Dioses modernos, de Nick Laird


♫♫♫  Save Your Tears - The Weekend  ♫♫♫

 


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"Me he perdido en el bosque. No es la clase de bosque en el que una querría perderse."


Nick Laird ha sido un hallazgo y el hecho de esta novela no sea perfecta porque en algún momento se va por los cerros, no significa que necesite esta perfección para que conectes y contenga momentos realmente gloriosos y aquí los hay y todos están relacionados con los intríngulis en torno a la familia porque Laird usa la familia irlandesa, en este caso los Donnelly, como un ecosistema a la hora de explorar la identidad, este peso del pasado que a veces se arrastra como una enorme cruz, al mismo tiempo que visibiliza la religión como ese gran monstruo manipulador culpable de muchos de estos males. Los recuerdos de infancia y como los hemos llegado a interpretar como adultos es otro enfoque que saca a relucir Laird con un estilo totalmente accesible y muy fresco. La memoria a lo largo de los años no deja de ser una interpretación de algo que nos hemos construido en nuestra mente. Aunque haya una parte concreta de la novela con la que no he conectado demasiado, y es concretamente aquella que se ubica en la isla de Papúa Nueva Guinea, el resto de la novela me ha llegado muy cerca en la forma en que Laird narra la situación de la familia Donnelly, ya una vez que sus tres hijos han crecido: cada uno tiene su vida, y sin embargo todos y cada uno de ellos siguen conectados a la casa familiar como si fuera un faro al que volver cuando de verdad se está perdido. Hay tantas conexiones con la forma en que se concibe la familia tradicional en Irlanda del Norte con esta España en la que vivo, concretamente el sur, que es difícil no reconocerse en ella. En la Irlanda del Norte que describe Laird todavía es más palpable esta pertenencia medio traumática porque además ha sido una sociedad muy marcada por la división religiosa y política desembocada en violencia, y aún así, la familia es el núcleo central que garantiza la pertenencia y la continuidad en un ciclo marcadamente conflictivo para muchos.


"Pero durante esos primeros años, el optimismo era tan imparable como una avalancha. Era una locura no sumarse al entusiasmo general. Se construían casas adosadas en el terreno de las antiguas fábricas y no cabía duda de que se hallaría gente dispuesta a comprarlas.
(...)
Entrar en bancarrota era la clase de humillación que te hace sentir físicamente más pequeño, más débil. A lo largo de tres años después de cumplir los veintidós, Spencer no tuvo cuenta bancaria y su padre volvió a darle la paga, como si tuviera doce años."



Laird muestra que este núcleo familiar tan sólido en su apariencia, es muy frágil una vez que se escarba y sale a relucir de todo. La familia que puede funcionar como un refugio, también se puede convertir en el mayor motivo de huida, y en una cárcel sobre todo para las mujeres porque hay roles todavía muy enquistados y de esto hablaba en mi crónica de Entre toda las mujeres, también del irlandés John McGahern. Cuando la novela comienza, el matrimonio de Judith y Kenneth Donnelly ya en sus sesenta, se enfrentan a la segunda boda de su hija Alison que había tenido un primer matrimonio traumático. Liz, la hija mayor, no se ha casado y salió de casa para convertirse en académica en Nueva York después de haber estudiado antropología. El hijo menor, Spencer, sin oficio ni beneficio, después de intentar hacer dinero rápido con la burbuja que terminó estallando, finalmente encontró refugio en la inmobiliaria propiedad de su padre. Así a grandes rasgos, Nick Laird nos muestra una familia que podría ser la de cualquier otro lugar del mundo y mientras en esta primera parte nos está introduciendo en la dinámica familiar, antes de que Liz llegue para la celebración de la boda, es difícil no reconocerse en muchos momentos que describe Laird, con humor, ironía, con esa vena tragicómica tan habitual en los irlandeses cuando abordan los temas en torno a la familia.


"No entendía por qué su hermana estaba tan decidida a venderle esa imagen de su vida, como si no pudiera soportar vivirla sin la aprobación de los demás."


