El abismo de San Sebastián, de Mark Haber
♫♫♫ Positively 4th street - Bob Dylan ♫♫♫
"¿Y qué es un crítico de arte con miedo? ¿Qué es un crítico de arte que esquiva la angustia y la duda, censurándose y esterilizándose a sí mismo en vez de decir lo que piensa?"
He disfrutado muchísimo de esta novela corta que desenmascara todos los tics en torno a la crítica académica del mundo del arte, porque Mark Haber aunque convierte este texto en una sátira, y además muy divertida, no es que se centre en el mundo del arte, sino que mayormente se centra en destacar cuando estos críticos que han convertido a cierto arte en un estandarte de sí mismos, plantean un discurso que acaba derivando en un ejercicio de ombliguísmo. Personalmente y a lo largo de los años ha dejado de interesarme leer críticas sobre libros o cine precisamente porque casi siempre tengo la impresión de que no se despierta la curiosidad por esa obra a través del mundo de las sensaciones o las impresiones, sino que siempre acabo teniendo la impresión de que los críticos oficiales se centran más en ellos mismos que en la obra que vienen a discutir: una critica académica que pretende ser tan objetiva que al final acaba olvidándose de la obra en cuestión, y el ejercicio se acaba convirtiendo en un destripe con puntos y comas de un libro, por ejemplo, o una película, sin dejar espacio al lector para que pueda sentir un mínimo de curiosidad.
“La mediocridad es una enfermedad que siempre gana, decía, siempre ganando y seguirá ganando o, como mínimo, tomará la delantera, la mediocridad, decía, que es terrible ante la excelencia y la sublimidad y la auténtica belleza, que son, naturalmente, sus impuestos, pero que es absolutamente inigualable a la hora de aventajar y por tanto reprimir lo excepcional...."
Lo que me gusta de El abismo de San Sebastián es precisamente el hecho de que Haber saca a relucir este egocentrismo de la crítica y lo desenmascara en un texto que fluye mientras el lector no puede dejar de sonreír. En una novela en la que dos críticos, muy a eruditos ellos, se dedican durante toda su vida académica a analizar un cuadro de 30 x 30, escribiendo cada uno de ellos una docena de libros en torno a él, escribiendo ensayos y visitando una y otra vez el cuadro en el Museo en el que está expuesto en Barcelona, llama la la atención precisamente que Mark Haber no describa el cuadro en todo su detalle, no hay forma de saber cómo es exactamente el cuadro porque en todas las diatribas de ambos críticos, realmente y en el fondo no se trata tanto del cuadro, como de que usan el cuadro para hablar de ellos mismos, de inflar sus egos mostrando al otro que su teoría es más acertada que la del otro y así en un bucle sin fin, y esto es lo que acaba convirtiendo esta novela en una lectura deliciosa. Conoceremos detalles del cuadro, pero no veremos el cuadro en la mente (o si lo veremos porque lo imaginamos) porque en ningún momento se lo describe y de esta forma el autor deja al lector ese espacio para que imagine el cuadro. Para mí esta es la función que debería cumplir la crítica, dejar el espacio al profano para que pueda construir su propia obra en su imaginación, o darle las herramientas para avivar la curiosidad.
"Y más adelante después de que Schmidt hubiera leído la transcripción de mi mesa redonda en la que yo decía que el arte es subjetivo y el arte es para todos, es decir, que la opinión de un profano es igual que la de un experto, se divorció de mi vida, aunque lentamente y poco a poco, al principio con insultos contra mi, y luego con calumnias y desaires, porque había dicho aquello tan horrendo."
