Centauros del desierto, de Alan Le May
⭐⭐⭐⭐
♫♫♫ Somewhere Only We Know - Keane ♫♫♫
“Echamos raíces en un lugar lejano, demasiado lejano, mucho más
allá de donde un hombre tendría derecho o sentido común para echar
raíces.
[...]
Un texano no es más que un ser humano
metido en un atolladero. Te metiste en todo este lío solo por el
hecho de nacer. Quizás no haya manera de escapar una vez se nace
humano, excepto huyendo directamente a través de las brasas del
infierno.”
Alan Le May es un muy buen escritor, ya lo comprobé en Los Que NoPerdonan en su momento, y aunque me apetecía mucho la novela que
me ocupa, también sabía que tendría un problema con ella porque de las
primeras memorias cinematográficas que tengo es precisamente la de su
adaptación dirigida por John Ford, Centauros del desierto. Una película fuertemente
conectada conmigo desde mi infancia y porque quizás sea la película que más veces
haya visto en diferentes etapas de mi vida, y todavía ahora, sigo
descubriendo cosas nuevas en ella. Sabía que iba a tener un problema
con la novela por lo profundamente enquistadas que tengo sus imágenes y
por lo difícil que me iba resultar desprenderme de ellas, y aunque
siempre digo que no me gusta comparar ambos formatos, en este caso
aunque tenía curiosidad, también estaba casi segura de que las
profundas elipsis tanto emocionales como temporales que construía
Ford en torno a sus personajes, a la hora del texto, acabarían
decepcionándome. Difícil handicap. Centauros del desierto no
es una tópica película del oeste sino que es una de las grandes
películas de la historia del cine, universal y vital en el sentido
de que hay imágenes que siguen emocionándome después de muchos
años. Aquí conocemos la película de John Ford como Centauros
del desierto, cuando el título original de la película y de su
novela es The Searchers (Los buscadores), así que la editorial
Valdemar decidió titular la novela al igual que la película, y me
parece una decisión coherente por la falta de sentido de andar
removiendo un título que había cuajado tan sólidamente. Si para el
lector y espectador anglosajón, la novela y la película siempre
habían tenido el mismo titulo, parecía coherente que al traducir al
español la novela se siguiera manteniendo esa coincidencia en el
titulo de película y novela. Ya digo que me parece una buena
decisión por parte del traductor y de la editorial, aunque las
connotaciones que tiene la palabra buscador en esta historia
es totalmente fascinante. La búsqueda de algo durante toda una vida, la búsqueda de algo como obsesión o como excusa para rellenar una carencia existencial.
"Nos hemos embarcado en esta difícil búsqueda porque somos texanos. Pero la sensación que tenemos de fracaso, y de que nos equivocamos en nuestros juicios, y ese debatirnos entre la culpa y la vergüenza… eso es porque somos seres humanos.
En muchas ocasiones, a medida que iba pasando el verano, los buscadores creían estar cada vez más cerca de Debbie, pero de alguna manera el jefe guerrero Cicatriz les parecía cada vez más un fantasma que se esfumaba incesantemente.
Jamás se les ocurrió pensar que su búsqueda se estuviera convirtiendo en una enorme y extraordinaria gesta de resistencia, una epopeya de esperanza sin fe, de fortaleza, sin recompensa, de tozudez más allá de los límites de la cordura. Simplemente siguieron buscando, dando el siguiente paso, porque siempre hubo un lugar más dónde buscar, una leve esperanza que seguir."
Ya contaba en mi comentario de Los Que No Perdonan que a Alan Le May se le da muy bien el desarrollo de personajes, y no solo eso, sino el hecho de situarlos en un contexto histórico que la mayoría de nosotros conocíamos falseado por las películas del oeste, y que podría convertir este contexto en un tópico acartonado, pero no. Alan Le May construye novelas históricas en toda regla, documentadas, históricamente situadas en un contexto realista, capaz de situarnos en ambas perspectivas: tanto la del hombre blanco como en la de los indios. Sitúa el conflicto histórico y a partir de aquí seremos capaces de hacernos un retrato nada maniqueo de los hechos en la Texas de mediados del s.1870. Familias que vivían inmersas en el miedo de ser atacados por los indios pero por otra parte, en este caso, los comanches, no tanto reclamando lo que era suyo sino más como una venganza por las masacres: “No, maldita sea, explicó el coronel, claro que no habían tenido intención de matar a mujeres o niños, y más les valdría cuidar esa lengua. Lo único que podía verse era un amasijo de figuaras sin forma disparándote… no se podía hacer nada, solo neutralizarlos y dejar las preguntas para más tarde.” Así que aunque en este caso tenemos una novela desde la perspectiva del hombre blanco, Le May se las arregla para colarnos el profundo conflicto que surgió a partir de colonialismo ensangrentado del hombre blanco aunque puede que en Los Que No Perdonan, esta perspectiva desde el punto de vista indio esté mucho más ampliada que en esta novela.
