Los quehaceres de un zángano, de Fernando Morote
♫♫♫ The Logical Song - Supertramp ♫♫♫
“Una flor entre las piedras
vive como yo entre la gente,
desadaptada y absurda,
pero lo hace naturalmente”.
Tengo que empezar diciendo que cuando empecé con esta novela en un principio no terminaba de situarme, veía a un narrador algo caótico y no estaba muy segura de hasta dónde me llevaría. Un poco más adelante comencé sin embargo a darme cuenta de que esta narración entre caótica y desubicada lo que realmente estaba haciendo era retratar al mismo narrador que realmente no sabía qué hacer con su vida, una eterna búsqueda de identidad e incluso de desarraigo, de ir en contra de las convenciones, de no encontrarse definido en ningún sitio. Es interesante esta cuestión, porque es cierto que una vez que te das cuenta de que realmente no hay una historia lineal (porque estamos ya dentro en la mente del narrador y aquí no hay linealidad), ya empecé a dejarme llevar y a bucear entre los datos que me iba aportando este narrador, del que en un principio no sabía el nombre, y creo que mucho más adelante sale a relucir, Federico Barrionuevo, un apellido con el que el narrador, por cierto, tampoco se sentía cómodo. Un narrador o protagonista que nos irá narrando segmentos de su vida y la vía que elige Fernando Morote no es la tradicional, sino que nos irá contando esta vida en forma de pequeños relatos, poemas y páginas de un diario en el que vierte sus reflexiones: no hay linealidad sino que es una especie de mosaico de lo que puede ser una vida que aunque parece tener claro que quiere dedicarse a la escritura, habrá momentos en los embates de esta vida, le harán dudar, no una, sino mil veces.
“Y cuando posé mi vista sobre el asfalto de pronto tuve la sensación de que todo lo que escribo no tiene valor. Me estremecí, presa del más absoluto pánico, y desvie mis pensamientos hacia otra dirección.”
Realmente lo que hace aquí Fernando Morote es algo con lo que me ido encontrando en muchos textos de los que he ido leyendo de unos años a esta parte y que no sé si he ido buscando o estos mismos textos me han encontrado a mí, pero que creo que empezó cuando empecé a leer a David Markson, y me refiero concretamente, a la reflexión sobre la creación artística, y en este caso más concreto, lo que significa el acto de escribir. El narrador en primera persona en un principio parece obsesionado por ser publicado pero poco a poco se va revelando, que aunque es importante ser publicado, encontrar tu propia voz, tu propio estilo no es cosa fácil y requiere, quizás, mucho tiempo. Intuyo que lo que de verdad acaba importando es el acto mismo de escribir, salirse de uno mismo y experimentar con nuevas formas. Esta novela, concretamente, tiene mucho de eso, de experimentación, de búsqueda, de crisis, de empezar, dudar, tirar la toalla y seguir un paso más. “De pronto siento que ya no tiene tanta importancia ser un escritor famoso. Tal vez me conforme solo con ser un escritor. Llegar a ser reconocido, admirado, no tiene ningún sentido. Ningún sentido”. En la medida en que este narrador va relatando en primera persona sus experiencias vitales, y relacionándolas con el acto mismo de escribir, está marcando de alguna forma ese tono tan íntimo y subjetivo que puede llevar a lo que es autoficción, y si no lo es, lo parece, y si lo parece, es que el autor ha conseguido llevarnos hacia donde él quería. Es una experiencia interesante porque de esta forma estamos entrando directamente en la mente de Federico Barrionuevo y siendo testigos de este tono entre confesional y autoparódico. No se toma muy en serio a sí mismo, pero al mismo está reinventándose continuamente.
“En medio de esta febril actividad, pese a que muchas veces terminaba ahorcándome o apuñalando innecesariamente a alguien, empecé a sentir que si quería seguir sobreviviendo, necesitaba seguir escribiendo. Había encontrado en el acto de escribir un médico, un sanador, un amigo íntimo que me consolaba y aliviaba mis heridas.”
Y por otra parte tengo que decir que me ha interesado muchísimo ese tono autoconsciente que puede llevar esta novela al nivel de la metaficción. Durante la lectura de la novela hay un momento en que me queda claro que el autor ¿quiere hacernos creer? que está construyendo la novela sobre la marcha, o como hacia George Eliot en Middlemarch, recordándole al lector que esto se está construyendo, que las experiencias vitales de Federico Barrionuevo por una parte están firmemente enlazadas con el proceso creativo y recordándole al lector continuamente que esto está en progreso. Las reflexiones personales que va colando entre diarios, cartas, y relatos, serán ese punto metaficcional, y que por otra parte establecerán, que igual no hay un límite demarcado entre el tono confesional, la ficción y el proceso mismo de escritura Lo que me lleva a relacionar esta novela con mi época woolfiana actual, que parece que todo esté relacionado, pero en este caso es así, ese leitmotiv woolfiano que nos viene a decir que lo que de verdad importa es escribir sobre los sentimientos íntimos que no se expresan y desenmascarar de alguna forma lo que se oculta bajo las apariencias, y esto estará directamente relacionado con la esencia de esta novela estupenda, que aunque tiene un tono irreverente, provocador e incluso sórdido en muchos momentos, consigue arrastrar al lector a la mente caótica de un Federico Barrionuevo siempre autoconsciente. Las novelas que juegan continuamente con la percepción del lector y que lo hacen involucrarse activamente pueden ser las más espinosas a la hora de conectar, pero una vez le pillas el punto, son también las más reveladoras y gratificantes.
“¿De verdad quieres escribir?- me preguntó alguien el otro día- ¡Entonces escribe y aguanta!- Creo que voy a seguir su consejo.”
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