El mundo en que vivimos, de Anthony Trollope
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“La extensión de su novela había sido la primera cuestión. Debía ser en tres volúmenes, y cada volumen debía tener trescientas páginas. Pero ¿cuántas palabras se suponía que eran suficientes para llenar una página?”
El mundo en que vivimos es una novela larga, yo diría que demasiado, pero claro, si pensamos que este tipo de novelas fueron publicadas por entregas y a sus autores les pagaban por palabras, ya os imaginareis los tochos que salían de ahí una vez que se ensamblaban, como esta novela que me ocupa o las novelas de Dickens o de Wilkie Collins, y por lo que veo sobre todo en el último tercio que es el que se me hizo más cuesta arriba, los editores no debían meter mucho la tijera y también es comprensible porque ya en este último tercio, se tenían que cerrar todas las tramas abiertas. El mismo Anthony Trollope se carcajea de esto creando un personaje femenino, una viuda, que escribe novelones para mantenerse, y continuamente está sacandole punta al hecho de que sus obras no tienen ni un ápice de talento. Esta novela se publicó originalmente en 20 partes mensuales y cada una de estas partes contenía 5 capítulos, cada uno de ellos casi con igual número de páginas. Una novela por entregas, controlada, medida, con las palabras perfectamente contadas, publicada entre 1874 y 1875. Transcurre además en 1873 a lo largo de 6 meses. Muchos datos numéricos son los que he dado, pero puede que así se entienda mejor del por qué una novela victoriana de este tipo llegue a tener 900 páginas. Imagino que las partes que salían por entregas mensualmente vendrían a ser como estas series de tv de ahora en las que dejaban el suspense abierto hasta la siguiente entrega o capítulo. Siendo una novela estupenda como es, ya digo que el último tercio me resultó algo cansino a la hora de que Trollope tuviera que zanjar el final de cada uno de los tropecientos personajes que la componen. A este número de páginas se le añade el hecho de que es una novela victoriana en toda regla, con lo cual, se daban mil vueltas para decir algo que no resultara malsonante o vulgar. Diálogos comedidos y mareando la perdiz, hasta poder llegar a expresar lo que se quería decir sin resultar demasiado “expresivo”, o “sentimental” o “directo”, conversaciones orbitando en torno a un tema en el que se daban mil vueltas para llegar a la esencia de la cuestión, llamese doble moral, llamese hipocresía o simplemente no ir al grano...
“Pero el representante de un caballero ingles, el modelo de todos ellos, era el qu poseía tierras, títulos de propiedad familiares, una residencia antiquísima, muchos retratos de sus antepasados, algún que otro escándalo y una ausencia absoluta de cualquier tipo de empleo en toda la familia.”
He empezado por comentar lo que me han parecido los defectillos de esta novela que realmente no lo son porque es una novela de su tiempo, pero sí que pueden resultar algo cansinos para un lector de ahora, aunque algunos de los temas que trata Trollope resultan fascinantes por lo vigentes que siguen siendo después de casi doscientos años; el autor profundiza en ellos con un desparpajo y un sentido del humor que hasta llegar al último tercio resultan una delicia. Trollope que regresa a Londres después de haber pasado dieciocho meses en Australia, se quedó conmocionado por como vio Gran Bretaña a su llegada, el culto al dinero y a una codicia había sumido a su país en una profunda crisis moral, está corrupción financiera fue lo que le llevó a plantearse una novela como El mundo en que vivimos: una crisis financiera a modo de burbuja económica como las que vivimos ahora mismo con financieros que aparecían de la nada para crear negocios que eran como pompas de jabón: (“Esto era parte del encanto de todos los tratos que se hacían con este gran hombre; el dinero en efectivo no parecía ser necesario. Se llevaban a cabo grandes adquisiciones y se completaban tremendas transacciones aparentemente sin firmar un cheque siquiera”). Trollope se lo toma muy en serio y no deja títere con cabeza al retratar lo que es la especulación financiera, el fraude, las fortunas que se ganan o se pierden en una milésima de segundo, así que de alguna forma esta novela de 1875 está también retratando la crisis de nuestro tiempo presente. Ese titulo El mundo en que vivimos está perfectamente elegido porque realmente el mundo financiero que está retratando podría ser perfectamente el que vivimos ahora mismo en nuestro presente, pero también porque aborda temas como la violencia doméstica, la familia, el racismo, el suicidio o el rol de la mujer con una agudeza que diría que casi va más allá de la era en la que fue escrita, y si nos detenemos a analizarlo seriamente, a grosso modo, nuestra sociedad no ha cambiado demasiado.