“ -Solo sé una cosa, dijo Mart, que, en cualquier caso, voy a tener que renunciar a algo: o bien renunciar ahora y regresar, o renunciar al hogar y quedarme al margen.
- Ese es justamente el problema. Pronto será demasiado tarde. Cuanto más tiempo pasas fuera, más deseas volver… aunque no sepas cómo hacerlo. Hasta que finalmente ya no te adaptas a ningún sitio.”
El argumento de esta novela se puede resumir en tres lineas. Transcurre entre Texas y Nuevo México en la década de 1870. Un grupo de comanches destruye la casa de la familia Edwards y rapta a Debbie, la hija de once años. Lo que en un principio era un grupo de colonos intentando recuperar a la niña, acaba reducido a dos hombres, el tío y hermano adoptivo de la niña. Amos (en la película Ethan) y Mart, convierten en obsesión de su vida la búsqueda de Debbie con lo que esto supone para el estudio de personajes: dos hombres que van ensamblando meses hasta convertirlos en años, 5 o 6 años, recorriendo el territorio entre Texas y Nuevo México, buscando lo que parece un imposible. Esta será la excusa de Alan Le May para hacernos un retrato de la historia de los pioneros, los mexicanos, y los indios, y todos los intereses que iban surgiendo a medida que recorrían este territorio americano. "El hogar para ellos, era más un rumbo que un lugar. Era como la marca de un topógrafo que está en el mapa pero no en la tierra: se está al sur de allí, y luego se cabalga hacia allí, y tras un tiempo estás al norte de alli, pero nunca se está exactamente allí, porque no existe tal cosa; el hogar tan solo existe en la mente de cada uno. No eran más que hombres abatidos, que se rezagaban de regreso..." Salvando las distancias, será una especie de epopeya al más puro estilo Odisea: mientras buscan a Debbie, la obsesión de Amos será la de que Mart, que emprende la búsqueda cuando solo tenia dieciocho años, no acabe convirtiéndose en un hombre sin hogar como él. Buscar a Debbie supone una renuncia a tener una vida estable, fijada, y poco a poco a medida que la búsqueda persistía, el concepto de hogar quedaba cada vez más alejado del objetivo final. “Un lugar. Pero un lugar del que nunca puedan echarme. Ya va llegando la hora de que busque un agujero para morir, quiero que me dejen morir en ese catre. Que no me arrojen fuera por falta de espacio, o porque un hombre moribundo no puede aportar mucho trabajo. Ahí estaba… el final que un hombre de las praderas podía anhelar. Luchar por cumplir otro gran acto imposible al final...como tu única esperanza de asegurarte tan solo un lugar donde echarte y morir.” Alan Le May en este aspecto retrata magníficamente las vidas de estos hombres sin rumbo, vaqueros errantes, cuyo hogar estaba en su montura bajo el cielo raso. Hay momentos maravillosos a lo largo de esta novela, en los que se establece esta dicotomía entre la madurez de Amos, un hombre atormentado y perdido en sí mismo: “Martin comprendió que Amos había vuelto a caer en uno de sus puntos muertos. Esto era algo que le ocurría a Amos con frecuencia,, y parecía estar estrechamente relacionado con los avatares de su vida. Tenía el aspecto de de un hombre resignado a seguir el rastro durante años, todos los que le quedaban de vida", y la ingenuidad de Mart. Le May está continuamente enfrentando ambos perfiles psicológicos: Mart se podría convertir en otro Amos, todavía en la creencia en unos ideales y la esperanza de encontrar a Debbie con vida tras los años, está continuamente enfrentada a la aspereza, el cínismo y el descreimiento de Amos, un cínismo que le viene de los palos de la vida, de las decepciones, así que durante la búsqueda de su sobrina, a la que no cree encontrar con vida, casi que le puede más el odio por los comanches que la esperanza por recuperarla.
