La Prisionera, de Marcel Proust (En Busca Del Tiempo Perdido #5)

 


 ⭐⭐⭐⭐⭐

♫♫ ♫ Me Voy - Cat Power ♫♫ ♫

 

  

Lo que nos une a los seres son esas raíces, esos innumerables hilos que constituyen los recuerdos de la noche anterior, las esperanzas de la mañana siguiente; esa trama continua de hábitos de la que no podemos desprendernos."


Hasta llegar a este quinto volumen, he sido testigo de cómo Marcel desde niño llega a la vida adulta capeando ciertos temporales más bien íntimos. Ha pasado la primera parte de su vida absorto en si mismo y realmente ya con veintitantos años sigue perdido en sí mismo, en sus propias sensaciones en las que es evidente que cuando más infeliz se siente es cuando se le obliga a ausentarse de sí mismo. En la Prisionera se encontrará con otro conflicto que girará en torno a la posesión sobre otra persona, los celos, y el dominio sobre este otro ser humano le obligarán de alguna forma a tener que vivir en una especie de superficie de sí mismo en la que no se siente cómodo. Egoísta, autoindulgente, snob en el más puro sentido de la palabra, Marcel sigue siendo una persona,  que apenas ha tenido un mínimo de empatía por otra persona, si exceptuamos a su abuela, claro está. Todos le acabaran decepcionado a medida que traba amistades, conocidos, amores, e incluso se puede decir que este narrador/autor apenas le importa nadie un rábano y me refiero concretamente al ejemplo del icónico Swann durante esta novela. Proust y Marcel que son el mismo ente, después de haberle dedicado el maravilloso primer volumen casi por entero a Charles Swann, en este quinto apenas le dedicará dos frases en sus últimos días (esto me ha dolido en el alma). Es cierto que, conocemos los defectos ya a estas alturas de Proust/narrador, pero así y todo no deja de ser una obra fascinante por el hecho de ver cómo Marcel ansía a toda costa escapar de esa concentración en si mismo, conectar con gente, mostrar curiosidad por todo, por el arte, en definitiva por todo lo que no se refiere a sí mismo, y finalmente siempre acaba decepcionado: la bofetada con la realidad forma parte del crecimiento Marcel ansía una vida más allá de sí mismo y realmente aparte de la memoria y del tiempo, éste es para mi el gran tema de En Busca Del Tiempo Perdido.


Dijo que por fin veía la razón de que, en aquella época de mi vida, nunca quisiera salir. Se equivocaba, pues la realidad, aunque sea necesaria, no es completamente previsible; los que se enteran de algún detalle exacto sobre la vida de otro sacan enseguida consecuencias que no lo son y ven en el hecho recién descubierto la explicación de cosas que precisamente no tienen ninguna relación con él.


Esta tela de araña de situaciones, conexiones y encuentros conforma el universo que retrata Proust siempre poniendo a su narrador en el centro. Este narrador, escritor en ciernes, y que sin embargo apenas se menciona esta vida literaria aunque esté en el aire, se debate en un conflicto continuo entre su soledad y la ansiada vida social. En los anteriores volúmenes hemos conocido primero al Marcel protegido por su familia pero también incomprendido y sumido en sí mismo; más tarde, socializando con la casta aristocrática, admirada y envidiada por él desde siempre, hasta que llegado un punto y ya consiguiendo mezclarse entre ellos, sufrir la decepción de la corrupción y la vacuidad de estos aristócratas que tanto admiraba y añoraba conocer. Conocerlos ha supuesto otra decepción. En La Prisionera pasaremos a otra fase en la [in]madurez de Marcel: ¿qué hacer cuando ya lo Imposible o lo que había sido Inaccesible ya has conseguido poseerlo? ¿Para qué voy a buscar un alma misteriosa, a interpretar un rostro, a sentirme rodeado de sentimientos que no me atrevo a penetrar?”


Me preguntaba si no malograría mi vida casándome con Albertine, haciéndome asumir la obligación, demasiado pesada para mí, de consagrarme a otro ser, obligándome a vivir ausente de mí mismo por su presencia continua y privándome para siempre de los goces de la soledad.


No creo que ésta sea precisamente la mejor de las cinco novelas que llevo hasta ahora leídas de esta serie, imagino que porque Proust la estuvo retocando hasta el final en su lecho de muerte, y no pudo terminar de redefinirla, pero de todas formas, contemplo cada una de las novelas como parte de una única obra, así que aunque acabara con la impresión de que por sí sola, no aporta tanto como las anteriores, sí que es cierto que no habría forma de obviarla cuando pensamos en el conjunto de En Busca Del Tiempo Perdido. Marcel ya en este punto de la historia ha conseguido llevarse a vivir con él a Albertine con la promesa de un matrimonio. Ambos viven juntos aunque es una convivencia que a la larga resultará mucho más compleja de lo que parecía a simple vista: Y me daba cuenta de que Albertine no era para mí (pues si su cuerpo estaba en poder del mio, su pensamiento escapaba al dominio de mi pensamiento) la maravillosa cautiva con la que había creído enriquecer mi morada, sin dejar de ocultar su presencia incluso a los que iban a verme y no la sospechaban al final del pasillo en el cuarto vecino.” La complejidad de esta relación viene dada por el hecho de que Marcel convierte a Albertine en una cautiva en su propia casa, la aísla de sus amigas, la controla, la esconde,  pero incluso va más allá, espiando sus pasos en su propia casa/cárcel, en la que una de las reglas será que Albertine no podrá entrar en su habitación a menos que él lo autorizara antes.


De suerte que su encanto, un poco incómodo, era estar en la casa, más que como una muchacha, como un animal doméstico que entra en una habitación, que sale, que se encuentra donde menos se espera.”


