Los dos Beune, de Pierre Michon

 


⭐⭐⭐⭐

♫♫♫ Wicked Game - Chris Isaak ♫♫♫

 

Yo pertenecía a esas generaciones absurdas, sobrecargadas de trabas, que se imaginan que a las mujeres les entra el deseo por nosotros so capa de que podamos hablarles de cosas señaladas o muy serias, las artes frívolas o las bellas artes; el revoltillo del viento que sople en cada momento; o, si no se les puede hablar de todo eso, hay que dejarles claro al menos que nada de ello tiene secreto para nosotros."


Ha sido rara mi experiencia con este libro porque en un principio no me sentí demasiado cómoda con la visión que Pierre Michon da de Yvonne, la mujer que se convierte en fantasía del joven narrador, una incomodidad que venía dada sobre todo por cómo es vista esta mujer, casi solo como un cuerpo, unos tacones, o un movimiento de caderas. El caso es que poco a poco fui entendiendo, sobre todo a través de la sugestiva elección del lenguaje, que la visión de Yvonne venía solo y exclusivamente de parte de un narrador que ve en ella SU propia fantasía convertida en realidad, una fantasía apoyada enteramente en su físico, en su animalidad o simplemente el posible receptáculo de sus deseos sexuales en ebullición, los de él. A partir del momento en que comprendí esto, que Yvonne solo es un cuerpo y unos tacones y que así es cómo quiere verla sin cuestionar que hay más allá de este físico, desconecté de esa incomodidad que había empezado a sentir porque realmente lo que quiere transmitir aquí Pierre Michon, es justo eso, la idealización sexual que se monta un joven de apenas veinte años en su cabeza y la mayoría de las páginas de este libro realmente están impregnadas de voluptuosidad, de deseo erótico, de fantasía en torno a la figura de una mujer que para el narrador y en esta etapa de su vida, se ha convertido en una especie de figura mitológica, encarnación del placer y el deseo.


Mi ensoñación cobraba cuerpo, se iba concretando con ayuda de los acontecimientos que nos parecen reales, tuve ante la vista aquellos colores que le habían subido a la cara, aquel pathos que le había atenazado las mejillas. La sangre de Yvonne me palpitó por un momento en las mías."


Y justo desde el primer momento en que conoce a Yvonne a la estanquera, el narrador se reafirma cuando piensa: “No creo en las bellezas que se van revelando poco a poco, a poco que nos las inventemos, solo me importan las apariciones.” No está realmente interesado en conocerla, no puede perder el tiempo en lo que se va revelando poco a poco, lo que hay más allá de ella, su psique, porque la aparición física, animal, voluptuosa de Yvonne tras mostrador del estanco cuando va a comprar tabaco (o el periódico que nunca lee) es lo único que le vale: solo está interesado en esa aparición simbolizada en el hecho concreto de una fantasía mental convertida en realidad y justo es eso lo que más preocupa a Michon, creo, poder transmitir esa atmósfera de angustia voluptuosa en la que se encuentra el narrador, encontrar las palabras justas, adecuadas que puedan conectar al lector con este deseo erótico que es una pulsión recurrente casi en cada página de ambos relatos. Los dos Beunes presenta dos relatos, el primer escrito en 1996 (El Beune grande) y el segundo (El Beune chico) publicado en 2023, que funciona a modo de continuación de ese primero que Michon interrump abruptamente, así que se puede decir que Michon consigue integrar, encajar perfectamente un relato que se mimetiza 27 años después con el primer casi como si no hubiera pasado el tiempo, como si se hubiera escrito en el momento del primero.


“… pero Marysé, que estuvo leyendo revistas durante tres años de casada, frente al Beune, no encontró en las revistas la mínima mención al imperio de los Beune, nada de cuya imagen pudiese echar cuenta y con lo que nutrir su esperanza, con lo que conseguir que coincidiese lo que tenía ante la vista y en su cama con lo que tenía en la cabeza, y con ayuda de las revistas había desistido de aquel ganso, lo había dejado plantado, había regresado a Saint-Nom, donde se había casado en segundas nupcias con un empleado de Correos que no pescaba ni cazaba ni fumaba, que pintaba los domingos, que tenía libros y a quien, tras diez años de matrimonio, consideraba también un ganso por razones inversas y menos válidas.”