“He sufrido mucho. Me han herido en todas las partes de mi cuerpo, en todos y cada uno de mis nervios, me han torturado hasta casi no poder soportar el castigo. Al fin conseguí ser libre, y para mi eso equivale a la felicidad.”
En cuanto a argumento es casi imposible esbozar o hacer un resumen sobre él ya que hay muchos personajes que crean diferentes lineas argumentales y el mismo Trollope se ve obligado a recordar al lector de vez en cuando sobre cómo y por qué va a retroceder o adelantarse en el tiempo, ya que es prácticamente imposible que el lector tenga controlado estos tiempos con tanto personaje, sin embargo si que se puede decir que el argumento gira en torno a dos lineas argumentales principales que son los que unirán al resto de los personajes:
“Hay criticas que se escriben para vender un libro, y que se publican inmediatamente después de la puesta en venta del volumen, o incluso poco antes; existe la crítica que proporciona un nombre y una reputación, pero que no incide en las ventas, y que llega un poco más tarde; la crítica que denota, silenciosamente, al libro, y la que busca elevar o hundir al autor un peldaño, o dos, a veces; también la crítica que súbitamente encumbra a un autor, y la crítica que lo aplasta.”
a) por una parte estará Lady Carbury y sus dos hijos. Ella es una aspirante a escritora que está tratando de que varios editores se tomen en serio su obra Es un comienzo de novela delirante en el que Trollope nos sitúa, imagino que por experiencia propia, en cómo funcionaba el negocio editorial. Lady Carbury, escritora mediocre, echa mano de sus conocidos en el mundo editorial para que le amañen reseñas favorables y así sus Reinas Criminales, una novela espantosa, tenga un buen recibimiento. Trollope está en este principio de novela jugando y carcajeándose con el hecho de que no importa la calidad literaria sino en cómo te vendes o te venden. Irónico, incisivo, agudísimo y muy divertido. Además de un tema también muy vigente por cómo algunas editoriales hoy en día te han vendido una obra a través del marketing mucho antes de que salga publicada, calidad y ventas no tienen porque ir emparejadas, es lo que nos viene a decir Trollope con finísima ironía.
“Si yo comprara un a pequeña propiedad una cabañita con jardín, o tú lector a menos que seas magnífico, nos pedirían hasta el último cuarto de penique, o la seguridad suficiente de recibir el dinero antes de que se nos permitiera entrar en nuestro nuevo hogar. Pero el dinero era el mismísimo aliento de las fosas nasales de Melmotte, de modo que su respiración se consideraba su dinero.”
b) El otro personaje y casi el protagonista absoluto de la novela, será el financiero Augustus Melmotte. A raíz de su llegada a Londres con su familia, todo girará en torno a él. Melmotte es un tipo que no se sabe de dónde viene, aunque si viene precedido de ciertas leyendas más bien urbanas en forma de rumores de los lugares dónde había vivido anteriormente en los que parece que tuvo que salir huyendo por escándalos fraudulentos. Su llegada a Londres a todo trapo hará que todos comiencen a hablar de él: hay escándalo en torno a él, sí, pero lo importante es que parece gastar el dinero a espuertas que será lo que de verdad importe. Melmotte se rodea de diversos personajes aristócratas mayormente, que necesitan dinero en efectivo (“No saben de que están hablando. Hay demasiada gente subida al barco como para dejar que explote”), así que cuando Melmotte crea la empresa que vende acciones del Ferrocarril del Pacífico Sur Central y México, un proyecto fantasma, sienten que es la oportunidad de sus vidas para hacer dinero en medio segundo. Así que la ironía de todo esto está en el hecho de que aunque todo el mundo duda de Melmotte e incluso lo desprecian por no pertenecer a su clase, y que casi todo el mundo intuye que es un bribón y sin embargo, se embarcan en esta compleja red de compras de acciones y dinero que realmente no existe...¿hasta qué punto Melmotte los está defraudando cuando su fama lo había precedido?? La codicia por el dinero es más fuerte que todo esto...”A todos los presentes se les había dado a entender de un modo u otro que iban a ganar una fortuna, no gracias a la construcción del ferrocarril, sino con el aumento del valor de las acciones de la compañía.”
