El Origen de los Brunistas, de Robert Coover
⭐⭐⭐⭐
♫♫♫ Life and Death - Balanescu Quartet ♫♫♫
“Pringados. ¡Dios, aquel sitio estaba podrido hasta el tuétano! Reza, apoquina y pálmala en la mina. Jesús, ¿cuándo iban a aprender? No había más que fijarse en el desastre. Vale, su viejo salió, sí, pero, para empezar, ¿qué demonios estaba haciendo allá abajo?”
Para quien ya haya leído a Robert Coover esta novela le debe parecer rara, como a mí me lo ha parecido, en el sentido de que aquí no hay mucho de lo que luego se volvió casi una marca de la casa: posmodernismo exacerbado: no hay metáforas metaficcionales, y aunque si hay sátira, está sazonada de literalidad, de casi clasicismo. Fue su primera novela publicada en 1966 e imagino que si esta misma novela la hubiera escrito una vez elaborado este estilo tan personal suyo, se hubiera convertido en un festival rococó de personajes rozando lo caricaturesco y aunque aquí todavía no está ese Coover hiperexagerado sí que brilla continuamente por lo cómico, arriesgado y por lo absolutamente brillante a la hora de diseccionar los comportamientos humanos. Para lo que luego fue Coover, El orígen de los brunistas es una novela casi clásica o realista en la que ya se detectan los derroteros por los que luego se zambulliría sin pudor alguno, aunque aquí todavía Coover, conserva un cierto pudor.
“Preocupación: de hecho ¿qué noche en West Condon termina sin preocupaciones? La preocupación es el temor universal templado por la esperanza, prolepsis del placer y el dolor por igual, tan intrínseca de la condición humana, que la humanidad ha sido definida por ella alguna que otra vez. Y así, esta noche, a los padres les preocupan sus hijas, a las esposas sus maridos, a los ministros sus rebaños, a los médicos sus pacientes, a los brunistas cómo se enfrentarán al Fin, a los escépticos la verdad, al alcalde el bochorno y la vergüenza y las próximas elecciones, a los empresarios el desplome y a los mineros el desempleo, a los hijos sus envejecidos padres, y a todos los habitantes de West Condon les preocupa que una que otra vez, a menos que duerman como benditos delante de la tele, su salud o su virilidad o su peso o su período o su felicidad o cuándo o cómo van a morir.”
En El origen de los brunistas Robert Coover describe cómo surge un culto religioso en un pequeño pueblo perdido en ninguna parte de Estados Unidos. La violencia que atrae, la forma en la que impacta sobre sus ciudadanos será la idea central, y ya en 1966, esta novela de Coover parece una especie de visión del futuro con las sectas que surgirían mucho después en Estados Unidos, sectas famosas que hicieron conocidos en el mundo entero los pueblos en los que estallaron. Lo que más le atrae a Coover es ese impacto, ese malestar, esa olla a presión que irá a más atormentando a cada uno de sus ciudadanos. Todos se sentirán atrapados. Las aspiraciones, el ideal basado en un principio que conduce a la ruina, a la corrupción y al desastre, es uno de esos temas recurrentes en Coover que desarrollaría ya en sus próximas obras, como dije antes, ya sin pudor y siendo siempre de lo más politicamente incorrecto.
“El tiempo sigue su marcha, parece correr y arrastrarse al mismo tiempo. La gente tiene la cabeza puesta en la cena y el partido, y la charla, charla sobre cualquier cosa, charla y escucha charlar. Sobre religión, sexo, política, pasta de dientes, comida, estrellas de cine y boxeadores. Sobre pesca, horóscopos, ropa de mujer, automóviles, sobre la naturaleza humana."
De esto y aquello, putas, vírgenes, esposas, hijas, tiempo y dinero. De aburrimiento y buenas épocas. De ganar peso, de ir en serio, del cáncer, la evolución, los padres, los viejos tiempos, de Jesús, de fichajes, de beisbol. De sádicos, santos y locales de comida. Charla que te charla, sin parar.
De remedios, de dejar de fumar. Del trabajo, de mejores trabajos, de lo atolondrados que están los chavales, de televisión, de minería, de la lista de éxitos. De remedios contra la indigestión. De judíos, árabes, comunistas, negros, de la universidad. De remedios contra la impotencia. Del Espíritu Santo.
De los habitantes de West Condon; principalmente de eso: de los habitantes de West Condon, qué narices les pasa, qué tonterías han hecho de qué se habla, por qué hablan como hablan, quién está molesto, qué chistes han contado, por qué no son felices, qué va mal en sus hogares.”
