El Malogrado, de Thomas Bernhard

 


 ⭐⭐⭐⭐⭐

♫♫♫ Since You've Gone - Tears Run Rings  ♫♫♫

 

"Así salgo de una jaula para entrar en otra, según dijo Wertheimer una vez, de la vivienda del Kohlmarkt a Traich y vuelta otra vez, dijo, pensé. De la catastrófica jaula de la gran ciudad a la catastrófica jaula del bosque. Unas veces me escondo aquí y otra allá, unas veces en la perversión del Kohlmarkt y otras en la perversión del bosque, en el campo. Salgo de una para meterme en otra. Durante toda la vida."


Javier Marías veía a Bernhard como un escritor eminentemente cómico y que por eso nunca acababa resultando sórdido ni deprimente y comparto esta opinión de Marías. Por muy mal que se le pongan las cosas a los narradores de Bernhard, a mi siempre me despiertan una sonrisa de ternura  y en muchos momentos me acabo riendo por ese toque infantil a la hora de gestionar el día a día  que se acaba centrando siempre en ese soy el centro del universo y el mundo no me entiende”. Ya dije por ahí en mis anteriores reseñas que lo que le pasaba a Bernhard era que era consciente de su genialidad pero que sin embargo necesitaba llamar la atención continuamente, igual porque en su propio país, Austria, no le aguantaban especialmente porque él no contribuía precisamente a hacer amigos allí pero aunque iba por la vida poniéndolos verde, realmente ahí había un mucho de trauma de infancia, a su Autobiografía, me remito. Así que este pequeño comentario en torno a El Malogrado, se podría completar con mis anteriores en torno a sus libros en los que desarrollo más este concepto en torno a TB.



"Y estoy convencido  de que eso fue lo que hizo que él mismo se construyera su casa en el bosque, su estudio, su maquina de desesperación, dijo una vez Wertheimer, pensé.  Semejante locura, arreglarme una casa con un estudio para música, en medio del bosque y protegida de todos los hombres, a kilómetros de distancia de todo, solo la comete un loco, un demente, según Wertheimer."



El Malogrado (1983) forma parte de una trilogía sobre la creatividad artística que se completa con Tala (1984) en torno a la literatura, y Maestros Antiguos (1985) en la que Bernhard se desmarca con el mundo del arte pictórico. Me queda por leer Tala, pero realmente no estoy leyendo a Bernhard cronológicamente que es lo que debería haber hecho desde un primer momento, pero como no suelo planear las lecturas, empecé a leer esta trilogía por el final, por Maestros Antiguos. En Tala intuyo por donde van a ir los tiros porque en el fondo tanto en Maestros Antiguos como en El Malogrado, la base del asunto está en reflexionar en torno al genio, la ambición y sobre todo el fracaso. Literatura, pintura y música, tres temas en los que Bernhard se quedó bien tranquilo sacando todo lo que llevaba dentro y si esta novela se aborda desde esta base cómica, tal como planteaba Marías, yo diría que se puede disfrutar mucho más.


"Se había acostumbrado a que fuera con él por Viena, durante años, durante un decenio, en cualquier caso por sus caminos y no por los míos, pensé. Siempre andaba más deprisa que yo, y solo con esfuerzo podía seguirlo, aunque era él el enfermo, no yo, precisamente porque era él el enfermo iba siempre delante, pensé, ya desde el principio me había dejado siempre atrás."

La verdad es que Wertheimer había querido ser virtuoso del piano, y no lo quería en absoluto, pensé, para mi el virtuosismo pianístico fue solo una escapatoria, una táctica de dilación para algo, en cualquier caso, que jámás me resultó claro, no hasta hoy; Wertheimer quería, yo no quería, pensé, Glenn lo lleva sobre su conciencia, pensé. Glenn había tocado solo un par de compases y ya había pensado Wertheimer en renunciar, me acuerdo muy bien, se había quedado de pie en la puerta, incapaz de sentarse , aniquilado por Glenn.”