“El señor Fisker demostraba una absoluta indiferencia acerca de si el ferrocarril terminaría construido o no; claramente, era de la opinión que ganarían una fortuna antes de que se moviera una paletada de tierra de la obra.”
El
plan de Melmotte es el típico fraude piramidal en el que va a inflar
las acciones de un ferrocarril que ni siquiera se va a construir, sin
tener en cuenta las realidades económicas de su inversores, el
estafador lo que pretende es pagar los intereses de una inversión
con el mismo dinero invertido, pero claro esto es un castillo de
naipes, y la pregunta estará en ¿cuánto tiempo conseguirá
sostenerlo Melmotte? (“Las
acciones parecían estar todas en el bolsillo de Melmotte, para sí
poder distribuirlas como quisiera, y también daba la impresión de
que, cuando se distribuían y vendían, y se compraban otra vez y se
vendían de nuevo, regresaban al bolsillo de Melmotte”).
Y aquí es dónde Trollope teje una maraña de redes en las que
prácticamente todos los personajes aparecerán afectados de una u
otra manera por Melmotte, un argumento especialmente relevante hoy
en día en que las noticias financieras continuamente nos anuncian
estafas semejantes a las de Melmotte. Anthony Trollope tiene además
esta visión tan lúcida sobre la naturaleza humana, tanto que parece
que sea una historia de ahora mismo. Pero El mundo en que vivimos es
una novela que va más allá de esta sátira del mundo
de las finanzas especulativas y del despilfarro en mayúsculas,
porque donde de verdad brilla Trollope es en el esbozo de sus
personajes, cómo piensan, como se angustian, dudan, se debilitan, se
camuflan bajo ese techado de moralidad y de virtud totalmente impostada en
la que los barones y los lores ya empezaban a darse cuenta de que una
nueva clase social emergía y que era la dueña del dinero y que los necesitaban a pesar de que los despreciasen.
“Se había dado por supuesto que debía casarse con una heredera. En familias como estas, cuando se han conseguido resultados así, generalmente se supone que los asuntos debe solucionarlos una heredera. Se ha convertido en una institución como la primogenitura, y es prácticamente igual de útil para mantener el orden de las cosas. El rango desperdicia el dinero; el comercio lo genera; entonces el comercio compra el rango dando un nuevo baño de oro a su esplendor.”
Anthony Trollope no demuestra absolutamente ninguna contemplación a la hora de cuestionar como se las gastaban estas familias pudientes en lo que se refería a la compraventa de sus propios hijos, compraban herederas para mantener su status, a cambio sus primogénitos podían seguir sin dar un palo al agua. Hay momentos realmente angustiosos en este aspecto, porque aunque por ejemplo, Henry James, narra muy bien este mundo victoriano, en Trollope quizás se hace mucho más evidente este negocio con los hijos, no se anda con florituras en transmitirnos la angustia de muchas de estas mujeres que no solo sufrían violencia doméstica sino que además no tenían absolutamente ningún rincón dónde huir porque además tenían que conservar las apariencias a pesar de que dependían totalmente de los hombres de su familia, sin contemplaciones cuestiona la presión a la que se veían reducidas las hijas de estas familias a la hora de tener que buscarse la vida: “Cuando el legado y su casa de campo cayeran en manos de su hermano, reconocía que Georgiana tenia que buscarse una casa propia antes de que esto sucediera”.
