Baile y sueño, de Javier Marías (Tu Rostro Mañana #2)

 


⭐⭐⭐⭐⭐

♫♫♫La vida en la frontera - Radio Futura  ♫♫♫

 

Le constaba que todo podía ser deformado, torcido, anulado, borrado. Y tenía conciencia de que al final de cualquier vida más o menos larga, por monótona que hubiera sido, y anodina, y gris, sin vuelcos, siempre habría demasiados recuerdos y demasiadas contradicciones, demasiadas renuncias y omisiones y cambios, mucha marcha atrás, mucho arriar banderas, y también demasiadas deslealtades, o quizá eran todas trapos blancos, rendiciones. […] La vida no es contable, y resulta extraordinario tanto empeño en relatarla...A veces pienso que más valdría abandonar la costumbre y dejar que las cosas solo pasen. Y luego ya se estén quietas.


Si ya era difícil contar de que iba el primer volumen de esta trilogía, ya me parece casi imposible abordar este segundo, Baile y sueño, porque prácticamente toda la novela transcurre en un club nocturno de Londres. Aparentemente sucede muy poco, casi toda la novela transcurre en un único escenario y aquí más que nunca, se recuerda mucho, se reflexiona y se sobre-piensa más que en ninguna otra de las novelas que he leído de JM. En Fiebre y lanza habíamos dejado a Deza oteando tras la ventana de su apartamento después de haber sido seguido por una misteriosa mujer bajo la lluvia. Al comienzo de la novela, se desvela la identidad de la misteriosa mujer, al ser invitada a su apartamento. Los comienzos en las novelas de JM siempre me han parecido arrolladores, y aunque la novela anterior se interrumpía abruptamente bajo esa lluvia dejando el misterio de la mujer en el aire, una vez desvelado ese misterio al comienzo, a la larga nos parecerá casi irrelevante, pero lo genial de JM es cómo consigue envolver ciertas escenas: pasos, lluvia, una mujer con un perrito que lo sigue, una vez en su apartamento, él sigue mirando por la ventana, espiando, y poco después, ella entra en el apartamento. Puede parecer fácil a priori, pero las páginas que se toma Marías en desarrollar esta escena es lo que nos harán disfrutar del placer de la anticipación y del atractivo que suponen los procesos de su monólogo interior. Marías le saca un enorme partido a las ventanas, a lo que se va dilucidando en la mente del narrador a medida que observa a través de ellas, como voyeur, y a lo largo de esta novela hay varias escenas en torno a una ventana (la del baile del vecino es maravillosa). El encuadre de la ventana y lo que se desarrolla fuera activa todo un monólogo interior en el que el narrador vaticina, inventa y construye un relato totalmente imaginado. Antes de que la misteriosa mujer haya entrado en su apartamento había construido toda una historia imaginada en torno a ella, una vez dentro, ya esa magia desaparece: el misterio se ha desvelado, el placer de la anticipación se ha evaporado...


"Oye, es que quiero pedirte: una recomendación, un dato, un parecer, una mano, dinero, una intercesión, o consuelo, una gracia, que me guardes este secreto o que cambies por mi y seas otro, o que por mi traiciones y mientas o calles y así me salves. La gente pide y pide lo que se le ocurre, todo, lo razonable y lo disparatado, lo justo y lo más abusivo y lo imaginario, piden los próximos y los desconocidos…"


La entrada de la mujer en su apartamento activa en el narrador una reflexión en torno a la naturaleza de las peticiones y cómo nos afectará el hecho de que la mayoría de la gente que se nos acerque sea siempre con algún tipo de petición, de solicitud, de interés. Ella, la desconocida, quiere pedirle un favor y mientras hablan, conversan, la mente de Deza parece ir por libre estableciendo una especie de linea argumental paralela: por un lado la conversación y por otro, la conversación que establece él consigo mismo en torno a la naturaleza de las peticiones, todo esto sazonado con otros pensamientos, otras reflexiones en las que interviene esporádicamente Luisa, a la que acaba comparando con todas las mujeres: "Yo habría reconocido las piernas de Luisa entre dieciséis, veintiuna, aunque ahora haga mucho que no las veo y parezcan difuminarse a ratos y aún empiecen a confundirse con otras presentes que serán pasajeras y sí olvidadas." A partir de aquí pasaremos al club nocturno, en el que Deza ya reclutado por Tupra, tendrá que ayudarle a entretener a un cliente italiano y a su esposa durante la velada. El papel de Deza es bastante ambiguo, porque realmente debería ser una especie de soporte para Tupra a la hora de comunicarse con el cliente y al mismo tiempo, entretener a la esposa del italiano. Casi toda la novela transcurre en esa velada que se ve interrumpida por una serie de contratiempos que le harán reflexionar sobre la verdadera naturaleza de su trabajo: se ha convertido en una especie de espía, trabaja para los servicios secretos en una aparente tarea de analista y traductor, pero lo que se le va revelando en el transcurso de la noche le hará cuestionarse muchas cosas, sobre todo en lo referente a su jefe, Betram Tupra, un tipo enigmático y capaz de cualquier cosa.


