Yo navegué con Magallanes, de Stuart Dybek

 


⭐⭐⭐⭐⭐

♫♫♫  Sweet Home Chicago - Robert Johnson ♫♫♫

 

 

Mick y yo diferíamos sobre quién de los dos recordaba mejor el pasado…

[…]

- Eso no pasó, - insistía yo. - Siempre lo pintas más dramático de lo que fue.

Mick me miraba meneaba la cabeza con condescendencia y me despachaba como Señor, un gesto desdeñoso con la mano al que nuestro padre recurría siempre que alguien intentaba estafarle.

-¿Por casualidad te suena el término recuerdo reprimido?, - preguntaba Mick.

- Lo tuyo no son recuerdos. Lo tuyo son vasos de agua medio vacíos y sueños.

- ¿No crees que soñar sea una manera de recordar? Y, si fuera así, ¿por qué un recuerdo no sería una especie de sueño?


Es cierto que la memoria funciona a ráfagas (como los sueños), un objeto, una persona, un lugar, una frase del pasado, pueden haberse convertido al cabo de los años, de décadas quizás en algo diferente en nuestro recuerdo porque puede que este objeto, esta persona,  este lugar o esta frase en algún momento de nuestra vida se desviara y adquiriera otro significado distorsionado y reelaborado según nuestra conveniencia. “Quién sabe por qué la memoria o los sueños rescatan objetos sencillos, una bici, una rebeca, un trineo, y los convierten en emblemas de la infancia. Será porque la infancia, ese universo alternativo que se expande en el olvido, la creación está compuesta de recuerdo, no de materia.” Al igual que esta memoria está fragmentada, no es la lineal porque nos viene en forma de flashes, y al recordar ciertos hechos, puede que idealizados, o exagerados con un punto de nostalgia, al final lo que de verdad importa es como lo sintamos, como lo seguimos viviendo en nuestra memoria después de todos estos años, o cómo nos llegan estos recuerdos en forma de emociones. Camille Estrada, un personaje secundario maravilloso en esta novela repleta de rincones dónde escarbar, llegado un momento le dice a Perry Katzek, el narrador, sobre su escritura: “- Yo nunca hago por inventar nada, - dijo Camille.   - Ocurre sin más. De todos modos lo importante no es inventarlo, sino sentirlo.” Y es justo así tal como lo describe Camille, es sentirlo vivo después de no-sé-cuánto-tiempo lo que de verdad importa, y Stuart Dybek lo plasma tan bien a la hora de darle vida, porque estos recuerdos pueden ser más o menos fieles, más o menos veraces pero esta narración que proviene del pasado de Perry entre los años 50 y 60 en un Chicago que se despliega frente a nosotros, no deja de ser eso: el sentir de la vida desplegándose a tu paso. Mientras Perry observa su presente convierte su vida en un largo recuerdo del pasado: personajes, diferentes lenguas, sonidos, lugares de una ciudad en plena ebullición surgen a la vida frente a nosotros.


No creo que se pueda culpar a nadie por lo que escribe, como tampoco por lo que sueña. Nadie tiene que confesar lo que sueña. ¿No creees?


Yo navegué con Magallanes sí que es una novela, pero no deja de ser una serie de relatos con lugares y personajes interconectados, con el lazo en común de Perry y su familia como protagonistas absolutos, o como portavoces de esta comunidad de Chicago aunque es Perry, el narrador adolescente el verdadero transmisor de esta vida y experiencias que van surgiendo como una cascada interminable. La infancia, adolescencia y parte de la juventud del hijo de unos emigrantes polacos, Perry Katzek, sirve como nexo para que Dybek nos lance a las calles de Chicago y respiremos la vida como si estuviésemos físicamente situados entre esos años 50 y 60 dentro de esta espiral de momentos inolvidables. Ya tuve esa sensación en La Costa de Chicago, y aquí lo he vuelto a sentir, la sonoridad que es capaz de transmitir la prosa de Dybek, y tanta es la fuerza de su narrativa que prácticamente la música, los ruidos de las calles, las voces funcionan casi como una herramienta interactiva que engullen al lector.