“¡Pero qué difícil para una joven señorita terminar con su familia! Un hombre joven puede ir a cualquier parte, puede perderse en el mar, o volver y reclamar su propiedad tras veinte años. Un joven varón puede exigir una paga y tiene casi el derecho a vivir solo. Se presupone que un joven pájaro debe volar lejos del nido. Pero la hija de una casa se ve obligada a seguir a su padre hasta que encuentre un marido."
Aunque aparentemente El mundo en que vivimos pueda verse como un novelón victoriano en el que el romance campe a sus anchas, con parejas que se forman y se rompen, realmente no hay absolutamente nada de romántico en ella, y la visión de Trollope es lo más antiromántico que podamos encontrarnos en un novelón de este tipo, es escéptico sobre la base en la que se construían la mayoría de estos matrimonios, negocio puro y duro, la prueba está quizás en la parte final cuando va cerrando las lineas argumentales. El amor, tal y como se atreve a decir uno de los personajes femeninos, brilla por su ausencia “¿Amado? Pero ¿quien piensa en amor hoy en día? No conozco a nadie que ame a nadie.”, y esto lo dice una de las mujeres de la novela, para más inri. Trollope no era precisamente ni un machista ni un misógino, todas y cada una de las mujeres que guían esta novela son mujeres fuertes, que luchan de alguna forma por lo que quieren, ser libres a su manera. La sociedad ya se encargará de hacerles entender que les va a resultar una tarea difícil, y Trollope demuestra en este aspecto una enorme generosidad a la hora de visibilizar a sus personajes femeninos poniendo sobre el tapete una y otra vez la hipocresía y la doble moral que se gastaban contra ellas: feminidad y mujer fuerte eran términos contradictorios en aquella época tal y como viene a decir en un momento dado mi personaje favorito en esta novela, la sra. Hurtle:
“Pero cuando una mujer no tiene a nadie que la ayude, ¿debe soportarlo todo sin volverse contra aquellos que la maltratan? ¿Debe una mujer ser despellejada porque no es femenino que luche para salvar su piel? ¿Qué hay de bueno en ser... femenina, como vosotros lo llamáis? ¿Te lo has preguntado? Que a los hombres les atrae, diría yo.
Pero si una mujer se encuentra con que los hombres solo se aprovechan de ella porque presupone que es débil, ¿no debería deshacerse de esta? Si es tratada como una presa, ¿no debería luchar como una bestia? ¡Ah no! ¡Eso es muy poco femenino!
Estoy sola y tengo que librar mis propias batallas. El arma de una mujer es su lengua.”
Independientemente de que el último tercio me resultara cansino por lo que expliqué al principio de este comentario, El mundo en que vivimos es una novela estupenda porque la mayoría de lo que se cuenta sigue aquí, sin erradicar de nuestra sociedad: los delitos financieros y que casi todo el mundo acepta cuánto más grandes sean siempre que consigan su parte del pastel; el abuso doméstico, la doble moral todavía imperante en los roles de género, los privilegios de una cierta clase social, ese mundo literario en el que el que más vende no tiene porque ser el libro de más calidad, las criticas compradas, la mujer como objeto “Las mujeres vivimos en una época, nieguemelo si estoy equivocada, en la que nos hemos convertido en juguetes para los hombres”. Todo lo que aborda aquí Anthony Trollope, sigue presente en mayor o menor medida y leyendo novelas como esta, nos damos cuenta de lo poco que hemos avanzado como sociedad.
La traducción es de Claudia Casanova.
“Un hombre no puede contener siempre sus propias acciones y mantenerlas dentro de los límites que se habían establecido. Muy a menudo se quedan por debajo de la magnitud a la que aspiraban sus ambiciones. Algunas veces se alzan más allá de lo que había imaginado. Así había sido con el señor Melmotte. Había imaginado grandes cosas, pero las cosas que estaba consiguiendo iban más allá de su imaginación.”
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