La Letra Escarlata, de Nathaniel Hawthorne

 



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Sin embargo, en todas sus relaciones con la sociedad no había nada que la hiciese sentir que pertenecía a ella. Cada gesto, cada palabra e incluso cada silencio de las personas con las que entraba en contacto implicaban, y a menudo expresaban, que estaba desterrada, y tan aislada como si viviese en otra esfera o se comunicase con la naturaleza mediante unos sentidos distintos a los del resto de la humanidad.


De todas las novelas leídas en torno a mujeres adúlteras escritas por un hombre en el s.XIX, tengo que decir que quizás sea ésta la que más ha podido sorprenderme: en este subgénero en el que el pecado máximo es el de haber engañado a un marido buscándose un amante, me encuentro con una protagonista femenina, Hester Prynne, que no encaja dentro del tópico de mujer insatisfecha/aburrida en un matrimonio rutinario. La letra escarlata sigue la historia de una mujer, Hester Prynne, que con una hija ilegitima en 1642 y viviendo en una comunidad puritana en un Boston de extremistas religiosos se ve exiliada socialmente de ella por el hecho de haberse quedado embarazada cuando a los ojos de la comunidad donde vive, es una mujer casada que espera a un marido que después de un par de años todavía tiene que reunirse con ella. No es solo el hecho de que Hawthorne nos esté contando la historia de una mujer castigada y humillada por la comunidad puritana  por salirse de la norma, en la que se la estigmatiza con la letra A bordada en su pecho como continuo recordatorio de su pecado, sino que consigue crear en Hester a una mujer nada conformista para la época: Otro tipo de tortura era sentirse contemplada por ojos extraños. Cuando los forasteros miraban curiosos la letra escarlata, cosa que ninguno dejó nunca de hacer, volvían a grabarla con un hierro candente en el alma de Hester de tal modo que, muchas veces, a duras penas podía reprimir el gesto de tapar el simbolo con sus manos”.  Para mí lo más llamativo de esta historia es cómo Hawthorne da forma a una mujer que en lugar de encerrarse en sí misma y claudicar, se adapta a la vida de aislamiento impuesto consiguiendo construirse un mundo propio, contemplativo primero, que le da pie a conocerse a si misma, hasta encontrar un cierto equilibrio consigo misma en la medida en la que se imbuirá de un estoicismo y una independencia de ideas que la harán cuestionar el mundo que en el que vive.

 

Estaba apartada de los intereses mortales, aunque cerca de ellos, como un fantasma que visita el hogar familiar sin poder hacerse ver ni sentir.



De hecho, estas emociones y su más amargo desprecio, además, parecían ser la única porción que conservaba del corazón humano. No eran tiempos de delicadeza, y su posición, aunque la comprendiera perfectamente y corriera poco peligro de olvidarla, aparecía a menudo ante su viva percepción como una nueva angustia, por el rudo toque sobre su parte más delicada.


Así, Hester Prynne cuyo corazón había perdido su latido regular y saludable, vagaba sin guía por el oscuro laberinto de su mente, retrocediendo unas veces ante un precipicio insuperable, o apartándose otras de una profunda sima. A su alrededor había un paisaje violento y horrible que no le ofrecía en ninguna parte el calor de un hogar.”

 

El castigo que se le impone a Hester por un acto de pasión simbolizado en una hija ilegitima, será el destierro y la letra bordada en su pecho; rechazada por la comunidad se la convertirá en la eterna pecadora, mientras su supuesto amante continuará con su vida normal ante los ojos de la comunidad, ya que ella en ningún momento le delatará. Este es un argumento a priori tópico, pero Hawthorne lo sitúa en un contexto de asfixiante puritanismo religioso del Boston del siglo XVII y este extremismo religioso sumado al rígido modelo patriarcal, han convertido  a las mujeres siempre en víctimas por los siglos de los siglos. Por eso me llama tanto la atención que Hawthorne se recree tanto en el personaje de Hester Prynne porque a primera vista no parece encajar en el rol de mujer con su propia identidad, pero es cierto que a medida que la novela avanza, Hawthorne no solo la presenta como una mujer que va encontrándose a sí misma sino que la convierte en un ser humano que más allá de ser mujer, se puede convertir en un ejemplo de inspiración tanto para ellas como para ellos. Es curioso que una vez terminada esta novela me llama también la atención el hecho de que Hawthorne no parece concederle tanta importancia al adulterio que se sugiere (y que para él es casi un tema colateral) como a examinar las consecuencias que esto provoca en la comunidad de puritanos y en sus personajes principales: Hester, el reverendo amante, el marido y su hija. Cada uno responderá a un patrón frente a la comunidad acusadora. Tampoco se centrará Hawthorne en la vida anterior de Hester, sino simplemente en los hechos que se suceden entre 1642 y 1949, siete años en los que envolverá la vida de Hester Prynne en un bucle de pecado, castigo y culpa, gritados a los cuatro vientos por el entorno en el que viven.