El narrador sin nombre vive en Madrid y está escribiendo una obra sobre el pianista norteamericanocanadiense Glenn Gould, el virtuoso del piano más importante del siglo, citándole a él o a Bernhard, todavía no lo tengo claro, un virtuoso que murió de muerte natural en el mejor momento de su arte. Este narrador recibe un telegrama indicando del suicidio de su amigo Wertheimer y a partir de aquí, este narrador nos sumerge en un monólogo interno en el que nos cuenta como Wertheimer, Glenn Gould y él mismo se conocieron en Salzburgo en una clase magistral y se hicieron muy amigos. Se hicieron inseparables pero al mismo tiempo, conocer a Gould marcó una brecha insuperable en su ambición artística porque desde el momento en que oyeron tocar a Glenn Gould fueron conscientes de que por mucho que se quisieran dedicar al piano, era imposible conseguir llegar al nivel de virtuosismo de Glenn Gould: Por eso él se sintío mortalmente afectado por los compases de Goldberg de Glenn, no yo. Ser el mejor o no ser nada había sido siempre mi pretensión, en todos los aspectos. Por eso acabé finalmente también en la calle del Prado, en un anonimato total, ocupado en mi insensatez de escritor.” La excusa para dejarlo es el virtuosismo y el genio de Glenn Gould,  las ambiciones del narrador y de Wertheimer se fueran al traste aunque el narrador con su infantilismo habitual se justifica diciendo que él ya había desistido mucho antes de escuchar a Gould, pero que lo de su amigo Wertheimer era diferente: Glenn era el genio, Wertheimer no era más que ambición, pensé. Su amigo Wertheimer se hunde en una depresión sin marcha atrás, porque la música que era el escape a un mundo que le parecía ya de por sí insostenible, debería haberle servido para llegar al cenit, una ambición que le exigía o ser el mejor o nada. En el fondo, yo no había querido convertirme en virtuoso del piano, todo lo relativo al Mozarteum y sus contextos había sido para mi solo un subterfugio para liberarme de mi autentico aburrimiento del mundo, de mí, ya muy temprano, hastío de la vida. Y, en el fondo, Wertheimer actuaba como yo, y por eso, como suele decirse, no fuimos nadie, porque no habíamos pensado en absoluto en querer ser alguien, a diferencia de Glenn, que quería ser Glenn Gould a toda costa”. Realmente tanto el narrador como Wertheimer, que provenían de familias pudientes veían en la música una herramienta para salir de sus vidas aburridas y hastiadas, Wertheimer con la continua lástima por sí mismo, acabó suicidándose, el narrador huyó a Madrid a simular que escribía un libro sobre Gould, y digo simular porque la procrastinación es un tema recurrente en los personajes de Bernhard, simulan que escriben, que componen, que están sumergidos en un proyecto vital pero  la vida se les va en convertirse en críticos de la vida, del arte, de Austría… Esta dicotomía entre el fracaso de su amigo Wertheimer (al que Gould llamará El Malogrado) o del mismo narrador frente al triunfo de su amigo Glenn Gould desencadena un conflicto interno en el narrador en el que hace una especie de repaso de su vida siendo consciente que se dedicó a la música para llevarle la contraria a su rígida familia: "Ahora tenían por hijo a un artista, un personaje execrable desde su punto de vista."


"La verdad es que no tenía absolutamente ninguna concepción de la música y tocar el piano no fue nunca para mí una pasión, pero lo utilicé como medio con el fin de actuar contra mis padres y contra toda mi familia, lo aproveché contra ellos y comencé a dominarlo en contra de ellos, de día en día más, de año en año con virtuosismo mayor aún."


