La isla, de Mesa Selimovic
"Cada época es complicada, pero la nuestra es la peor. Al igual que en los tiempos de las cavernas, cuando había inundaciones, las bestias salvajes y las enfermedades graves amenazaban la supervivencia de los seres humanos; hoy en día la avalancha del sinsentido amenaza la vida misma. Solo que con más dureza que cualquier fuerza ciega. Hoy servimos a lo material, sin conocer el verdadero valor de nada."
Cuenta Miguel Roán, el traductor, en el epílogo, que La Isla no fue concebida como una novela. El mismo Selimovic reconoció en sus memorias que el manuscrito fue publicado por capítulos en la revista mensual Savremenik entre 1973 y 1974 y la verdad es que es más o menos la impresión que tuve durante la lectura de esta novela, que no lo era tanto, sino una serie de relatos enlazados por sus dos protagonistas principales, el matrimonio de Ivan y Katarina pero podrían haber funcionado perfectamente independientemente y por separado; la pareja decide en su vejez irse a vivir a una isla alejados de la gran ciudad, de sus dos hijos y sobre todo de sus vidas. Lo que empieza resultando la búsqueda de un refugio en el aislamiento va deviniendo poco a poco en una especie de cárcel. Al verse la pareja obligada a compartir mucho más tiempo juntos y solos, salen a relucir cuestiones no solo del pasado entre ambos, sino sobre todo de su presente. ¡"Qué imperfectas son las personas! ¡En todo! No pueden vivir solas, solo existen como una mitad. Persiguen la otra, en una mujer, en otro hombre, en una mentira.” ¿Hasta qué punto el ser humano no puede vivir solo? Esta es una de las cuestiones principales, uno de los conflictos vitales que surge de la condición humana: la soledad. Ambos al rememorar el pasado parecían abocados a terminar solos y sin embargo ese encuentro que los convierte en pareja, quizás no fuera otra cosa que la desesperación por no terminar solos. Selimovic incide en ello al despojar de idealización la vida en pareja que a costa de huir de la soledad, al mismo tiempo se acaba sacrificando su propio espacio. Tanto Ivan como Katarina parecen ser muy conscientes de ello a lo largo de este texto tan universal y reflexivo: Y ¿cómo podía él saber lo que ella pensaba? La otra persona era una caja sellada, y nada saldría de ella a menos que así lo deseara. Un secreto puede tardar días en revelarse. No nos descubrimos ni siquiera cuando creemos haber encontrado a nuestra otra mitad. Estamos incompletos pero también ensimismados."
"Hay que inventar otras palabras, pero no sabemos cómo, ni sabemos cuáles.O tal vez recordar las antiguas: tierra, pueblo, vida. Quizá también: silencio. O tal vez: grito, que nadie oirá, porque ya nadie escucha ni entiende a nadie, pero es importante para nosotros, porque es lo único que aun podemos hacer en este mundo de máquinas ruidosas y de insensatez pendenciera, bombas de hidrógeno y ráfagas ideológicas."
A través de Ivan y Katarina, Selimovic explora los temas de la vejez y la no permanencia, el aislamiento y el abandono de lo material, de los hijos y del desapego, de las expectativas y de las decepciones a través de habértelas formado, convirtiéndose este texto más en una exploración del ser humano a lo largo de las fases de una vida, y que ya en su fase de entrada en la madurez, y de vuelta de todo, observa la vida bajo unos ojos de pura decepción. La soledad es para mí el tema fundamental en esta pequeña gran novela, sobre todo en el sentido de la soledad en pareja, o de la soledad teniendo familia, y de la perspectiva que adquiere la vida cuando el ser humano es consciente de que está profundamente solo aunque tenga personas a su lado. Es un texto incómodo porque nos enfrenta como si nos miráramos en un espejo y es difícil no reconocerse, o no reconocer tu propio entorno."Jamás admitiría que tenía esperanza. Ni siquiera sabía de qué." Es interesante sobre todo la reflexión que hará Selimovic de la insatisfacción de una vida de una pareja, que cuando se miran igual no se soportan, y sin embargo ya son incapaces de vivir en completa soledad. Es un texto duro en este sentido por lo seco y por el desapego, y sin embargo, el retrato que Selimovic hace de esta pareja por separado, Katarina por una parte, e Ivan por otra, resultan conmovedores.