El pueblo es West Condon, situado en el Medio Oeste de Estados Unidos, una mina estalla y se cobra 97 muertos. El único superviviente será Giovanni Bruno, gris, invisible e introvertido, católico no practicante, será la señal que verán algunos de sus conciudadanos para convertirlo en una especie de profeta de un nuevo culto, el de los brunistas. La gracia puede estar en las visiones de Bruno, visiones casi inventadas por este misterioso grupo fundador del culto de los brunistas, porque Giovanni Bruno no es que haya dado muestras de mucha lucidez más que la de haber conseguido sobrevivir al derrumbe de la mina. Serán los que le circundan, los que creen en él como excusa a un misticismo o espiritualidad a la que no sabían dar salida, los que conformarán el retrato que los demás tendrán de Bruno. Miller, el editor del periódico local, los desenmascara y a partir de aquí los brunistas se harán no solo más populares sino que ganarán adeptos: “Probó a poner sus principios en orden y descubrió que, en suma, no tenía ninguno. Se sentía sobrecargado de trabajo y falto de reconocimiento, cansado del juego que se traía entre manos, de las máscaras que se ponía”. Estos brunistas además anticipan el fin del mundo, con lo que crearán alarma, chistes, carcajeo, violencia e inestabilidad en el entorno. Coover está continuamente destapando el histerismo, la locura que lleva al fanatismo religioso, y cómo esto incide no tanto en la secta, sino sobre todo en los ciudadanos de la localidad, aquellos que están fuera sin participar y que sin embargo, sufrirán las consecuencias en su día a día.
"Él y Sal se pusieron a rumiar sobre los viejos tiempos, sobre lo que era ser un chaval inmigrante en un lugar con tan poco gas y sin ninguna historia, sobre las peleas casi diarias con polacos, paletos y croatas donde nadie entendía a nadie, sobre que los viejos siempre estaban ahorrando para pirarse de vuelta a su lugar de origen.....“
Lo que más me llama la atención en esta novela de cocción lenta es el microcosmos de personajes que consigue crear aquí Robert Coover. A priori parece una novela en la que uno o dos personajes predominantes son los que conducirán la historia pero no, es una novela totalmente coral, en la que las historias personales de sus personajes se irán desplegando y desarrollándose a medida que la novela avanza. Genial será la primera parte en la que Coover nos describe el derrumbe de la mina en la que nos hace un esbozo de muchos de estos mineros, el ritmo, el desastre en el que se ven envueltos, una narrativa totalmente visceral y llena de vida, de sonidos, conversaciones, angustias, desesperación.. Lo que en un principio parecían personajes tópicos de ese Medio Oeste, los mineros, sus hijos, las esposas, dejan de ser tópicos para convertirse en auténticos retratos psicológicos con una hondura tal que los convierte en cada uno de ellos, en esenciales. Es una coralidad además conformada por la diversidad que supone que la mayoría sean hijos de la segunda generación de inmigrantes, en este aspecto resulta un relato fantástico de este microsmos local.
“La semana anterior Vince había experimentado una curiosa sensación de euforia nerviosa, pero el efecto empezaba a desvanecerse. Lo que la causó fue decir en voz alta lo que llevaba treinta años queriendo decir: que a tomar viento la mina. Entregó un par de solicitudes po rel pueblo, habló con varias personas, se jactó de estar al comienzo de una nueva vida, ya tuviera cincuenta años o no. Además, había que tener mucho valor para aprender cosas nuevas cuando se estaba al borde del segundo medio siglo; todos valoraban eso. De hecho, en ocasiones habían insistido demasiado en el detalle. Vince se había puesto un poco de los nervios. Concretamente, ¿qué narices podía aprender él?, se preguntaba; tras lo cual, con la misma rapidez, aparcaba la cuestión; antes, a ver qué le pedían que aprendiera.”
A
partir del derrumbe de la mina todo el pueblo se tambalea y como una
figura de dominó, el pueblo se enfrenta a la hecatombe, a la casi
ruina, el desempleo campará a sus anchas, lo que influirá al resto
del pueblo porque la economía que hacía subsistir West Condon a
través de esta mina, hará tambalearse el status quo. Es esta
atmósfera de desesperación e inseguridad palpable lo que hará que
la gente busque profetas y salvación a este vacío en el que se van
adentrando. Entiendo que el verdadero tema aquí no es tanto el de la
nueva religión, la de los brunistas, sino la de la idiosincrasia de un
pueblo pequeño en medio de ninguna parte, la corrupción, el poder,
la política y de cómo aprovechan un daño colateral para imponerse
sobre la gente que está más perdida y desesperada que nunca. Coover
ha creado en West Condon un pueblo totalmente real, que transpira vida, y
aunque en un principio parece una novela caótica porque da la
impresión de no tener un argumento concreto, sí que es cierto, que
llegado un punto el lector se hará consciente de que lo que importa
es la visión global que tengamos de esta comunidad: un hecho, el
estallido de la mina y de cómo esto se irá enlazando con el
desgaste y la descomposición de una comunidad que hasta ahora había
marchado hacia adelante. En cada uno de estos personajes, se
expresará este microcosmos local y Coover lo transmitirá con humor en
muchos momentos, pero también con la desesperación de la naturaleza
humana cuando ve que el mundo que conocía se derrumba sintiéndose atrapado, sin salida. Y aunque sea una novela publicada en 1966, West Condon, ahora más que nunca, se convierte en el reflejo del mundo en el que vivimos.
La traducción es de José Luís Amores.
“En cierto modo, no sé, pero en cierto modo, al crecer en tierra extraña y demás, siempre como que consideré este sitio de un modo raro, como si me retuvieran aquí contra mi voluntad y el pueblo solo fuera un puñado de puñeteros extranjeros a los que no comprendí y jamás podría comprender. Pero he llegado a ver las cosas mejor, Sal. He captado la forma de ser de este pueblo. A veces, maldita sea mi estampa, tengo la sensación de haber estado toda la vida peleando con quién no debía.”
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