Verde Agua, de Marisa Madieri
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♫♫♫ Song to the siren - This Mortal Coil ♫♫♫
“Hay días que miro de buena gana hacia atrás, otros en el que el pasado se hace opaco y elusivo. Los intereses contingentes prevalecen. Luego, de forma imprevista, el hilo secreto del tiempo que teje nuestra vida revela su tenaz continuidad. Un desgarro, un vuelco al corazón. Todo está aun presente.”
Marisa Madieri abandonó de niña su ciudad natal Fiume (la actual Rijeka) porque dejó de ser italiana y pasó a formar parte de Croacia en la antigua Yugoslavia. En esos años, casi el 80 % de la población (o sea la casi totalidad de los italianos) fue expulsada de la ciudad durante el llamado éxodo istriano-fiumano-dálmata. Cuando finalmente se trató de elegir entre la ciudadanía eslava y la italiana, la familia Madieri opta por la segunda, la opción proitaliana y esto significó primero marginación y luego el éxodo de una familia que se acaba instalando en Trieste. Y esto es lo que narrará Marisa Madieri en Verde Agua, el desarraigo de una familia que se convierte en refugiada a través de los ojos de una niña, luego una adolescente que con mirada entre curiosa y dolorosa nos introduce en la atmósfera multiglobal y étnica que caracterizó Trieste, la ciudad donde acabó afincada.
“La primera impresión que tuve al llegar a Trieste fue la de haber llegado a un paraíso terrenal, a una tierra prometida. El movimiento en las calles, el pan blanco, la abundancia de diarios, revistas y tebeos en los quioscos, las mercancias expuestas en las tiendas, la forma de vestir de la gente me parecieron la expresión de una riqueza fabulosa.”
Es en esta atmósfera multicultural donde arrancan las historias que van surgiendo desde la mirada de la niña Marisa con una abuela paterna que conocía cuatro idiomas (serbocroata, húngaro, alemán e italiano) pasando por un mundo que perteneció al imperio austrohúngaro, arrasado por dos guerras mundiales, en medio de una especie de polvorín donde las luchas nacionalistas no daban un minuto de tregua. “Me tiembla la vida, repetía, masajeándose el corazón.”, es una frase repetida por su abuela que se convierte en una especie de metáfora de la inestabilidad de los tiempos, de esa tensión por vivir en tierra de nadie con una incertidumbre crónica por un futuro que nunca llega a verse del todo despejado. Este collage de momentos familiares que Marisa va haciendo surgir de la memoria nos retrotrae continuamente a esa cultura centroeuropea en continuo bullicio, la historia de su familia también se convierte en la historia de miles de familias que vivieron esta diáspora tan traumática y sin embargo, la mirada de Marisa, está exenta de todo rencor, su narración contenida, lúcida, transparente serán un pequeño milagro para el lector que apenas se tiene que esforzar, tampoco sufrir, porque Marisa Madieri intentará reapropiarse de su pasado de la forma más generosa, siempre mirándolo de frente.
“Se me aparece joven, en la calle Angheben, con los cabellos negrísimos ondulados, los ojos verdes, siempre un poco preocupada y temerosa de no estar a la altura de algo; ora pienso en ella en Trieste, en el campamento de refugiados de Silos, doblegada por la angustia, por la miseria, por una madre tiránica, por la falta de una casa, solo deseosa de envejecer para tener tiempo de leer libros.. “
Verde Agua está narrada a partir de un diario que lleva Marisa Madieri entre el 24 de noviembre de 1981 hasta el 27 de noviembre de 1984, unas entradas de diario, cortas, nunca desesperanzadoras, continuamente homenajeando la vida, en las que consigue mimetizar pasado con su presente: “Hoy no me encuentro en armonía conmigo misma y desearía poder alejarme de mi.”, es lo que dice Marisa Madieri en una de estas entradas en las que el pasado lucha por salir una y otra vez y lo hace surgir sin rencor porque de alguna forma se ha reconciliado con él. Este traumático éxodo lo transformará la autora en numerosas y pequeñas historias cotidianas que muestran que aunque la deshumanización es un hecho, también lo es el milagro de su narración fresca, acuática, transparente, en la que todo acaba siendo humanizado precisamente por estas pequeñas historias cotidianas. Quizás lo que mejor consigue Marisa Madieri sea aunar este presente con el pasado en una especie de bucle circular, interminable, que siempre te acabará llevando al lugar de partida, la necesidad de bucear, de regresar a los orígenes. En apenas 160 páginas, Marisa Madieri ha creado un texto atemporal, más vigente que nunca, que sirve como espejo para cualquiera que siga añorando una tierra, un pasado, que siempre podrá ser reconstruido. Joya.
La traducción es de Valeria Bergalli.
“Es probablemente una fase natural en la vida de todos… hay en la madurez, una tendencia al regreso, al redescubrimiento de los orígenes. También yo deserté de aquel seno, me fui lejos, y descuidé quizá un poco a mis padres [..] reencuentro vivas mis raíces en mis pensamientos y en mis actos. Nada muere nunca del todo.”
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