Durante toda la novela, realmente desde el mismo momento en que el enamoradizo Marcel conoce a Albertine en Balbec tres libros atrás, Marcel no podrá desligarse de esa imagen idílica del principio de Albertine empujando la bicicleta con una boina verde rodeada de amigas. Para él en aquel momento Albertine no es un individuo con mente propia sino que al visualizarla la ha convertido en una idealización en su mente, así que entre ese primer momento en la playa de Balbec y este quinto volumen, se narrará todo ese abismo de desesperación por parte de Marcel porque le ha resultado imposible mantener ese ideal: “Me daba cuenta de que mi vida con Albertine no era más que, por una parte, cuando no tenía celos, aburrimiento; por otra parte, cuando los tenía, sufrimiento.” Es tan simple como el hecho de que una vez que la posee, sus sentimientos cambian y Albertine se convierte en una especie de mascota. Marcel que ha sido un voyeur en toda regla desde el primer minuto de esta serie, siempre espiando tras ventanas, en las reuniones sociales o agazapado en alguna calle esperando, mirando, observando, ahora desde su casa reconvierte este voyeurismo en un control absoluto sobre Albertine que se verá obligada a mentir para salir del paso de mucha parte de este control. El voyeurismo de Marcel, presente durante toda la serie es una forma de estar presente pero al mismo tiempo también ausente de todo lo que pudiera implicarle emocionalmente No nos olvidemos que Marcel tenía terror a que le obligaran a vivir ausente de sí mismo. Este control que ejercerá ahora desde la casa/cárcel sobre Albertine, es otra forma de Ausencia/Presencia pero mucho más invasiva en este caso.


De este modo, su sueño realizaba, en cierta medida, la posibilidad del amor: solo, podía pensar en ella, pero me faltaba ella, no la poseía; presente, le hablaba, pero yo estaba demasiado ausente de mí mismo para poder pensar. Cuando ella dormía, yo no tenía que hablar, sabía que ella no me miraba, ya no tenía necesidad de vivir en la superficie de mi mismo.”


¿Y cómo se defenderá Albertine de esta posesión y de este control? Ella tiene sus armas, sobre todo miente, aunque la mayor parte del tiempo se comporte como una esclava o una mascota obediente. Sin embargo, y sobre todo, duerme. El estado durmiente de Albertine será el único momento en el que Marcel creerá amarla, porque cuando está despierta ella recupera su individualidad y su mente y de esta forma él volverá a distraerse en el sentido de que esto le obligará de nuevo a ausentarse de si mismo por el sufrimiento que le ocasionan los celos, o porque no puede dominarla completamente. Así que la defensa de Albertine ante Marcel será el dormir, mentir, incluso pasando por lesbiana y finalmente ausentándose del mundo.


Incluso cuando comenzaba a mirar a Albertine como un ángel músico maravillosamente patinado y que me felicitaba de poseer, no tardaba en volver a serme indiferente; en seguida me aburría a su lado, pero esto duraba poco: solo amamos aquello en que buscamos algo inasequible, solo amamos lo que no poseemos, y en seguida volvía a darme cuenta de que no poseía a Albertine.”


- Primero Marcel hace pensar a Albertine que se quiere casar con ella, aunque es consciente de que no la quiere y que ella le aburre.

- Desde el momento en que ella se instala en su casa, consigue aislarla de todas sus amigas a quienes considera una distracción para ella.

- Sus celos le harán buscar excusas como el presunto lesbianismo de ella y de sus amigas, aunque nunca empleará esta palabra sino “el tipo de mujer a la que me opongo”, una forma despectiva cuando realmente ese desprecio no lo empleará con la homosexualidad latente e imperante entre la mayoría de sus conocidos.


Así que en esta Prisionera tendremos el tratado perfecto de cómo alguien pretenderá poseer a otro ser humano bajo la excusa del amor, hoy lo llamamos toxicidad, en aquella época no sé… celos, aunque la palabra se queda corta, diría yo: A lo mejor, semana a semana, podemos llegar muy lejos; ya sabes que lo provisional puede llegar a durar siempre”


A partir de cierta edad, por amor propio, son las cosas que más deseamos las que aparentamos que NO nos interesan. Pero en el amor la simple habilidad - que, por otra parte, no es la verdadera inteligencia - nos obliga bastante pronto a este genio de duplicidad

Es decir, que mis palabras no reflejaban en absoluto mis sentimientos.
Si el lector no tiene de esto más que una impresión bastante ligera, es porque, como narrador, expongo mis sentimientos a la vez que le repito mis palabras.”


Tal como confía Proust/Marcel al lector en un momento dado: Y en el amor es más facil renunciar a un sentimiento que perder una costumbre”, todo este quinto volumen casi que gira alrededor de cómo Marcel puede deshacerse del ser largamente anhelado y que ya le aburre, y esto es lo fascinante de toda serie porque la gracia no está precisamente en si Marcel nos cae mejor o peor, o en sí conseguirá liberarse de su insatisfacción en algún momento, sino en los pasajes de pura introspección sobre los temas de siempre: la infancia, el amor, la muerte y la temporalidad, los sueños (una acción en sí misma) y de cómo lo revela a través de la sintaxis, de estas largas frases que en sí mismas contienen la cadencia de esta vida interior de Marcel.

La traducción es de Consuelo Bergés.


Pues así como al principio el amor está formado de deseos, más tarde solo lo sostiene la ansiedad dolorosa. Sentía que una parte de la vida de Albertina se me escapaba. El amor es la ansiedad dolorosa como en el deseo feliz, es la exigencia de un todo. Solo nace, solo subsiste si queda una parte por conquistar. Solo se ama lo que no se posee por entero.”

 


 














 

 







 La Captive, 2000, Chantal Akerman

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