The Cemetery in Barnes, de Gabriel Josipovici

 


⭐⭐⭐⭐⭐

♫♫ ♫  Tears Run Rings - Beautiful Stranger    ♫♫ ♫


"Pero como suele ocurrir con la imaginación, pensar con frecuencia y lo bastante en algo hace que parezca al principio posible, luego incluso probable,y por último, necesario.”

 

De verdad que pocas veces he sentido, como en esta novela, que no quería acabarla, que era demasiado corta (126 páginas) y que no había formado de alargarla porque tenía que seguir leyendo. Funciona como un hechizo, como un estímulo continuo para el lector porque es tan enigmática, tan ambigua y por momentos tan turbadora que es de esas novelas a las que califico como sonámbulas. Gabriel Josipovici construye un relato abierto a tantas interpretaciones, gracias a esta ambigüedad, que cuando la terminé, volví a empezarla, casi en un intento por escapar de este hechizo…, pero no, tras la segunda lectura, el hechizo continuaba (perturbadora por lo que sugiere más que por lo que revela), y no solo eso, sino que algunas interpretaciones de la primera lectura se habían transformado en otra novela…, de haber continuado con una tercera lectura estoy segura de que hubiera seguido transformándose en otra novela y así hasta el infinito

 

"Nunca se llamaban por sus nombres. Para ella él era simplemente él y para él ella era siempre ella. Sus amigos se preguntaban si usarían la misma fórmula cuando estaban solos, pero en realidad nadie los conocía lo suficiente como para preguntarlo."

 

El Cementario de Barnes se estructura en torno a la vida de un traductor, sin nombre, que nos va relatando tres momentos concretos de su vida, intercalándolos sin orden (pero con concierto): su vida en Putney, Londres junto a su primera esposa, casi unos críos ambos; su vida ordenada y rutinaria en Paris, una vez que se quedó viudo; y finalmente el presente junto a su segunda esposa viviendo en una casa de campo en la zona rural de Gales. Tres momentos concretos, tres espacios firmemente asentados que se mezclan continuamente mientras fluyen hacia su recuerdo. El traductor repasa estas tres lineas temporales estableciendo conexiones con el arte, la traducción, los poemas de Shakespeare y du Bellay, y la ópera de Monteverdi, unas conexiones artisticas firmemente identificadas con él mismo y su vida, al mismo tiempo que se relaja paseando (la sombra de Thomas Bernhard es alargada, lo que me remite de nuevo a Panthers de Jen Craig), y visitando los cementerios:

 

"Hay una especie de pesar en la soledad, decía. La dulzura y la tristeza se unen. Y Monteverdi es el artista de ese estado de ánimo. El estado de ánimo, decía, de nuestros tiempos, pues no importa lo cerca que nos hallemos de otro ser humano que siempre, en el fondo, sabemos que estamos solos." 

 

Lo que de verdad resulta fascinante en esta novela, joya total, es el misterio en el que Josipovici rodea la vida de este traductor, sobre todo centradas en sus fantasías. Sabemos que tuvo una primera esposa, a la que recuerda continuamente ahogándose; la rememora en la estaciones de tren, caminando por la ciudad y siendo tragada por las aguas. Diferentes versiones de la misma historia, quizás con una palabra cambiada, diferentes versiones de un ahogamiento y llegado un punto puede que incluso nos preguntemos si esta primera esposa realmente existió o solo estaba en la fantasía del traductor. Y es fascinante como la prosa de Josipovici nos envuelve de tal forma que se convierte en puro sonambulismo de un hombre que parece muerto en vida, o ¿medianamente despierto…?

 

"La recuerdo con toda claridad, decía él, parada totalmente quieta, esperando, mientras la gente fluía a su alrededor. La recuerdo perfectamente."

[...]

"Había momentos en que él tenía la sensación de no entenderla. La tenía delante y era como si no la tuviera delante. Estaba con ella y era como si no estuviera con ella. Cogido de su mano, a veces se sentía como si caminará con una extraña.

[...]

Mientras caminaba pensaba en ella inclinada para meter la llave en la cerradura, enderezándose luego y entrando, cerrando la puerta después. Y pensaba también en el día que sus miradas se habían encontrado en el sendero de la ribera, y cómo le había mirado ella y había negado lentamente con la cabeza.”

 

La relación del traductor con su segunda esposa, a quién Josipovici recrea en diálogos aparentemente armónicos pero con una tensión soterrada, establecen esa otra parte de la tensión dramática de esta novela. Una segunda esposa que aparece siempre como un contrapunto a esa soledad en la que se quiere ver sumergido este hombre, una tensión que hace intuir un cierto poso de toxicidad latente que envuelve a la atmósfera de una inquietante corriente subterránea, nunca revelada, pero siempre en el aire. Dos contrapuntos, dos mujeres, que cuando termino la novela no termino de estar segura de si realmente existieron o solo existieron en las fantasias del traductor.

 

Sabía que tales imaginaciones eran neuróticas, peligrosas incluso, pero no le preocuapban demasiado, pues le parecíaque era mejor permitirlas que tratar de suprimirlas por completo. Al fin y al cabo, todo el mundo tiene fantasía. Uno vive muchas vidas. Vidas alternativas. Eso es lo absurdo de las biografías, decía, de las novelas. Nunca se ocupan de las vidas alternativas bajo cuya sombra avanzamos despacio, como en un sueño, desde el nacimiento hasta la madurez y la muerte.”

 

El Cementerio de Barnes es un estimulo continuo en el que al lector le toca decidir quién es de verdad este traductor ¿qué hay en su vida que le hace rememorar ciertos momentos como un bucle continuo y recurrente? ¿por qué acechaba a esa, su primera esposa, como si de un extraño se tratara, quizás porque era precisamente eso, un extraño??? Creo que da igual cual sea nuestra interpretación, cada lector tendrá una diferente, pero está claro que Gabriel Josipivici ha construido una novela fascinante en torno a un hombre que vive sus fantasías como si fueran la pura realidad. Hay algo realmente perturbador en esta novela, quizás con una tercera lectura consiga las respuestas a ciertas preguntas… 

 La traducción es de José Luís Amores.

 

Uno engendra muchas personalidades, decía, y la miraba y sonreía. En una es un asesino. En una, un suicida. En una vive en Paris. En una en Bombay. En una en Nueva York. Una, una, una, repetía ella, burlándose de él.”



 

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