"Su última carta terminaba así:
A veces leo qué tiempo hará en tu ciudad para poder imaginarte al despertar, viviendo tu vida sin mí."


El tema de la identidad, de la pertenencia a un lugar es algo que Stuart Dybek está aquí continuamente reiterando en forma de unos personajes emigrados que se han agarrado a la ciudad de Chicago como si fuera el baluarte de una fortaleza. Esa pertenencia a un lugar convierte a la ciudad de Chicago en un momento de continuo cambio, de recién llegados de diferentes lugares, yo diría, en la verdadera protagonista de esta novela. La ciudad como un símbolo de identidad de unos personajes como Perry y sus amigos, que si tienen este sentimiento de pertenencia pero que sin embargo, sus padres no tenían y que aquí plasma tan a flor de piel Dybek a la hora de describirnos por ejemplo el personaje del padre de Perry, que aunque convierte América en su país, ciertamente hay una cierta dualidad de no pertenecer a ningún lugar concreto. Son las dos Américas, la verdadera, cruda, a veces violenta y otras colorida, percibida por Perry, y la América todavía idealizada percibida por su padre. Admito que el retrato que me llega de su padre, por parte de Perry, me llegó al alma y me emociona porque me retrotrae a mi propia vida y vivencias, y que lo convierten para mí en el gran personaje de esta novela brillantísima y única en su retrato de la realidad cotidiana que es capaz de transmitir.


Regresó, no la sensación en sí, sino el recuerdo de una antigua sensación de la infancia, para la que todavía no tengo nombre: una actitud protectora indescriptible hacia mi padre, el temor a, pese a su fe en el esfuerzo y en el espiritu práctico, su incapacidad para valorar cabalmente la realidad del país en el que viviamos. Compartíamos un hogar compartíamos una vida pero habitábamos dimensiones diferentes. Él residía en otra América, un lugar lejano como el Londres de Dickens o el Moscú de Gogol.”



La novela de Dybek está compuesto de once relatos interconectados que nos sumergen en un mundo de ilusiones ya pasadas, interrumpidas, soñadas, y que sin embargo, funcionan casi como una realidad en el presente. Dybek narra una época que ya pasó en la que sus personajes crecen, cambian, se hacen adultos, algunos mueren y sin embargo, la ciudad permanece, aunque también vaya mimetizándose a medida que sus personajes la vayan abandonando o vaciando. Yo navegué con Magallanes es una carta de amor de Dybek a una ciudad que da forma a sus personajes y los define. Y cada uno de sus personajes están llenos de vida, aquí no hay nada gratuito, todo tiene sentido a la hora de situar a sus personajes en una ciudad que los reafirma en su identidad.

La traducción es de José Luis Amores.


-Yo adoro los vínculos, la visión de conjunto de las novelas. Y tú… tú piensas que la vida es una colección de Grandes Momentos. Mira todos esos libritos raquíticos de poesía, dijo señalando la alfombra raída donde la máquina de escribir se alzaba sobre una pila de libros de la biblioteca.”

 

 

Comentarios

  1. Respuestas
    1. Un saludo, Alfonso. Y mantenme informada sobre lo bueno de lo que vayas leyendo!

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  2. La mayoría de lo bueno que fui leyendo va en la estela de tus lecturas... Vollman, Dara, Fran Ross o Dasa Drndic, etc. Después yo creo que seguí leyendo a autores que ya te recomendé y seguí disfrutando como Stephen Dixon, percival Everett(ahora más conocido por la adaptación que le hicieron al cine, american fiction), o el español Juarma (con sus dos novelitas cafres), o upton sinclair y su saga novelada donde repasa la historia contemporanea de las grandes guerras...

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    1. La serie de Lanny Budd??? Me leí los dos primeros tochos y me prometí continuar, pero ahí están todavía. A ver si este año me pongo con el tercero. Gracias Alfonso!!

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