traducción es de Miguel Sáenz

 

Por viejos que seamos, esperamos siempre un cambio, me dije, una y otra vez un cambio decisivo, porque estamos muy lejos de tener las ideas claras. Todos estos cambios decisivos se remontan a decenios, pero entonces no nos dimos cuenta que eran esos cambios decisivos. […] Hubo un tiempo que en que realmente cultivé mis amistades como suele decirse. Pero todo eso se rompió en algún momento...”


 

 

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