Aunque Michon sazone este libro de pequeñas historias como las de Marysé o Hélene, el narrador es el joven maestro de un pequeño pueblo, Castelnau, cerca de Lascaux que se obsesiona con una mujer mayor que él, Yvonne, madre de uno de sus alumnos, Bernard. Realmente todo esto es incidental porque lo que le interesa a Michon es encajar esta naturaleza o este paisaje con los personajes, camioneros, escolares, pescadores, que viven en ese pueblo condicionados por ese aislamiento: el gran Beune, el rio, que tanto influye en los paisajes fantasmales después de que la lluvia los empape, o esos frescos rupestres, misteriosos de las cuevas de Lascaux, que en todo momento y a través de la escritura de Michon nos están recordando el origen más primigenio de la humanidad. Este origen de la humanidad está continuamente presente no solo a través de este paisaje agreste, sobre todo representado en las cuevas de Lascaux, sino que Michon lo redefine con la obsesión que el narrador siente por Yvonne porque su mirada mientras recorre este paisaje no es más que sensualidad en el sentido de que Michon elige un lenguaje saturado de erotismo, visceral, para describir la percepción del narrador destacando esa animalidad que bulle bajo la apariencia civilizada. Y es esa obsesión del narrador traumatizado y cegado por sus sentidos más viscerales lo que Michon consigue transmitir tan bien a través del lenguaje, que puede parecer recargado o anticuado, sobre todo por la elección de ciertas palabras, pero realmente estas palabras concretas, elegidas, afianzadas, maduradas, serán las que construyan la atmósfera saturada de pulsión sexual.


"Se alejaba, la falda le susurraba más alto que los árboles, los tacones perforaban las hojas caídas."

Pensé en su júbilo, en su cruel elegancia: en el orgullo de ser guapa, en la vergüenza que le encogía la voz aguda; en cómo era su grito. Pensé que era la madre de Bernard, del niño. Los juncos acerados le acariciaban los tobillos, le hacían una carrera en la media, cortaban.”


Castelnau es un pueblo aislado, casi suspendido fuera de cualquier linea del tiempo aunque sepamos que transcurre en 1961, pero es esta localización entre el rio Beune y las cuevas de Lascaux lo que le da a este relato ese tono tan irreal en relación al tiempo. Casi exclusivamente todo gira en torno a la obsesión del joven narrador por Yvonne, la estanquera, consumido por un deseo en el que lo único vital en él, lo único que de verdad cuenta es que desea lo que ve continuamente, no lo que se puede intuir en ella, sino simple y exclusivamente lo que ve, lo animal y físico. Pierre Michon consigue llevarnos a los orígenes, a la animalidad del ser humano que se esconde bajo estas apariencias civilizadas, y son el río, el bosque, la espesa niebla o las cuevas rupestres lo que contribuye que este relato se convierta en una especie de fábula o cuento en torno al deseo más primitivo. Aquí no hay simbología romántica ni idealización del amor, tampoco hay profundización en la psicología de sus personajes, Michon convierte el paisaje en cómplice de un narrador que estará cegado por una mitificación sexual que lo obsesiona. Michon además y a partir de ciertas escenas que podrían funcionar como pinturas (rupestres) evoca las tradiciones más ancestrales, sin desaparecer en ningún momento la sensación asfixiante y sobrecargada de pulsión sexual. El lenguaje podría ser el mismo rio Beune.

La traducción es de Maria Teresa Gallego Urrutia.


Yo tenía en el pecho ese corazón de hielo que febrero y marzo en su punto de encuentro se van endosando mutuamente, y para que se derrita se necesitan otras hogueras que los alejandrinos. Volvía ese corazón hacia la ventana, volvía hacia ella los ojos; en ella veía la niebla o la helada y en esa misma niebla o ese mismo hielo, en algún lugar estaba Yvonne; arriba, en la plaza, contenían Yvonne, rozaban a Yvonne, recorrían a Yvonne, la medían, la ceñían, se insinuaban en ella…”

 

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