-Pero no desdeñes nunca las ideas imaginativas, Jack, a ellas se llega solo después de mucho pensamiento, de mucha reflexión y mucho estudio, y de notable atrevimiento. No están al alcance de cualquiera. Solo de los que vemos y aun así seguimos mirando.”


El talento rarísimo de ver a la gente a través de ella misma y directamente, sin mediaciones, ni escrúpulos, sin esforzarse apenas, es una habilidad que tiene Deza que le servirá no solo para detectar los rostros más allá de la apariencia de la gente, sino además, le servirán para conocerse a sí mismo. Toda la novela es un continuo escrutinio de sí mismo, de sus circunstancias, de su ubicación en el mundo. Afincado en Londres, recién separado de una mujer de la que no puede terminar de desconectar, Deza, al que llamarán Jacques, Jack, Jacobo, Jaime, Yago… (unos nombres que contribuyen a esta desubicación, sus múltiples identidades), tendrá que andar con pies de plomo a la hora de relacionarse con personajes como Tupra, que se le irán revelando con una cierta ambigüedad despiadada. La estructura global en la que JM envuelve esta novela es fascinante porque aunque podría parecer una velada cualquiera en un club nocturno, la alargará hasta el infinito salpicándola de pequeños incidentes y de reflexiones, interrupciones y conversaciones. En medio de una escena, de un baile, Deza nos sorprende yendo adelante y atrás en el tiempo, sacando a relucir a Luisa, su ex mujer o directamente, cuestionándose su propia ubicación en el mundo.


"Oh sí, uno no es nunca lo que es -no del todo, no exactamente- cuando está solo y vive en el extranjero y habla sin cesar una lengua que no es la propia o la del principio. Por mucho que se prolongue el tiempo de ausencia, y su término no se vislumbre, porque no fue fijado desde el comienzo o se ha diluido y no está ya previsto, y además no hay razones para pensar que algún día pueda haber o divisarse ese término y el consiguiente regreso, y así la palabra ausencia pierde sentido y arraigo y fuerza cada hora que pasa y que se pasa lejos - y entonces también la pierde está misma palabra, lejos- , ese tiempo de nuestra ausencia se nos va acumulando como un extraño paréntesis que en el fondo no cuenta ni nos alberga más que como conmutables fantasmas sin huella…"


"Puesto que de ti no hay rastro, no tuviste lugar, no has ocurrido. No cruzaste el mundo ni pisaste la tierra, no exististe. Ya no te veo, luego nunca te he visto. Puesto que ya no eres, nunca ha sido.
Solo estaba in another country, expulsado del tiempo de ella y es ya muy otro que el mío..."


Lo que era seguro es que ella volvería a mi mente durante unos días, tras aquella charla, y no de vez en cuando sino todo el rato. No nos olvidemos que Baile y sueño es la segunda de una trilogía, con lo cual, está firmemente enlazada a Fiebre y lanza en la que Deza ya abordaba esta pérdida de identidad suya, solo que aquí ya lo conocemos un poco mejor y al mismo tiempo, él se va abriendo algo más e iremos reconociendo también a Luisa, a la que considera su faro en el mundo( todas las esposas en las ficciones de Marías se llaman Luisa). Jacques Deza se encuentra en otro país hablando una lengua que no es la suya pero a la que conoce muy bien y sin embargo no termina de encontrar esa raíz que lo sostenía y a la que metafóricamente todavía intenta agarrarse simbolizada en la figura de Luisa, su ex mujer: "La complací, obedecí, le hice caso: salí y anduve, me alejé y seguí andando, hasta aquí llegué y aún no regreso. Ni siquiera sé si ya he parado en mi marcha. Quizá no vuelva, quizá nunca vuelva." Y es este análisis continuo que hace Deza de sí mismo, lo que me sigue fascinando en Javier Marías. El retrato que hace de Luisa, no deja de ser el reflejo de la desesperación de un hombre que sabe que está perdiendo su identidad y que sabe por otra parte, que la respuesta a lo que busca tampoco está en Luisa y sin embargo, en esa vida que lleva ahora en Londres, Luisa simbolizará ese faro, del que se encuentra cada vez más alejado (la vi con los ojos de la mente, allí en Londres, o bien con los de la memoria, a través de mi ventana)"


"No, nadie está obligado a ocuparse del amor que otro le tiene ni aun menos de su abatimiento o despecho, y sin embargo reclamamos atención, comprensión, piedad y aun impunidad por algo que solo incumbe al que lo experimenta.

[...]

Así que yo no puedo quejarme, y aun menos debo: cuando Luisa me quiso a su lado me beneficié de una gracia que se me renovaba a diario, lo mismo que yo le renovaba a ella otra de valor parecido; y si una mañana nome fue más confirmada, no era cuestión de echarlo en cara ni de verlo como hostilidad voluntaria o malquerencia, nada de eso estaba en el ánimo, era espíritu de rendición más bien, y una gran pesadumbre."

[...]