“Lo que Mart había notado era que Amos siempre hablaba de dar con ellos...nunca de encontrarla a ella. Y los gélidos y reprimidos fuegos tras los ojos de Amos eran manifiestamente el fulgor del odio, no la preocupación por una niña perdida. Se preguntó inquieto si no habría algún tipo de peligro en esto.”
La calidad de la escritura de Alan Le May está en los matices,
porque a medida que la novela avanza vamos aprendiendo, que tras la
vida de los colonos blancos, latía otra perspectiva, y el autor se
las arregla para describirnos que esa otra perspetiva, la del indio, también estaba luchando por
su tierra, por su hogar y por toda una forma de vida frente a un
Estado invasor. Le May lo examina todo, sobre todo las consecuencias
nefastas, el comercio, los intereses políticos, la mezcla que va
resultando entre esta convivencia...
“Se suponía que los comanches eran los indios menos imaginativos de todas las tribus. Hay indios que viven en un mundo poético, la mitad del cual pertenece al espíritu, pero los comanches eran gentes prácticas y duras que se reían de las ceremonias religiosas de otras tribus y las consideraban locuras de indios chalados. No tenían hombres de medicina oficiales, ni panteón de dioses con nombres, ni una disciplina teológica. Sin embargo vivían muy próximos a la naturaleza que les rodeaba y sentían en las rocas, en los vientos y en los ríos, espíritus tan vivos como los suyos propios. Se veían a sí mismos como parte de un mundo en el que nada carecía de espíritu.
Si eras norteamericano y comerciabas con comanches en territorio estadounidense, estando establecido en los fuertes del oeste de Texas y el Territorio Indio, se te consideraba un comerciante. Pero si eras mexicano, tenías tratos comerciales con los comanches en la franja suroeste de los Staked Plains, no se te consideraba comerciante, sino comanchero.”
Le May consigue penetrar en la esencia de la naturaleza humana, de la mortalidad y de los misterios que encubren muchas de nuestras decisiones en torno a la violencia, a la ambigüedad que surge alrededor de la supervivencia del ser humano en las condiciones más adversas. Aunque Cormac McCarthy es mucho más lírico y poético dentro de su aspereza, hay momentos en que Alan Le May me lo ha recordado mucho, porque aunque su narrativa es mucho más directa, y realista, la forma en la que sitúa al hombre en plena naturaleza, adversa, áspera, y lo enfrenta a sí mismo, era lo mismo que hacía Cormac, salvando las distancias. El caso es que aunque no he podido desprenderme de la película de John Ford durante su lectura (“Te recuerdo. Te recuerdo. De siempre.”), también admito que he disfrutado mucho esta lectua, aunque recomiendo primero la novela, y a partir de aquí, explorar la inteligencia de John Ford en una película en la que una simple mirada ya te está hablando de un mundo, de una ausencia, de un amor imposible, de un deseo de venganza corrosiva o incluso del deseo de sentarse frente a una chimenea a descansar en los últimos dias de vejez de un hombre errante.
La traducción es de Marta Lila Murillo
“Aquel territorio parecía extrañamente encantado; se podía viajar en un mismo punto todo el día sin avanzar ni un solo kilómetro. Uno podía partir por la mañana avistando un cerro con la cresta rota lejos a su izquierda, y al acampar al anochecer el mismo cerro con la cresta rota seguía estando allí, en el mismo lugar.
Tal vez era bueno que un hombre y su lenta montura no pudieran ver aquel territorio desde el cielo, como hacían los buitres. Si un hombre hubiera visto la inmensidad en la que se perdía como un punto minúsculo, le habría dado un vuelco el corazón, y si su caballo lo hubiera visto, el animal habría muerto de inmediato.”
The searchers aka Centauros del desierto, 1956, John Ford
Lo leí hace mucho tiempo, la película ni tan siquiera tengo recuerdo de haberla visto, pero tu entrada me ha recordado a los libros de Cormac McCarthy, quizás menos documentados, más místicos, pero la misma frontera y la misma locura en los que vivían allí...
ResponderEliminarSí, es diferente pq estas novelas de Le May son más bien históricas y lo de Cornac tenía otro rollo, casi alegórico o místico, como bien dices pero comparten esa conexión con la naturaleza, la soledad del hombre frente a ella. No sé, son impresiones. Gracias, Beau.
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