El abismo de San Sebastián trata sobre un cuadro que lleva ese nombre, obra de un pintor totalmente desconocido para el mundo del arte, hasta que el narrador y Schmidt, en su época de estudiantes en Oxford, dan con un libro en el que aparece reflejado el cuadro. A partir de aquí convierten su vida en el estudio de este cuadro, publicando libros, dando conferencias, escribiendo ensayos siempre en torno a teorías especulativas sobre el cuadro, de un pintor, Hugo Beckenbauer, nacido en 1512 del que apenas se sabe nada y que se pasó su vida bebiendo, utilizando sus pinturas como moneda cambio para conseguir sexo, según cuenta el diario de su casera encontrado milagrosamente en algún momento. Mark Haber inventa a este pintor y este cuadro que le sirve para analizar lo que son los críticos, cuando en este caso, creen haber dado con una mina de oro a la hora de resucitar un artista que no sabremos hasta qué punto era mediocre. El secreto está en descubrirlo y escribir y hablar y darle notoriedad hasta que finalmente hayan creado la suficiente expectación, pero es una expectación más apoyada en la competitividad y los roces que acaban surgiendo entre Schmidt y el narrador, a la hora de llevarse el gato al agua sobre cual de los dos fue el primero que lo descubrió, o cual de los dos estará más cerca de descubrir quién era de verdad Beckenbauer, que realmente parece un fantasma inventado por ellos.
“Schmidt vilipendiaba mis libros y mis teorías sobre El abismo de San Sebastian. Insistía de nuevo en que había sido él el primero en volver la página del libro de texto en la Escuela Ruskin y en encontrar el cuadro del conde Hugo Beckenbauer antes que yo, pero aun así escribía, encontraba profundamente perturbador que yo siempre me hubiera arrogado el mérito…”
Mark Haber exagera los tics no tanto del mundo de arte sino de la critica que se obsesiona con una obra determinada, en este caso concreto, para inflar sus propios egos que de eso anda muy sobrada la crítica académica en general. Haber juega también con los tópicos en torno a los artistas diferentes, misteriosos, que han pasado como de puntillas por el mundo del arte, hasta que un erudito avispado los saca del olvido, convirtiéndose este arte o artista, en mera excusa para el lucimiento de por vida de ellos mismos. Tanto el narrador como Schmidt han conseguido prestigio solo y exclusivamente hablando del cuadro incluso en tochos de mil páginas, y si nos detenemos en el hecho de que Haber incide continuamente en que apenas se sabe nada de Beckenbauer, y prácticamente solo se conserva este cuadro (hay dos más algo más pequeños a los que calificarán prácticamente de basura), es cuando nos damos cuenta de que ambos críticos prácticamente se han inventado una excusa de vida gracias a un tal Hugo Beckenbauer, nacido en 1512 y del que un día por casualidad descubrieron hojeando un libro.
“Mi sexto libro, La paradoja de Hugo, era una exploración de cómo serían probablemente las demás pinturas del conde Beckenbauer (…) y el mundo del arte celebró La paradoja de Hugo como una obra de crítica de arte especulativa original e inigualable. Schmidt respondío con un libro de ensayos críticos (Turbulenta incoherencia) en el que destrozaba cada teoría y postulado que yo había hecho en La paradoja de Hugo.”
El punto de vista de la novela es el del narrador sin nombre y realmente llegado un momento somos conscientes de que es un narrador nada fiable. Después de años de rencillas, y en su lecho de muerte, Schmidt le envía un largo email convocándole en Berlin dónde se está muriendo para de alguna forma, revelarle uno de los grandes secretos que ha conseguido descubrir sobre el “fantasma” Beckenbauer. La novela transcurre durante este viaje y el narrador rememora sus años de amistad y finalmente el final de sus relaciones, convirtiéndose a partir de ahí y durante décadas, la vida académica de ambos en un continuo arrastre por el barro del uno al otro. Haber saca a relucir esa soberbia de estar en el poder de la verdad de los académicos, alejando este arte de la vida terrenal como si el profano no fuera digno ni siquiera en opinar sobre arte. Y por otra parte, ese defecto continuo por parte de esta crítica elitista en ser los primeros y únicos en tener el derecho de disfrutar y opinar, pero una vez que un artista o una determinada obra se convierte en más conocida, también será despreciada por ellos. Una novela deliciosa. Me lo he pasado en grande leyendo a Mark Haber.
La traducción es de José Luis Piquero.
“Sí, escribía, yo les había dado a esos monstruos en mi atroz mesa redonda el mismo estatus, escribía, que a nosotros, los críticos, los únicos que vivíamos y respirabamos y prácticamente sangrábamos por el arte.”
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