Sí, solemos saber cuándo algo se tuerce o se rompe o cansa. Pero esperamos siempre que se enderece o se suelde o nos recupere, por sí solo a veces, como por arte de magia, y que ese saber no se confirme; o si notamos que la es aun más simple, que algo de nosotros se fastidia o desagrada o repugna, nos hacemos voluntariosos propósitos para enmendarnos. Son teóricos incrédulos, sin embargo, esos propósitos. En realidad sabemos que no seremos capaces, o que ya nada depende de lo que hagamos, ni de que nos abstengamos."


Lo que en el primer volumen se dejaba a la imaginación y sin respuesta, en Baile y sueño, se va revelando poco a poco aunque no del todo. La mente de Deza que no tiene ni un minuto de reposo, sigue debatiendo sobre el pasado y sobre la deslealtad, así que vuelve al episodio del pasado en el que su padre fue traicionado de alguna manera y en el que se relatan un par de episodios muy traumáticos que le serán revelados por él: “Ten en cuenta que en el conjunto de una vida lo cronológico va perdiendo importancia, no se distingue tanto lo que vino antes de lo que vino luego, ni los actos de sus consecuencias, ni las decisiones de lo que desencadenan.”


A mi me tocó lo de aquí, lo de Madrid, continuó mi padre, y aun oí más de lo que vi, mucho más. No sé que es peor, si escuchar el relato presenciar el hecho. Quiza lo segundo resulta más insoportable y espanta más en el instante, pero también es más fácil borrarlo o enturbiarlo y engañarse luego al respecto, convencerse de que no se vio lo que sí llegó a verse. Pensar que uno anticipa con la vista lo que temió que ocurriera y que al final no sucedió. El relato es en cambio cosa cerrada e inconfundible, si es escrito, puede volverse a él y comprobarse, y si es oral, pueden volver a contárselo a uno, y aunque así no sea: las palabras son más inequívocas que los actos, al menos las que uno oye, respecto a los que veo.”


La proporción entre el hecho y la reflexión, o el relato y la realidad, aquí en este segundo volumen de la trilogía ha conseguido equilibrarse de alguna forma. Hay una especie de suspense, de misterio soterrado que no se referirá tanto a la linea argumental en torno a la misión con Tupra, sino que estará más relacionado con el estado mental de Deza. Marías consigue no solo enganchar al lector con esta misión en la que se ve envuelto con un jefe fascinante y despiadado al mismo tiempo, sino y lo más importante, el enganche, viene también porque necesitamos saber hasta qué punto Deza seguirá perdido, desubicado, casi desanclado del mundo: Nadie tenía mis llaves, y allí nunca me esperaba nadie”. Marías se toma todo el tiempo del mundo para narrarnos la velada en el club nocturno, con algunos momentos desternillantes en torno a un baño de discapacitados que casi se podría asemejar a una escena en una película de Tarantino, o al surrealismo en torno a los secretos del botox, o incluso al fascinante misterio en torno a una gota de sangre y en esos diez segundos también me dio tiempo a ver lo más turbador de todo, una gota de sangre caída en el suelo del gabinete, ya aparecida en Fiebre y lanza, y que aquí Deza, sigue alargando y extrapolando esta gota de sangre a una conversación telefónica con Luisa absolutamente deliciosa.


Soy como nieve sobre los hombros, resbaladiza y mansa, y la nieve siempre para. Nada más. O bueno, sí: Déjalo convertirse en nada, y que lo que fue no haya sido. Seré eso, lo que fue que ya no ha sido. Es decir, seré tiempo, lo que jamás se ha visto, y lo que nunca puede ver nadie.”


Incluso siendo este segundo volumen de la trilogía mucho más lento y pausado que el primero, la escritura es tan maravillosa que podría haberse seguido alargando otras trescientas páginas más en ese club nocturno, que no me hubiera importado. El estilo narrativo de Marías envolvente, elegante en el que reflexiona sobre temas en los que fácilmente podemos sentirnos identificados, es lo que le da a sus historias ese toque tan único porque lo tiñe tanto de mordacidad, como de ironía y descreimiento y al mismo tiempo de un profundo lirismo. Mezcla momentos escalofriantes de nuestro pasado histórico con párrafos larguísimos que no sabemos dónde nos conducirán y que sin embargo, hacia el final de ellos veremos la luz. Al final de este Baile y sueño dejé a Deza en un coche conducido por Tupra en una escena turbadora e inquietante porque ya sabemos que Tupra puede ser peligroso e imprevisible. Una maravilla como Marías consigue conectar ese yo íntimo de su personaje con una linea argumental más amplía llena de misterio. Uno de los grandes, JM.


Mi vida normal: no acababa de hacerme a la idea de que ya no lo era, había sido expulsado de ella o mi tumba estaba allí bien hundida, cavada hasta lo más hondo, aun conservaba la sensación engañosa de que aquel otro país era un paréntesis, de que aquella segunda estancia inglesa era vida no vivida del todo, esa que no cuenta mucho y de la que apenas si se responde, o solo al celebrarse el gran baile cada vez más inverosímil, del tiempo que ya no es tiempo o está helado y sin transcurso."

 

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