“No notaron un gran diferencia entre la vida en la ciudad y en el campo en cuanto a la relación con la gente: tanto allí como aquí las personas iban a lo suyo o acaso no sabían cómo relacionarse con los demás. Como si vivieran entre el pasado y el futuro, en un tiempo sin identidad entre la cálida uniformidad patriarcal, en la qe todos estaban forzados a integrarse, y la fría alienación moderna en la que uno vivia necesariamente para sí mismo.
En la isla echaban de menos la dinámica de la vida urbana; en la ciudad, el sosiego isleño. Pero en todas partes se sentían como extraños, aislados y fuera de lugar. Tal vez no podía ser de otra manera. Temían la soledad, pero también temían la compañía ajena. El mismo ser humano se convierte en un obstáculo para el otro.”
Se podría decir que esta isla que habitan Katarina e Ivan es una especie de espacio suspendido en el tiempo que funciona como una metáfora de ese momento cuando el ser humano se enfrenta a sí mismo, a sus miedos, a reconocer que por mucho que busque estará solo, además del exilio, de la amistad o los conflictos morales, temas que Selimovic saca a relucir y los lleva a un terreno más bien existencial. No es una novela al uso, sino que cada uno de los capítulos funciona como un relato en el que se debaten conflictos vitales, morales, íntimos, cuando al ser humano no le queda otra que mirarse en un espejo y verse reflejado, le guste o no lo que vea al otro lado de ese espejo. La conciencia de la muerte, ese gran tema vital que la condición humana no ha sido capaz todavía de enfrentar, es aquí, tal como sucedía en sus otras dos novelas La Fortaleza y El Derviche y la muerte, otro de sus temas más recurrentes y esenciales: “El miedo a la muerte es tremendo, pero cuando ves lo que es, cuando renuncias al deseo de ser un dios y te contentas con ser un hombre mortal, todo encaja, y la aguardas con calma, como el sueño, y no te lamentas de no despertar al día siguiente...”
"¿CÓMO
ESTÁS?
Esta pregunta bienintencionada lo iluminó. Era como si
hubiera encontrado a un amigo o a una buena persona que le hiciera
una pregunta sencilla: ¿Cómo estás? ¿Estás cansado? ¿La vida te
resulta dura? Tómate un respiro, relájate, refréscate con esta
agua. Piensa en mi como yo pienso en ti."
De Selimovic ya había leído La Fortaleza, una novela soberbia, y El Derviche y la muerte, que acabó resultando una de esas novelas que ya me acompañarán para siempre por el impacto que me supuso la reflexión sobre la condición humana que hacia en ella Selimovic, me conmovió profundamente, y reconoci en Selimovic a un autor de los más grandes que ha parido el siglo XX. La isla es una novela íntima, para pararse en ella, regodearse en las palabras y en su sentido, a veces incluso un ensayo filosófico sobre lo que termina resultando la vida: un compendio de fragilidades, dudas y miedos, un texto subjetivo que nos enfrentará a nosotros mismos continuamente. Una vez más agradecer a Automática Editorial el regalo de traernos y traducirnos a Mesa Selimovic, un autor quizás todavía muy invisible pero que se merece estar en el podium de los grandes narradores de la literatura universal.
La traducción del serbio es de Miguel Roán.
"La vida es un sueño..
¿Significaba eso que solo soñamos que vivimos, pero no vivimos? Todo lo que nos sucede no es realidad, sino un sueño de la realidad. ¿Qué es entonces esa realidad? ¿Existe? ¿Es el sueño mismo la única realidad?
¿Quién nos mantiene dormidos y quién nos despierta?"
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