"Me había decidido de la noche a la mañana a ser artista y lo exigía todo. Les había ganado de la mano, pensé, mirando a mi alrededor en el mesón. El Steinway era mi baluarte contra ellos, contra su mundo, contra la estupidez familiar y contra la del mundo. Yo no había nacido, como habia nacido Glenn y quizá incluso Wertheimer, lo que no puedo decir con toda seguridad, para ser virtuoso del piano, pero sencillamente me obligúe a ello, me convencí, me acostumbré, tengo que decir, con la mayor brutalidad hacia ellos. Con el Steinway me fue posible de pronto actuar contra ellos. Por desesperación contra ellos me había convertido en artista."



Huimos de una cosa a la otra y nos destruimos, según él. Solo nos vamos siempre, hasta que hemos cesado.” Así que Bernhard nos pone frente a tres hombres, amigos, que se enfrentan de diferente manera a esta creación artística: el mismo narrador estará en medio de la indefinición, sin éxitos, sin fracasos, sin prácticamente arriesgarse a experimentar este arte porque realmente no le va la vida en ello. A Glenn Gould sí le fue la vida en ello, no tanto por su éxito sino más bien porque se sumergió de cabeza en este arte, y su amigo Wertheimer, El Malogrado, se desvanece porque es incapaz de soportar que su objetivo en la vida, ser el mejor, se viera superado por Gould. "Realmente, Wertheimer trató luego de buscar una conexión, como suele decirse,  pero no encontró ya ninguna conexión.” Quizás lo único que todavía mantenga vivo al narrador sea ese libro que está escribiendo, sus pensamientos girarán obsesivamente en torno al suicidio de Wertheimer, al virtuosismo de Gould y su propia indefinición ante la vida y la forma en que Bernhard repite estos temas recurrentes, dependiendo de las frases más cortas o alargándolas en momentos de desesperación, llegan a recordar a una obra musical. Temas que de alguna forma se vuelven a convertir en autoficción, imagino por parte de Bernhard, en una narración en la que está hablando no solo del mundo del arte como él lo ve sino que vuelve a ser una escritura egocéntrica en la que parece gritar, prestadme atención..


"Siempre es exacto cuando decimos  que algún hombre es un hombre infeliz, mientras que nunca  resulta exacto  cuando decimos que alguno es un hombre feliz."


Bernhard se desmarca del estilo narrativo convencional y este libro es uno de los ejemplos más claros de ello. Aquí no hay capítulos y funciona en un bloque completo que podría a su vez dividirse en cuatro segmentos: los tres primeros ocupan menos de media página en total y el último es la madre del cordero, el monólogo interno que ocupará el resto del libro, y sin embargo en los tres primeros cortos y contundentes párrafos ha definido toda la obra: “Un suicidio largamente calculado, pensé, no un acto de desesperación espontáneo.” Ese cálculo, esa falta de espontaneidad responderá a un acto de fracaso en su ambición, a envidia, y en el fondo a lástima de sí mismo. En El Malogrado, al reflexionar sobre la naturaleza de la amistad, un tema recurrente en sus obras, no solo el narrador está revelando todo sobre sí mismo, sino el mismo autor. La mediocridad, la limitación del talento, el virtuosísmo, la ambición, el posible reconocimiento de este talento o y sobre todo, sentirse fracasado o malogrado... Con TB no creo que haya término medio, o lo adoras o desistes.

La traducción es de Miguel Sáenz.


Existir no significa al fin y al cabo otra cosa que: nos desesperamos, según él. Cuando me levanto pienso en mí con horror y me aterra todo lo que me espera. Cuando me acuesto no tengo otro deseo que morir, no despertarme más, pero entonces me despierto otra vez y ese espantoso proceso se repite, se repite en definitiva durante cincuenta años. Somos tan altaneros que creemos que estudiar música es lo que importa, cuando ni siquiera somos capaces de vivir, ni siquiera estamos en condiciones de existir, porque la verdad es que no existimos, ¡no existen!”

 

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Algunos momentos maravillosos de este 2024

[Leyendo] Diciembre...

Los dos Beune, de Pierre Michon