A pesar de sus altas cualidades naturales y de sus logros académicos, había en aquel joven ministro un aire, un aspecto aprensivo, asustado, temeroso, como el de un ser que se siente extraviado, que se ha perdido en la senda de la existencia humana, y que solo está a gusto en su propio retraimiento.
Así pues caminaba hasta donde sus deberes se lo permitían por caminos vecinales sombreados...


En ningún momento durante la novela, Hawthorne hará alusión al adulterio, que solo estará simbolizado en la letra A y en la niña ilegitima, construyéndose una tensión en torno a un juicio al comienzo de la novela, sin que le dé las claves al lector sobre las causas de este juicio. Así que cuando el lector llega a intuir lo que realmente está ocurriendo, y digo intuir, porque en ningún momento se incide en ninguna escena adúltera, o en el hecho de que Hester y Dimmesdale, el reverendo, fuesen amantes o o estuvieran enamorados, el lector ya se ha dejado llevar por la atmósfera de claustrofobia que no deja un momento de respiro no tanto a Hester, sino a Dimmesdale, que roído por la culpa, va sufriendo un deterioro mental progresivo. Se puede decir que  la actitud contemplativa de Hester reafirmada en una espera y una paciencia que la ayudarán a encontrar su equilibrio, se verá fuertemente contrastada por el desgaste emocional y mental que va sufriendo el hombre por quién ella se sacrifica…, las dudas de él en continuo conflicto con el latido religioso, estarán continuamente enfrentadas a la seguridad y a la independencia que se va reafirmando en Hester. Es esto lo que en mi opinión conforma lo más interesante de esta novela y que se diferencia de otras novelas que he leído sobre este mismo tema. La revolución de las mujeres por conseguir la igualdad de derechos, es quizás la revolución más lenta en la historia de la humanidad, no resuelta por ahora, y sin embargo, en obras como La letra escarlata, además escrita por un hombre en 1850, para más inrí, es dónde se pueden ver pequeños rayos de luz que iluminan estas épocas tan oscuras.


- ¡Hester! ¿Hester Prynne! ¿Eres tú? ¿Estás viva?

-¡Lo estoy! A pesar de la vida que he vivido en estos últimos siete años! Y tú, Arthur Dimmesdale, ¿vives todavía?


No era sorprendente que se preguntaran el uno al otro sobre su existencia presente y corpórea, ni lo era incluso que dudasen de la suya propia. Resultaban tan extraño su encuentro, en la espesura del bosque, que parecía como si fuera el primero, en el mundo de ultratumba, de dos espíritus que habían estado íntimamente relacionados en su vida interior, pero que ahora estaban frente a frente, temblando de frío y con miedo el uno del otro, como si no estuvieran familiarizados con su nuevo estado ni deseasen la compañía de otros seres incorpóreos.


También sentían pavor de sí mismos, porque la crisis les había devuelto sus conciencias y había revelado a cada corazón su historia y su experIencia, como no hace nunca la vida salvo en épocas de desaliento."


La letra escarlata bordada en el pecho de Hester como estigma de vergüenza, se va convirtiendo a lo largo de la novela en una especie de rebelión contra la rígidas normas impuestas a las mujeres y de alguna forma Hawthorne incide en el hecho de que Hester convierte esta letra estigmatizante en un simbolo, no de su adulterio, sino de todo lo que consigue superar en sus largos años de aislamiento. Hester en ningún momento huye ni cuando es humillada públicamente ni siquiera cuando tiene la oportunidad de salir de la comunidad, ella es consciente de que no tiene que huir de ningún pecado para redimirse. La perspectiva librepensadora que va adquiriendo Hester a lo largo de sus años de aislamiento nos va revelando de forma indirecta, quizás la posición que tenía Hawthorne en la cuestión sobre la identidad femenina y el rol de la mujer en una época en que ni siquiera se había oído hablar de la igualdad de derechos. Una novela importante no tanto por su hilo argumental sino por lo que refleja de nosotros como sociedad. En muchas cuestiones que ya exponía Nathaniel Hawthorne en 1850, no hemos avanzado un ápice.

La traducción es de Mauro Armiño.


Era la letra escarlata tan fantásticamente bordada y luminosa que había en su pecho. Producía el mismo efecto que un hechizo que, sacándola de las relaciones normales con la humanidad, la encerraba por sí misma en una esfera.”

 



 
















The Scarlet Letter, 1926, Victor Sjöström


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