Cabronazo, de Leah Hampton

 


⭐⭐⭐⭐
 
 
 

"Entre Robbinsville y Asheville hay mucha más distancia que los ciento treinta kilómetros que muestran los mapas. Y muchas iglesias por el camino."



De alguna forma en estos doce relatos, Leah Hampton derriba tabúes y tópicos preconcebidos en torno a esta llamada América profunda de las que todos nos hemos hemos hecho una idea, y sin embargo, aquí ella se encargará de situar a sus personajes en la realidad de sus vidas a través de un entorno que los condiciona. Nos hará ver que los clichés no son tales, sino que sus personajes son de carne y hueso y podríamos ser nosotros mismos, tanta es la intimidad que es posible establecerse entre el lector y algunos momentos de estas historias. Los doce relatos están situados en una Apalache rural, una zona en la que sus personajes, tanto mujeres como hombres, se mueven en trabajos que muestran como está cambiando esta zona rural porque pone al mismo nivel la vulnerabilidad que pueden sufrir sus personajes con la fragilidad del ecosistema bajo la mano del hombre. Tengo que admitir que aunque ya he leído varias obras situadas en esta zona aislada de los Estados Unidos, la perspectiva de Leah Hampton es una brisa de aire fresco. Tiene un talento natural para pasar del interior de sus personajes a situarlos en la perspectiva de su paisaje de tal forma que estos hombres y mujeres quedan directamente camuflados con su entorno.


La gente del pueblo no consideraba que la cordillera Azul fuera parte del Sur ni que Alison fuera una de las suyas. La muchacha procedía de un laberinto de valles húmedos e insondables, y se había confundido con el orden de los himnos durante la misa. Al mirarla, los dolientes parecían pensar en nieve o en pumas acechando a ras de tierra”.


Lo que me ha llamado especialmente la atención de esta colección de relatos es el enfoque de Leah Hampton y su escritura, que en momentos parece muy directa, pero profundizando es incluso muy elíptica. Confronta pero no enfrenta sino que el lector tiene que rellenar espacios que el mismo personaje deja en el aire. La verdad es que me he sentido muy identificada en varios relatos especialmente porque dentro de este entorno que aparentemente y físicamente está tan alejado del mundo en el que vivo, Leah Hampton se las arregla para capturar ese instante, ese momento tan universal e íntimo a la vez,  por el que casi todos los seres humanos llegarán a pasar o sentir en en algún momento de sus vidas. Por ejemplo:


Alguien tendría que ayudarlo a vestirse. La catástrofe estaba a la vuelta de la esquina. A su edad, las fuerzas en la que aun confiaba podían fallarle en cualquier momento: bastaba con una caída para romperse un hueso. Apenas podía manejarse en un pasillo llano, y no hacía caso a las instrucciones. Creía que la debilidad era solo un estado mental. Walter había visto antes esa actitud rebelde y nunca acababa bien.”


En el relato titulado Mingo la narradora en primera persona enfrenta su crisis personal ante el hecho de que no puede llevar a término ningún embarazo, lo que la lleva al mismo tiempo a cuestionar su vida matrimonial, con la crisis familiar que surge cuando el padre de su marido ya no puede valerse por sí mismo (y las ruedas de goma del andador chirriaban y arañaban las baldosas”). Mingo es uno de esos de relatos en los que cualquiera de nosotros podrá reconocerse y a mí desde luego me ha llegado al alma por la forma en la que Leah Hampton afina en esta crisis familiar en la que la mayoría de los miembros harán la vista gorda sin atreverse a tomar conciencia del problema, la vejez, para que finalmente solo uno de ellos sea capaz de tomar las riendas. Es un relato realmente impactante porque al mismo tiempo la autora nos está hablando de una mujer que está en crisis consigo misma, vulnerable y frágil, invisible para todos menos para sí misma.


Las jaulas, los camiones ganaderos que traqueteaban a diario por la agrietada carretera comarcal, todos ellos repletos de cuerpos rosados y aterrorizados."


“Carne” es el otro relato que me ha llegado al alma y no transcurre precisamente en las montañas, sino entre una granja industrial y un funeral. Una estudiante universitaria asiste a un funeral y ahí Leah Hampton va desplegando con una sutilidad envolvente, el trauma del que procede esta chica siendo becaria en una granja industrial de cerdos, o matadero. Es realmente impactante como se va revelando el relato entre el trauma, por una parte, y el claro antagonismo que se crea entre lo rural y lo urbano. Leah Hampton no se anda con chiquitas y nos enfenta a la crudeza y la violencia ambiental cuando el hombre pisotea su entorno: “Alison parecía frágil en comparación a los demás: una chica de las montañas, intimidada y aturdida por el calor de octubre en las tierras bajas. Era la única que no sonreía.” Tanto en este relato concretamente como en otros muy reveladores surge un detalle que me llama la atención y es el significado que adquieren los animales en estas historias porque al ensamblar el cerdo, en esta historia (Carne), o el oso (Cabronazo) o la ardilla, está dotándolos de entidad, tal como un personaje a la misma altura del ser humano. Los paralelismos entre los animales y la condición humana son un dato recurrente de estos relatos y aunque las historias sean independientes unas de otras, es en estos paralelismos donde Leah Hampton está estableciendo la conexión. La sabiduría de la naturaleza frente, en muchos momentos, a la estupidez humana, está continuamente reflejada a través de la inmovilidad de los Apalaches que observa impertérrita el estropicio que el ser humano está vertiendo en una tierra que a partir de aquí está cambiando.


“Volvió al interior, terminó su turno, regresó a casa y no habló con nadie durante dos días enteros. Julie llamó. Robbie también. Pero ella no contestó. Temía que, de abrir la boca, empezaría a aullar, bramar o hablar en lenguas como un predicador rural en trance, sin poder parar hasta desgarrarse la garganta y sangrar. Así que pidió una baja por enfermedad y se encerró en casa muda e inmóvil.”


En general es una colección de relatos magnífica, en la que las mujeres son fuertes pero el paisaje cada día más frágil y vulnerable. El estilo de Leah Hampton es claro y muy directo, tal como mencioné antes, pero su ironía soterrada cuestiona de alguna forma nuestros prejuicios y los clichés en torno a los Apalaches se van difuminando para presentarnos la realidad de unos personajes que no solo deben combatir la dureza de los tiempos, sino el momento cuando se ven obligados a enfrentarse a traumas del pasado, o incluso crisis personales muy presentes,  Leah Hampton escarba y saca de la tierra una fragilidad que siempre estuvo presente, como en el relato, “Cables”: Otro relato magistral que define la escritura de Leah Hampton, una mujer a la que no voy a perder de vista ya.

La traducción es de Tomás Cobos.


“Abrió la puerta del conductor y miró la casa. Una quemazón metálica le subió desde el vientre. Era la parte que la asustaba; cuando esa cosa oculta que llevaba dentro pugnaba por salir, pero no podía tomar forma. Le ardían los pulmones y no encontraba las palabras.”

 

 

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