Aunque Nick Laird nos esté hablando de los Donnelly realmente usa a las dos hijas de la familia como una especie de guía para mostrarnos el cuadro completo. Liz por una parte, que aunque consiguió independencia, no ha cumplido las expectativas familiares porque no está casada, y por otra parte está Alison que aunque si se adaptó a las expectativas en torno al rol de madre y esposa, realmente se siente una fracasada. Esta novela está escrita de tal forma que ya digo que es fácilmente conectar con ella aunque no vivamos en el pequeño pueblo de Ballyglass, en el Ulster, en Irlanda del Norte. La desconexión que siente Liz una vez que vuelve a casa, es la misma que siente Alison, a pesar de que ella sí aparentemente parece responder al rol que se espera de ella y ha echado raíces en el pequeño pueblo de Ballyglass.


Y sin embargo,y por eso David la miraba en aquel momento, como siempre la miraba, con lástima. ¿Todavía soltera? ¿Sin hijos? David le dio una palmadita en la cabeza a a dos de sus hijos a su lado, tenía cinco, y comenzó a hablar, como de costumbre, de su propia vida. Que era la misma vida que había tenido siempre.”


Tras la boda, Liz se dirige a Papúa Nueva Guinea, a la isla de Nuevo Úlster, para presentar para la BBC un documental sobre una nueva religión que ha surgido entre los nativos, liderada por una mujer nativa llamada Belef y es aquí en esta segunda parte donde para mí decae un poco la novela, o por lo menos el climax anterior se rompe en cierta forma, aunque sigue habiendo capítulos conectados con Alison y con la familia. Observar es en cierta forma el trabajo de Liz como antropóloga y su viaje a esta isla de Melanesia para investigar sobre una nueva religión, se conecta de alguna forma con esa parte de Irlanda que ella creía haber dejado atrás: la fe como necesidad humana, como una fuente de pertenencia a la que agarrarse, pero al mismo tiempo Laird está visibilizando lo peligrosa que puede llegar a ser a la hora de manipular y de ahí hay un solo paso para la violencia. Nick Laird está comparando a Irlanda del Norte y la pequeña isla de Papúa Nueva Guinea y sus nuevos dioses creados en un principio como signo de esperanza pero finalmente se transforman en otra cosa que acaban manipulando las vidas de las comunidades. Es un símil interesante el que establece aquí Laird sobre todo cuando reflexionamos sobre estos nuevos dioses o dioses modernos que el ser humano necesita para que la desesperanza no los invada y los sume en la oscuridad.


Aquella inmensa oscuridad qué el mismo había llevado a tantas vidas, la suya incluida.”


Tal como decía al principio de esta crónica, Nick Laird me ha parecido un hallazgo y quiero seguir leyéndole porque se muestra muy lúcido a la hora de mostrar ciertos temas que todavía son dolorosos y que están muy enlazados con el pasado y además muestra mucho sentido del humor a la hora de narrar pequeños momentos domésticos que quizás todos hayamos vivido. La forma en que relaciona un tema global como puede ser el de la religión y la violencia, con la experiencia que se puede vivir dentro de una familia, estableciendo símiles que podremos reconocer todos, son muy reveladores, por ejemplo cuando se refieren a la madre de la familia: "Liz no recordaba haber visto nunca a su madre irse a la cama de día. Rara vez la había visto sentarse. A veces cuando ya era de noche, se apoyaba media hora en uno de los brazos de la silla mirando la televisión sin prestarle atención. Pero por lo general era una mujer vertical, laboriosa, ágil." Es en este momento de inflexión en la vida de la familia Donnelly, en el que durante la boda de Alison surge un tema del pasado, y a través de las perspectivas de las hermanas, justo el momento que usará Laird para enfrentarlos a su propia identidad. Todos están en crisis, todos están buscando algo y deseando agarrarse desesperadamente a un ancla que los sostenga, y es en esta reflexión que hacen de sí mismas las hermanas dónde quizás esté la respuesta.

La traducción es de Alberto Moyano Muñoz.


"Y pensó en lo horrible que era ser joven hoy en día, incluso aquí, en el fin del mundo. Se te echaba encima el mundo en su conjunto, su estupidez y su pornografía, su lujuria, su avaricia, su envidia y su odio. A veces se olvidaba de lo difícil que era ser mujer, y luego había algo que se lo recordaba.

No había forma de proteger a una chica ante el mundo; era como intentar poner coto a un tsunami de mierda con cinta adhesiva y una cuerda.”

 

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